Todavía dura la resaca de la victoria electoral y el primer ministro electo de Italia, Silvio Berlusconi, está poniendo en orden todo lo que le van a exigir que cumpla. Precisamente porque es una persona cumplidora, le votan. Si no, no le perdonarían los chistes malos que han de soportar en los mítines. Solo así se explica que haya sido elegido tres veces.
El primer asunto que aparece en la agenda es la inmigración y, si durante décadas todos los esfuerzos de la ley fueron para desmantelar las redes de los padrinos, ahora se dedicarán a la caza de los inmigrantes sin papeles, sobre los que caerá el peso de la expulsión. No parece que la idea fuera del Cavaliere, sino de sus socios del norte de Italia, que son gente muy suya. Pero Berlusconi firma donde haya que firmar y no se malogrará una idea por falta de una rúbrica. Habrá firma y habrá un Ejército del Bien, que no dará tregua a los extranjeros que no cumplan los requisitos que marca la legislación.
Con todo el respeto que merece una persona tan influyente, me pregunto si no bastaba un título más discreto para el cuerpo policial que ha de perseguir a la pobre gente que aspiraba a comer caliente una vez al día, por lo menos. Podía haber sido, incluso, una sección de los carabinieri, que tienen ya la competencia de fronteras. Un Ejército del Bien habría valido quizá contra la Mafia, que supone la existencia de un Ejército del Mal, probada para los de la sociedad secreta, pero injusta para los que aspiran a repartirse las sobras del banquete europeo. No merecen un nombre que intimide tanto. Es tan desproporcionado que hasta parece una burla. Si persisten en la idea inicial del nombre, no quedará más recurso que denunciar el asunto al Papa para que declare pecado la exageración.