A PIE DE CAYE

¿Mamá?

El Mundo, CAYETANA GUILLEN-CUERVO, 31-05-2008

Se cruzan el mundo. Cuidan a nuestros hijos para poder mantener a los suyos. Y gracias a eso nosotras podemos continuar nuestras vidas. A costa de las suyas. La inmigración femenina cubre nuestra conciliación a costa del desarraigo, la culpa y la depresión.Cada mañana, acarician unos mofletes que les recuerdan el olor de otra piel y el tamaño de otras pestañas. El pañal, la pomada, los cereales y el cuento, son de otro. Y el tiempo que ve crecer a ese niño sano y sonriente, es el mismo que pasa por la memoria de su hijo, que no recordará a quien le trajo al mundo, ni a quien le mantiene a costa de frío y soledad. Los locutorios se llenan de mujeres que lloran de añoranza, que escuchan la voz de alguien que les llama mamá con extrañeza y que pregunta, una vez más, por su dinero. Porque esa voz que les llega desde el otro lado no es la del calor, ni la de los mimos, ni la que mitiga su miedo a la temprana oscuridad, es sólo una voz que llama los jueves por la tarde, entrecortada, y que asocian a una cantidad que les permite comer, y con un poco de suerte vestirse o estudiar.Sus hombres normalmente se cansan. Desaparecen o se emparejan con alguna amiga. Demasiado tiempo sin afecto, sin sexo y sin atenciones. Pero nadie se paró un instante a preguntar y tú ¿qué necesitas? ¿Te puedo ayudar? ¿Estás bien? ¿Qué esperas, para ti, de la vida? En su casa aprendieron a vivir sin ellas. Y ellas, poco a poco, aprendieron a caminar con otro ritmo, por otros valores, con una libertad que a veces les pesa y que siempre las separa de lo que fueron, porque allí no hay opción para la voz y el voto, para la independencia y las ideas claras. Pero sí para los gritos, la bebida o la infidelidad.


En un universo que busca la igualdad, y que lucha contra los hábitos, la naturaleza y la memoria, para conseguir que la mujer camine fuerte, protegida, segura de que su vida le pertenece, nosotras sacamos de vez en cuando la cabeza y respiramos hondo (aunque todavía con dificultad) gracias a ellas. A su ayuda.Una ayuda remunerada, sí, pero eso no zanja la deuda. Nuestra deuda. Si una inmigración escogida y de carácter profesional las excluye de nuestras vidas, y reduce al mínimo la posibilidad de que se reúnan aquí o allí con sus familias, si las nuevas propuestas las borran de todos los mapas, como si todo el esfuerzo que han hecho durante todos estos años no hubiera servido para absolutamente nada, habremos clavado el puñal en nuestro propio corazón. Allí no las recuerdan, y aquí no valoramos ni reconocemos nada a nadie, no vaya a ser que eso nos haga más débiles de lo que somos.


¿Selección de inmigrantes? Ojalá encontremos entre los más cualificados el amor con que han cuidado a nuestros hijos algunos de los que sólo cuentan con su fuerza y sus manos para trabajar. Ojalá podamos desvelar ese falso sueño que confunde, por necesidad, a la mayoría del planeta. Ojalá nunca tengamos que estar en su lugar.

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