Inmigración y personas

La Vanguardia, Lluís Foix, 12-02-2008

La demagogia sobre la inmigración suele derivar implícitamente en una falta de respeto hacia la persona. Aunque pueda parecer políticamente incorrecto, pienso que la masiva llegada de inmigrantes a nuestra tierra ha sido uno de los factores más dinamizadores y positivos de los últimos años. Al fin y al cabo, todos procedemos de fugitivos de alguna parte, incluso los que podemos datar la llegada aquí de nuestros antecesores hace ocho siglos. Leo con asombro las propuestas que formulan algunos partidos sobre medidas que adoptarán si llegan al gobierno.

Los inmigrantes han de cumplir con sus obligaciones y tener los derechos sociales – sería justo que también los políticos-, como cualquier ciudadano. El dato de que un 60 por ciento de nuestra población reclusa es inmigrante es preocupante si este dato no se analiza. El mensaje sutil que se introduce es que aquí no hay ladrones, pillos, homicidas, tramposos y gentes de mal vivir. Los hay como en todas partes y ese diapasón que don Mariano se ha sacado de la chistera para medir las costumbres, habría que aplicarlo también a los autóctonos.

Es lógico que se establezcan cuotas de entrada y que se cumpla la ley vigente sobre extranjería. Pero si el costumbrómetro se aplica a los sobrevenidos, también pido que se nos someta a todos los que estamos o somos de aquí. El ruido de un grupo de inmigrantes divirtiéndose en la nostalgia de su soledad no es más ruido que el que se perpetra en tantos lugares de ocio de las ciudades.

Somos un país de aluvión desde hace siglos. Cuando salimos de una oleada, ya se divisa la otra. Me parece que es la demógrafa Anna Cabré la que afirma que sin las inmigraciones del siglo pasado, Catalunya tendría unos dos millones y medio de habitantes. Y seguimos siendo catalanes.

Hace muchos años oí decir al diputado conservador Enoch Powell, hombre culto que hablaba el griego y el latín como el inglés, apocalípticamente en los Comunes, que los inmigrantes presentaban tal amenaza que, como los romanos, veríamos mucha sangre aguas abajo del Tíber. No ha sido así. El Támesis baja más limpio que nunca.

Me quedo con el modelo norteamericano, en el que un negro puede ser presidente o un austriaco ultraconservador, gobernador de California. A un inmigrante hay que tratarlo como persona. Es lo que es.

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