Cuarenta años sin Martin Luther King

El Mundo, PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO, 04-04-2008

La lucha contra la separación entre razas que le costó la vida al líder afroamericano existe aún en EEUU aunque disimulada El 6 de abril de 1968, nadie podía imaginarse que algún día la calle 14 del Noroeste de Washington iba a ser una de las zonas populares de la ciudad, con el presidente de la Reserva Federal y su mujer haciendo compras allí los sábados por la tarde, y con algunos garitos famosos, entre ellos el Black Cat, discoteca fundada por Dave Grohl, una estrella de rock famosa por su participación en los grupos Nirvana y Foo Fighters.


Todo eso era inimaginable el 6 de abril de 1968, porque ese día la calle 14 del Noroeste quedó literalmente reducida a cenizas por una multitud de afroamericanos. Los manifestantes arrasaron las tiendas, los almacenes, los locales de prostitución y los establecimientos de ventas de bebidas alcohólicas. No fue un caso aislado. Ese día, hubo disturbios en 100 ciudades estadounidenses. El presidente Lyndon B. Johnson ordenó el despliegue de 50.000 soldados. Murieron cerca de 50 personas. Otras 26.000 fueron detenidas.


La causa de los disturbios se había producido dos días antes, el 4 de abril, a las 6 de la tarde, en el Motel Lorraine, en la ciudad de Memphis (Tennessee). A esa hora, el reverendo Martin Luther King había sido asesinado mientras charlaba en el balcón de su habitación con el músico Ben Branch acerca de la música que éste interpretaría en un mitin de apoyo a una huelga de empleados de la limpieza el día siguiente. Hoy, el Motel Lorraine es un monumento a los derechos civiles, y un lugar de peregrinación para los afroamericanos estadounidenses. Aunque su localización indica las contradicciones en la lucha por la igualdad de razas en EEUU: el Lorraine se alza en el centro de Memphis, una ciudad inhabitable y violenta. Y, como suele suceder en la mayoría de esos casos, poblada por afroamericanos.


La situación de los negros ha mejorado drásticamente desde el asesinato de King. Pero siguen ocupando uno de los escalones más bajos de la sociedad. Es cierto que en 1968 sólo había 300 negros en cargos electos en EEUU, y que hoy hay 10.000. Y que un negro, Barack Obama, tiene más papeletas que nadie para convertirse en candidato demócrata a la presidencia. Y que John McCain ha tratado infructuosamente de convertir a la afroamericana Condoleezza Rice en su candidata a la vicepresidencia. Pero no es menos cierto que los negros de Mississippi tienen la misma esperanza de vida que los tailandeses o jordanos.


En realidad, los afroamericanos, hoy, están más divididos que en la era de King. Por un lado, sus líderes oscilan entre el victimismo complaciente al estilo de Al Sharpton y el racismo antiblanco y antisemita de Louis Farrakhan y su Nación del Islam, heredera de Malcolm X.


Por otro, la aparición de una incipiente clase media negra – a la que pertenece Obama – ha acentuado las divisiones dentro de la comunidad. Finalmente, los estadounidenses prefieren pensar que la discriminación racial es cosa del pasado, lo que a veces da lugar a situaciones surrealistas, como cuando el Premio Pulitzer Wolf Blitzer exclamó en 2005 en la CNN al ver a los refugiados del huracán Katrina: «Son tan pobres… ¡y tan negros!».


Así que EEUU sigue sin cerrar las heridas abiertas cuando el racista blanco James Earl Ray asesinó a King. Incluso la mejoría de la calle 14 es engañosa. La zona no ha mejorado porque el racismo se haya acabado. Lo ha hecho porque la burbuja inmobiliaria ha disparado los precios y obligado a los negros a mudarse. La separación de las razas contra la que luchó King sigue existiendo, aunque más disimulada, en EEUU.

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