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Racismo y democracia

Diario Vasco, SANTIAGO ERASO, 29-02-2008

El ser humano tiende a desconfiar de lo que no conoce y teme a los que son diferentes, a los extranjeros, a los extraños. El racista reivindica su identidad para autoafirmarse y, en consecuencia, piensa que cualquier costumbre o hábito ajenos a su concepción de la vida, le amenazan. No le gusta que le rompan sus esquemas y certidumbres. Necesita sentirse resguardado, seguro y, por tanto, el miedo le provoca agresividad porque se siente amenazado y atacado; su comportamiento, tanto si se origina en un complejo de inferioridad como en otro de superioridad, siempre se basa en el desprecio.
Las migraciones han sido una constante a lo largo de la historia. El crecimiento demográfico, los conflictos políticos y las guerras siempre están acompañados de desplazamientos de población que buscan mejores condiciones de vida en otros lugares.
Los inmigrantes que llegan a nuestras comunidades están alterando la estructura demográfica y la configuración sociocultural de la población. A lo largo de las últimas décadas, nuestra sociedad se ha ido haciendo más plural y compleja gracias a la afluencia de personas de otras geografías, con maneras de ser diversas y formas de actuar variadas.
Las sociedades han perdido la homogeneidad con que se habían revestido en otras épocas. La fragmentación social convierte en una quimera la representación de la identidad como una unidad armónica y sin disonancias, con una territorialidad compacta y unas tradiciones aseguradas. Vivimos en un mundo de identidades compartidas, de pertenencias múltiples, de dependencias dispersas y, claro está, de soberanías complejas, de perfiles borrosos o difuminados. El antropólogo estadounidense Clifford Geertz afirmaba que hoy existen muy pocos países que coincidan plenamente con comunidades homogéneas. La yuxtaposición de distintos modos de vida y de grupos humanos diferentes es una característica irrenunciable de la cultura contemporánea. La heterogeneidad generalizada y la amalgama de formas sociales que conocen las ciudades actuales, no sólo son posibles, sino que resultan estructuralmente estratégicas para su desarrollo.
La prevención frente al extranjero y el miedo a los extraños dan lugar a sociedades cerradas, que tratan de defenderse con planteamientos jurídicos discriminatorios e invocando la exaltación de la homogeneidad cultural como condición ideal de convivencia. Por el contrario, Sami Naïr, en El Imperio frente a la diversidad del mundo indica que estas modificaciones estructurales de la organización social son procesos que nos obligan, ineludiblemente, a pensar en la profundización de la democracia para evitar la exacerbación del pánico y el auge de la xenofobia.

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