Al límite en la frontera

El miedo al narco y el deseo de cruzar a EEUU se respiran en las ciudades del norte de México.

Público, SERGIO RODRÍGUEZ, 29-05-2008

Vehículos militares con hombres armados recorren día y noche las ciudades fronterizas del norte de México, y hacen patente su presencia en cualquier colonia.

Vehículos urbanos, deshechos de los autobuses escolares de Estados Unidos, recorren toda la ciudad para llevar a los distintos parques industriales (dos en Matamoros, cinco en Reynosa) a miles de trabajadores que llenan las maquiladoras y que trabajan en tres turnos a lo largo del día y la noche.

Cientos de personas en sus vehículos, la mayoría destartalados y comprados en el otro lado hasta por 100 euros, hacen fila para cruzar por los tres puentes internacionales que separan Matamoros de Brownsville, en EEUU.

Para los emigrantes sin papeles, la frontera trae consigo el peligro de perder la vida intentando cruzar a nado el río Bravo, y de ser asaltados o detenidos. Sin embargo, para muchos residentes de Matamoros, Brownsville es una mera extensión de su territorio, el lugar a donde van a trabajar, llevan a sus hijos a la escuela e incluso van de compras al supermercado.

Aunque parezca increíble, los artículos de primera necesidad pueden encontrarse en Estados Unidos hasta a la mitad de precio que en un supermercado del lado mexicano.

“Ésta es la frontera más fea de todas las habidas y por haber”, dice Raúl y luego suelta la carcajada. Él ha vivido aquí toda su vida. Trabajó en las primeras maquiladoras que llegaron a la región a finales de los años sesenta, luego fue falsificador (“el mejor”) de documentos de automóviles del otro lado y coleccionó animales para poner un zoológico que nunca construyó.

Van y vienen de EEUU

Hoy, lleva una vida modesta vendiendo ropa y objetos usados en el mercado de pulgas conocido como El Campito, donde se reúnen cientos de personas a vender de todo en una de las colonias populares de Matamoros.

Trabajó durante años en Estados Unidos, al igual que muchos otros pobladores de esta ciudad.Vivir en frontera es “tener bajos sueldos y que todo sea caro; el transporte, la comida, todo es carísimo”, señala Azucena, pobladora de Matamoros y obrera en una maquila.

“Cuando la gente dice que en el norte de México hay más alto nivel de vida, es que no ha ido a las ciudades fronterizas”, dice Sonia, estudiante universitaria y habitante de Reynosa. “Estas ciudades son como huecos, como hoyos que se han formado, y es aquí donde vivimos”.

La población de las ciudades fronterizas del estado de Tamaulipas, como Reynosa, Nuevo Laredo y Matamoros, está creciendo por los emigrantes de otros estados de México, principalmente de Veracruz y de San Luis Potosí.

“Nos venimos para acá porque allá en nuestro pueblo no hay trabajo, éramos gente de campo, pero el campo ya no da y aquí, aunque nos pagan poco, pues tenemos trabajo todo el año”, relata Alfonso, veracruzano que emigró a Tamaulipas atraído por las maquiladoras.

Como señala un periodista local, “la gente que era de Matamoros se fue al otro lado, a Estados Unidos; los de Veracruz se vinieron a tal grado que algunas escuelas públicas no querían ya dejar entrar a tantos estudiantes veracruzanos”.

Además de venir a trabajar en las maquilas, mujeres de otras ciudades del país vienen a laborar en establecimientos conocidos como table dance, donde “se puede sacar un buen dinerito”, según relata Lorena.

“Casi ninguna de la chicas que trabajan en este table es de Matamoros. La mayoría venimos de fuera por el dinero. Yo tengo 22 años y tres hijos, una niña de 7 años y otros más pequeños, y sí, a veces es difícil este trabajo. De entre los clientes, el que no es policía es mafioso, pero trato de relajarme, a mí lo que me gusta es bailar”.

Historias de narcos

En estas ciudades de frontera, las imágenes sórdidas se cruzan con las historias de sus pobladores. En Matamoros, los narcotraficantes son más respetados que los policías y están presentes en cada una de las actividades lucrativas de la ciudad.

La mafia, o la maña, como se le conoce aquí, está constituida por redes del narcotráfico y de autoridades cómplices que exigen dinero a comerciantes a cambio de protección.

Llega a tanto que algunos pobladores de hecho se sienten más cómodos y seguros con la maña que con el papel cada vez más insignificante que juegan la Policía y el Ayuntamiento. La única forma que tienen estas instituciones de hacerse presentes es pagar anuncios en los diarios de la ciudad.

En la frontera, los corridos que relatan hazañas de los narcotraficantes son un hit; pero cuando se habla del tema del narcotráfico en lugares públicos, siempre se baja la voz. La gente se refiere a los narcos como “los señores”.

Las patrullas del Ejército son constantes, pero la diferencia de ahora a hace tres meses cuando empezó el operativo militar Noreste contra de la delincuencia organizada no la perciben los ciudadanos en las calles. Eso de que se va ganando la guerra contra los narcos es una buena broma.

En las calles, las imágenes de la virgen de Guadalupe van cediendo su lugar a las de la Santísima Muerte, un fenómeno nacional que llega hasta el east side de Los Angeles o hasta el west side de Nueva York. Desde luego, en una ciudad donde a toda hora puedes caer víctima de un levantón de los señores o de una operación del Ejército, se comprende que la Santísima Muerte gane adeptos.

El 13 de abril, en Nuevo Laredo, otra ciudad fronteriza, en el cruce de las calles 15 de septiembre y Reforma, las más importantes, la población se despertó con una gran pancarta de los narcos que decía: “Grupo Operativo Los Zetas te quiere a ti militar o ex militar, te ofrecemos buen sueldo, comida y atención a tu familia, no sufras maltratos, no sufras hambres, nosotros no te damos de comer sopas Maruchas… Relajes absténganse de llamar”.

“Aquí en esta frontera pasa de todo, lo creíble, lo increíble y más”, sentencia Raúl. Siempre se está en el límite.

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