Los inmigrantes víctimas de la ola xenófoba en Suráfrica aguardan en campos de refugiados

El Periodico, GONÇAL PÉREZ, 04-06-2008

“Me quemaron la casa y todo lo que tenía. Solo pude correr. Ahora no tengo nada. Quiero volver a casa, a Maputo, pero no tengo dinero para comprar el billete de autobús. No sé qué va a pasar con nosotros”, explica entre lágrimas Teresa, una joven mozambiqueña que tuvo que huir de los ataques xenófobos en Ramaphosa, uno de los suburbios de donde salieron las imágenes de gente en llamas. Su billete a casa cuesta unos 12 euros.
Teresa fue una de los 5.000 extranjeros que escaparon de las llamas de Ramaphosa y se refugiaron en iglesias y comisarías del resto de Reiger Park. Se calcula que 25.000 personas han abandonado sus casas: zimbabuenses, malauís, mozambiqueños, somalís y también shangaans surafricanos. Los desplazados de Ramaphosa viven ahora en el centro cívico de Reiger Park.

Recolocados
Al principio eran unos 5.000, pero han sido recolocados en campos de refugiados con tiendas de campañas. Ahora no son más de 250 personas, entre mujeres y niños. Los hombres están en la comisaría. Cruzaron una calle en busca de refugio, la que separa los shacks (chabolas) de las casas de un barrio de clase media y ahí recibieron cobijo.
Muchos están de vuelta a sus países, para siempre o hasta que vuelva la normalidad. Otros no pudieron marchar o quieren quedarse porque llevan muchos años en Suráfrica, aunque ahora se hayan quedado sin nada más que el recuerdo de una chabola convertida en cenizas. “Teníamos 2.782 personas los primeros días. Muchos han huido a sus países, otros se han refugiado en casas de familiares en otras ciudades”, explica Eddy Walkerley, encargado de este campo de refugiados improvisado de Reiger Park. Eddy es un hombre de negocios muy vinculado a la iglesia que hace dos semanas que vive en el centro cívico las 24 horas del día.
“El Gobierno no ha hecho nada. Todo es ayuda que viene de la comunidad; algunos han dado comida o ropa; mucha gente ha colaborado, pero el Gobierno no se preocupa por esta gente, solo por los surafricanos”, indica Eddy. “Pero son personas como tú y yo. Tienen las mismas necesidades que los surafricanos, y los mismos derechos. Hacemos este trabajo tan bien como podemos”, señala desde la puerta del centro, a 700 metros del lugar de los ataques.

Sin perspectivas
Los hombres se esconden en las comisarías. Ancianas, mujeres y niños revolotean por el centro cívico, pero ya no viven agolpados. El Gobierno surafricano está construyendo campos de refugiados en toda regla – – el Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados) está colaborando – – en las afueras de las ciudades. Se espera que hoy trasladen a los que quedan en Reiger Park, aunque ni los afectados quieren, ni tampoco la comunidad que los acoge. Se crearan guetos donde esperarán de nuevo, igual que esperan ahora, un futuro sin ninguna perspectiva.
El Gobierno tardó en actuar. El presidente Thabo Mbeki tardó dos semanas en hacer declaraciones sobre la situación, cuando ya habían ardido y muerto muchas personas. Menos de 60, según cifras oficiales; muchas más, según los vecinos.
En Ramaphosa nadie quiere hablar. Los shangaans ya no están pero el miedo se ha quedado. “No sabemos en quién confiar, con quién podemos hablar de lo que ha pasado. Iban a las casas a reclutar gente para atacar a los extranjeros y si no estabas con ellos, estabas contra ellos”, dice un anciano. Solo unos metros y una calle separan ahora a los asesinos de los refugiados, que pasan los días en un pabellón.
Pater Robert, encargado de la parroquia de Reiger Park, no sabe cómo contener a sus feligreses: “No hemos hecho otra cosa que llamar a la calma, que paren de matar. El problema es que a una comunidad con muchas deficiencias se han sumado muchos extranjeros”, añade. Pero Robert destaca que no solo ellos han sufrido ataques: “También shangaans surafricanos han muerto o han visto sus casas quemadas. Los zulús y los khozas viven juntos y se organizaron: creen que les están quitando los puestos de trabajo y las mujeres. Se han roto muchas esperanzas y no sé cuánto tiempo tendrá que pasar para que los niños olviden lo que han visto y se vuelvan a crear lazos entre las comunidades”.

Peleas
Los niños juegan, pero han visto lo que ha pasado. Algunos han sido recolocados en otras escuelas, pero muchos llevan semanas refugiados. “No sé qué ha pasado, hubo peleas y murió gente. No nos quieren aquí, pero no sé por qué”, dice Sofía, de 6 años, mientras acaba su plato de arroz. Ha nacido en Suráfrica, aunque sus padres son de Mozambique y su universo termina en Reiger Park.
Dason, un renacuajo surafricano de no más de 12 años que va a jugar al centro, sí tiene una opinión, que habrá oído en casa: “El problema es que esta gente no es de aquí y viene a quitar el trabajo a nuestros padres”, asegura.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)