Falsas amistades

El País, LUIS GARCÍA MONTERO, 09-02-2008

La memoria, facultad indispensable para conocer el futuro, también ayuda a equivocarse a la hora de interpretar la realidad. Algunas amistades formales se basan en un equívoco de significados. Las declaraciones de Miguel Arias Cañete, responsable de economía del Partido Popular, invitan a recordar el malhumor de los antiguos señoritos andaluces. Ese modo de despreciar al servicio y de lamentar la pérdida de unos camareros diligentes, que entendían las órdenes con exactitud y no llenaban de errores sus bandejas o sus sonrisas, se parece mucho al orgullo amarillento de los señoritos franquistas, acostumbrados a la obediencia temerosa, y enfadados al comprobar que la democracia iba cambiando las costumbres de una gente cada vez menos humillada, desde el campesino que trabajaba en su tierra hasta el guardia civil que le impedía cazar fuera de temporada. Pero basta recordar otras escenas para entender que en el racismo de Arias Cañete hay algo más que las viejas herencias franquistas. Al escuchar sus críticas sobre los inmigrantes ecuatorianos, que colapsan los servicios de urgencias de los hospitales públicos, cuesta poco trabajo recordar aquellos trenes andaluces cargados de emigrantes que necesitaban viajar al norte para huir de la pobreza. Hoy son las calles y las costas andaluzas las que se llenan de subsaharianos y latinoamericanos pobres en busca de un modo digno de vida. Algo muy importante ha cambiado, así que no podemos dejarnos engañar por las falsas amistades y creer que el Partido Popular representa una nostalgia franquista llamada a diluirse, como todas las nostalgias históricas, con el paso de los años. Las mentiras de Arias Cañete responden a la nueva derecha que está refundando sus valores y pelea con agresividad, en Europa y en los Estados Unidos, para imponer un futuro neoconservador sostenido por el mercantilismo radical, la mentira electoral institucionalizada y la desaparición de los servicios públicos y de la política.

La moral franquista desapareció en España antes de la muerte de Franco. Los españoles pudimos vivir en carne propia unas transformaciones vertiginosas que nos hicieron respirar de forma natural los aires de la libertad. Al baúl de los recuerdos pasaron represiones clericales y humillaciones políticas, que podían mantenerse acartonadas en el escaparate oficial de alguna institución, pero que perdieron su poder efectivo en el tejido social. El franquismo desapareció de la sexualidad, de la cultura, del trato entre los jefes y los empleados y de la política. Los ciudadanos aprendimos a vivir con orgullo y con dignidad, sin miedo a los poderes negros y a la represión oficial. A lo que asistimos ahora es a una refundación de unos nuevos poderes oscuros, que ya no tienen nada que ver con el franquismo, sino con una derecha extrema neoconservadora. No son señoritos andaluces, sino ejecutivos que quieren la esclavitud de una mano de obra ilegal, es decir, sin derechos, y que aspiran a que desaparezcan los amparos públicos para que los intereses privados y los contratos basura tengan las manos libres al hacer sus negocios. Arias Cañete no sabe lo que es una sala de urgencias llena de inmigrantes, porque visita a sus médicos privados, pero es muy consciente de que el futuro que él representa pasa por la destrucción del sistema público de salud. La moral puritana que hoy arremete contra las libertades, desde la existencia de una sexualidad libre hasta el derecho a una muerte digna, tiene uno olor cada vez más luterano. La hipocresía protestante ha sido siempre la moral propia de un capitalismo radical. Los obispos católicos se han puesto nerviosos porque ven que esta moral protestante los está dejando fuera de juego y puede acabar incluso con sus privilegios económicos. Confieso que yo estoy preocupado también. Ya me había acostumbrado a vivir en libertad.

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