REPORTAJE

Repartir inmigrantes para romper el gueto

La propuesta catalana para establecer cupos en los colegios es un primer paso para corregir desequilibrios - La calidad educativa se resiente cuando son más de un 6% en una clase sin refuerzo

El País, SEBASTIÁN TOBARRA, 15-05-2008

Aziz Senni, marroquí afincado en Francia, lo ha dicho claro. En la escuela donde acudía, en Nantes, estudiaba con inmigrantes, y en su barrio, vivía entre ellos. Senni lo ha contado en un libro que tituló El ascensor social está averiado. He cogido la escalera. Su conclusión es especialmente cruel en el país de la escuela laica y gratuita. Su libro vio la luz en medio de las revueltas en los suburbios de París hace tres años, los célebres banlieues. Pese a todo, Senni se ha hecho empresario de éxito.

¿Puede ocurrir en España lo que en Francia? Varios expertos dicen que el riesgo existe. Aseguran que todo depende no sólo del reparto entre los centros, sino de la política de vivienda y de cómo se hacen los distritos escolares, que priman la proximidad al domicilio y estimulan los guetos.

Hay dos cifras llamativas que apuntan en esa dirección. La primera es que, aunque la estadística dice que hoy el 8,4% de los escolares son extranjeros en España (el 6,7% en la etapa obligatoria que acaba a los 16 años), la escuela pública obligatoria está asumiendo el grueso de la avalancha. Dicho de otra forma, la escuela concertada – financiada con fondos públicos – apenas acoge a estos estudiantes, salvo excepciones. Y la segunda conclusión: que ya hay barrios y escuelas donde los inmigrantes son el 80% y más.

¿Qué hacer para evitarlo? “Hay que combatir los guetos. Son un obstáculo para la igualdad o para el ascensor social, si se quiere”, dice el sociólogo y profesor de la Universidad de Salamanca Mariano Fernández Enguita. “La integración se produce cuando un grupo que ya está guetizado crea su clase media. Eso suele tardar tiempo, pero es la forma de que salgan del gueto”, añade.

Escuelas e institutos públicos llevan años asumiendo una cuota muy por encima del número de plazas que tienen. Disponen del 66,1% de las plazas de la etapa escolar entre infantil, primaria y secundaria (cuando acaba la enseñanza obligatoria), pero escolarizan al 82,3% de los 534.000 inmigrantes de estas etapas, según cifras del Ministerio de Educación. Los centros privados, en su mayoría concertados, sólo acogen al 17,7% de los alumnos extranjeros.

¿Por qué los privados escolarizan a pocos extranjeros? “Somos conscientes de que nos falta un trecho para acoger a más”, afirma Manuel de Castro, secretario general de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE). “Pero nuestros centros suelen ser antiguos y están en zonas donde hay pocos inmigrantes. Y cuando llegan alumnos con el curso empezado suelen estar llenos”.

No piensa igual el profesor de sociología de la Universidad de Valencia Francisco Torres. “Los concertados suelen rechazarles. Además, están financiados por la Administración y tienen obligación de tener reserva de plazas para quienes llegan con el curso empezado”, dice Torres.

La concentración de extranjeros en centros públicos es alta en varias comunidades como Madrid, Extremadura, Cataluña, Castilla – La Mancha, Canarias, Murcia o la Comunidad Valenciana. Para borrar esa brecha y evitar los guetos, la Generalitat de Cataluña ha anunciado que pondrá topes a la concentración de inmigrantes. Así figura en un anteproyecto de ley presentado hace unos días y fijará luego los topes por decreto. Topes que harán que una escuela envíe alumnos a otra cercana, sea pública o concertada, si tiene un nivel alto de extranjeros y en cambio su vecina, no, ha dicho el consejero de Educación, Ernest Maragall. La apoyatura legal a esta medida está en la LOE, cuyo artículo 87 faculta para hacerlo. Las reacciones a la medida anunciada por Cataluña – inédita en el resto de España – son favorables, aunque algunos la ven insuficiente. “Apoyamos estos topes en las escuelas e institutos, pero siempre que los alumnos se repartan también entre los centros concertados, que ahora tienen muy pocos”, dice Kamal Rahmouni, presidente de la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España. La presidenta de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), Lola Abelló, también apoya “una distribución de los extranjeros porque todos los que reciben dinero público deben contribuir a escolarizar a los inmigrantes”.

Existe un precedente a la medida. En la ciudad barcelonesa de Vic (39.000 habitantes) hay un sistema de reparto de inmigrantes impulsado desde el Ayuntamiento. Con el 22% de los escolares extranjeros, la ciudad es distrito único. “Se puede elegir escuela en toda la ciudad”, dice la edil de Educación, Anna Erra. Los 20 colegios tienen inmigrantes. Y los alumnos se mueven en autobuses. También es cierto que ahí, la Plataforma per Catalunya ha hecho bandera de la mano dura con la inmigración y se colocó en las últimas municipales como segunda fuerza política empatada con el PSC. El colegio de Santa Caterina de Siena, de la congregación de las Dominicas, en el centro histórico de Vic, acoge a un 50% de inmigrantes. “No hay problemas de docencia. Todo depende de los medios que se pongan. Potenciamos la atención individualizada y las clases desdobladas para atender mejor la diversidad que tenemos”, dice el director docente del colegio, Antoni Portell.

Pero repartir a los alumnos foráneos por centros no es suficiente para atajar los guetos. Estudiosos de este tema como Juli Ponce Solé, y Mariano Fernández Enguita ven clave la política de vivienda. Ponce, profesor de derecho administrativo de la Universidad de Barcelona, afirma: “Los barrios más populares concentran las viviendas protegidas. Habría que hacerlas también en barrios más acomodados. Si queremos que no pase lo que en París, las políticas de educación y de vivienda deben coordinarse. Los puntos que se dan a las familias para acceder a una plaza por vivir cerca indican que no se estudia donde se quiere, sino donde se puede”, recalca Ponce profesor, autor del libro Segregación escolar e inmigración.

Fernández Enguita coincide en que “la concentración de inmigrantes en algunos barrios y centros no es sólo un asunto escolar, sino de política social y de vivienda y de cómo se crean las zonas escolares”. Este sociólogo cuestiona repartir a los alumnos inmigrantes por zonas de forma no voluntaria como se llegó a hacer en EE UU. “Salvo que sea voluntario, mover a los chicos cada día a varios kilómetros de casa, el busing [transporte de alumnos en autobuses] no sólo tiene coste económico sino también social porque se les aleja de su barrio, de sus vecinos y amigos”, añade.

Rahmouni se opone al busing: “No podemos mandar a los niños a varios kilómetros de sus casas cada día. Los pisos protegidos deben estar en todos los barrios”, dice el presidente de la Asociación Trabajadores Inmigrantes Marroquíes en España. Algunos inmigrantes valoran sobre todo la proximidad del colegio a sus casas. Hassan El Hanbali es marroquí. Tiene dos hijos en la escuela pública Milà i Fontanals, en el barrio del Raval de Barcelona, con alta concentración de extranjeros. No le molesta que el centro tenga muchos extranjeros. “Lo importante es que la escuela esté cerca de casa y ésta lo está. Sería bueno repartir, pero el trabajo y la casa es bueno que estén cerca”.

Otro tema de debate es hasta qué punto baja el rendimiento en un aula que recibe inmigrantes que tienen la barrera del idioma y llegan con el curso empezado. Ivan Moreno, profesor de la Universidad Pompeu Fabra, sostiene que el porcentaje de inmigrantes puede llegar a afectar al rendimiento de un centro. En un trabajo publicado en Nota de Economía con datos de 2002 – 2003, junto con Eugeni García, ambos sostuvieron que hasta el 6% de población inmigrante no parece afectar a la proporción de aprobados y a partir de este nivel pueden ir empeorando progresivamente, si no hay medios. A pie de aula, Teresa Vicente, directora de una escuela pública en Madrid y Francisco Salmerón, de otra de Sabadell, coinciden en que no hay problemas de rendimiento en la clase por el alumnado inmigrante. “Aquí los niños tienen de uno a seis años y aprenden con rapidez”, dice Vicente, que dirige la escuela San Fermín, en el barrio madrileño de Usera, con alrededor de un 40% de inmigrantes. Salmerón, director de la escuela pública Joan Sallarès i Pla dice: “No tenemos más fracaso escolar por tener más extranjeros. Tenemos el 60% de inmigración, pero cuando la escuela y las familias van a una, todo va. Y nuestra experiencia demuestra que muchas veces la implicación suele ser mayor entre los inmigrantes que entre los autóctonos”.

En la secundaria, con alumnos entre 12 y 16 años, las cosas son distintas. “El goteo de extranjeros en un aula puede afectar al rendimiento. Si el inmigrante llega a principio de curso es otra cosa, pero los que llegan cuando ya ha empezado pueden bajar el rendimiento de la clase”, afirma Juan Luis Moliner, director del instituto Ramon Llull, en Valencia, que tiene algunas aulas con el 25% de extranjeros.

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