Los inmigrantes tardan 20 años en lograr una vivienda en condiciones

El País, FERRAN BALSELLS, 10-05-2008

Amed Rukhsan frota el bolígrafo sobre la palma de la mano. Luego la levanta y enseña el garabato: “19 – 3 – 99”. Es la fecha en que aterrizó en Barcelona procedente de Gujrat, región norteña paquistaní cercana a la frontera india. Tenía 49 años. Una década después, sigue sin entender catalán ni castellano. Apenas domina algunas palabras: té, tabaco, comida. Y una frase que insiste en repetir: “No hay trabajo, no hay trabajo”. Diez años después de aquel aterrizaje, Ahmed malvive tras un destartalado portal sin número de la calle del Malnom.

Son 35 metros cuadrados que alquila junto a “cuatro o cinco amigos”, dice. En el lavabo, sin embargo, se amontona una decena de cepillos de dientes. Y el piso alberga siete camas, dos de ellas dobles. Pese al tiempo que lleva en la ciudad, Rukhsan no despega de la precariedad. Igual que el 66,5% de los inmigrantes con más de 10 años en Cataluña, según un informe que presentó ayer la Fundación Jaume Bofill. “El porcentaje de migrantes que vive en malas condiciones no desciende hasta que llevan 20 años en el país”, sostuvo Jordi Bosch, coautor del estudio basado en 10.600 encuestas referidas al año 2006.

“La llegada masiva de extranjeros coincidió con el alza del precio de la vivienda. Los inmigrantes encontraron el mercado más caro de la historia”, razonó Bosch. “Por eso no salen del alquiler. Y con la crisis que viene, estos colectivos tendrán aún menos acceso a un piso”, añadió.

La crisis, para Ahmed Rukhsan, llegó en 2008: perdió su empleo de albañil y se lanzó a los trapicheos para afrontar los 800 euros que paga de alquiler. El dinero que recibe del subsidio lo envía a Pakistán. “Crisis”, vocea señalando varios agujeros de ventilación que se quedan en eso: agujeros. “No puedo arreglarlo, no ahorro”, balbucea.

Cinco de cada diez inmigrantes dedican más del 30% de sus ingresos a la vivienda, recoge el estudio. “Un esfuerzo inadmisible que se une a los bajos sueldos que reciben”, señaló Bosch. Entre un 50% y un 60% de los que llevan menos de 20 años en Cataluña cobra menos de 900 euros al mes. Pocos ingresos y alquiler alto: dos obstáculos que les impiden prosperar. El apuro se ceba en africanos (sobre todo magrebíes) y asiáticos. “Difícilmente logran mejorar con el paso de los años. Y los últimos en llegar lo tendrán aún peor”, detalló Bosch.

Abdul Matin tiene 30 años y aún no echa de menos su Bangladesh natal. Llegó en verano de 2007, en plena eclosión de la crisis crediticia. Vive en 70 metros cuadrados con seis paisanos. “No tengo otro sitio adonde ir”, explica. Su piso carece de calefacción y no parece necesitarla: el calor humano lo mantiene templado. La infravivienda de Abdul presenta variables que el estudio de la Fundación Jaume Bofill no considera. No tiene armarios ni ventanas en las habitaciones. La ropa cuelga en cualquier parte. Dos vetustas neveras presiden el comedor y las cortinas hacen de puerta. “Quiero vivir mejor y no regresaré a Bangladesh”, afirma.

La frase se presta a interpretaciones positivas. “La experiencia termina siendo buena”, explicó Bosch. “Sólo un 10% de los recién llegados quiere regresar a su país”. Comparado con lo que allí se da, lo de España es un status al que no quieren renunciar. Sobre todo cuando llevan en Cataluña más de 20 años y han conseguido un cierto cobijo. A Abdul le quedan otros 19.

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