En busca de nuestros hijos

La Vanguardia, Rafael Poch, 16-06-2008

Zheng Chunzhong y Liang Xianglong, acuden a la cita con 45 minutos de retraso. En el trayecto desde la vecina Dongguan, los dos hombres nos han venido anunciando por teléfono sucesivos cambios en la hora y el lugar del encuentro; primero junto al mercado, a las seis, luego en la plaza principal, a las nueve. Finalmente acuden, a las siete, a una cafetería. A veces la poli les sigue, dicen. ¿Son delincuentes?. No, están buscando a sus hijos.

Zheng perdió a su hijo, Shalong, en 2003. El niño tenía tres años, jugaba con otro niño fuera de la modesta tienda de alimentos de su padre, pasó una mujer, le llamó, se lo llevó y nunca más se supo. Han pasado cinco años. “Seguramente si lo viera, ya no lo reconocería”, dice Zheng, que habla con entereza. Su compañero Liang, cabizbajo y taciturno, perdió a su hijo Di, el año pasado. “Iba al mercado de compras y lo dejé en la entrada esperando, cuando volví ya no estaba”, dice con pesar. También tenía tres años y se nota que aun no lo ha digerido.

Sólo en ese mercado de Liaobu, una fea e industriosa localidad de la provincia de Cantón, 2600 kilómetros al sur de Pekín, han desaparecido siete niños en los últimos años. En la provincia, de más de 70 millones de habitantes, primera región exportadora de China, con una enorme población de 19 millones de emigrantes, los niños desaparecen “a millares”, dicen Zheng y Liang. Sólo en Dongguan, capital mundial de la industria del calzado, hay “80 casos conocidos y 600 estimados”. En Liaobu dos niños se perdieron hace dos días, “nos enteramos por la tele”, dicen.

La situación está lejos de ser un problema local. En Cantón desaparecen niños de emigrantes en ciudades, en Yunnan, otra provincia meridional, los desaparecidos son hijos de emigrantes, pero también hay casos en el campo, en Guizhou son niños de familias campesinas… Los niños se venden en Shantou, una ciudad portuaria de Cantón, capital mundial de la industria juguetera. “Todo el mundo lo sabe”, dicen estos padres, que han conseguido coordinar a 140 familias de la provincia víctimas del más terrible de los robos.

Los compradores son campesinos de los pueblos de los alrededores de Shantou, que pagan entre 30.000 y 40.000 yuanes (3000 / 4000 euros) por niño, dicen. En algunos pueblos hay hasta cincuenta niños robados y cuando los padres se presentan a buscarlos la gente de esos pueblos no les dejan entrar, explican. “Todo el mundo lo sabe”, repiten.

¿Qué hace la policía?, ¿por qué no se actúa?, ¿qué dicen los medios de comunicación?. Poco a poco las preguntas y las respuestas, lo que se dice y lo que se sugiere, van dibujando una situación compleja y dramática.

En esta parte del sur de China, y no sólo aquí, la gente se mofa de la necesaria política de planificación familiar. China tiene 1300 millones de habitantes, muy cerca del límite de lo sostenible. El exceso de población es un dato central para situar el sistema chino y sus recetas. En 28 años, gracias a esa política, el país se ha ahorrado 300 o 400 millones de habitantes, pero en Shantou, y en muchos otros lugares del sur, la gente tiene cuatro y cinco hijos.

La política de planificación parece fuera de todo control administrativo, todo se tapa con dinero y corruptelas, y toda la sociedad, incluidas las administraciones, se acaban amoldando; hay un mercado de empadronamiento de niños, en el que las niñas pagan 200 yuanes (20 euros) y los niños que han superado la cuota, 2000 o 3000.

En ese sistema se sitúa el mercado de niños robados; para familias que ya tienen varias hijas y quieren un varón, o que ya tienen un varón y quieren dos. En ese caso, los registros de esos niños se pagan “mucho más caros”. La policía está completamente desbordada y, o bien se amolda y se suma al negocio, o bien pasa de todo y hace la vista gorda: es un problema irresoluble, sin una enorme represión, un típico dilema chino.

Después de que la televisión central china dedicara un programa a los niños robados, en 2004, se intentó hacer algo, explican los padres. La policía tomó muestras de ADN, realizó investigaciones, hizo algunas redadas y consiguió encontrar a… 34 niños. Una gota en el océano. Se gastaron millones de yuanes en pruebas, fue un caso muy caro y con resultados muy pobres.

Y China, sí, tiene mercado de niños, pero también tiene centenares de otros problemas tan tremendos como ese; infanticidio femenino, trabajo esclavo, mafia, corrupción, generalización de la falsificación de documentos, tráfico de mujeres… Este es un país rico en miserias, y el resultado de ésta miseria concreta es que nadie hace nada, la prensa no menciona el tema, y la policía se cruza de brazos o se encoge de hombros. Hasta el punto de que cuando los padres se intentan organizar para buscar a sus hijos, se les pone trabas y cuando intentan hablar con la prensa se les tacha de “alborotadores”.

Hay también un claro componente social. El 90% de los niños robados son varones, el 80% hijos de emigrantes, un colectivo con pocos derechos. “Si fuéramos gente poderosa, la actitud sería diferente”, dicen los padres.

No hay coordinación entre las policías de Dongguan, Shenzhen y Shantou, centros y escenarios notorios de este mercado, dicen los padres. “Creo que la policía sabe qué familias de Shantou compran niños, y hasta quienes son los vendedores”, dice un padre con amargura. ¿Qué haría si tuviera dinero?. “Se lo daría a algún funcionario influyente para que se ocupara de mi caso, porque por la vía regular, no hay posibilidades”, dice.

“Desde que perdí a mi hijo no puedo concentrarme, toda la energía la dedico a esto”, dice el vendedor Zheng. “Trabajo sólo para mantenerme”, dice Liang, obrero textil. Mañana van a Shantou, a cinco horas de autobús, con otros treinta padres de su localidad y de Shenzhen, a repartir pasquines por los pueblos; foto, descripción del niño, dirección y teléfono de contacto.

Los pasquines incluyen una promesa de recompensa de 100.000 yuanes, 10.000 euros. ¿De donde sacarían tal fortuna, si alguien encontrara a su hijo?. “Venderíamos la casa, todo”, dicen. La policía intenta evitar la iniciativa, les dice que sus hijos no están en Shantou, sino en la provincia de Hubei, mucho más lejos. “Lo hacen para desmovilizarnos y desanimarnos”, dicen. “Los altos funcionarios en Pekín ni siquiera saben lo qué ocurre aquí”, afirman.

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