Los nuevos vecinos

Una pareja que huye del bullicio de Bilbao, una joven rumana asentada en Amorebieta y una familia con tres hijos que vive en una casa en Alegría son ejemplo del proceso migratorio que vive el País Vasco

El Correo, , 01-02-2008

Sólo son tres ejemplos, de personas concretas, con nombres y apellidos, pero permiten hacerse una idea de los movimientos migratorios registrados en el País Vasco en los últimos años y el aumento de la población gracias a los inmigrantes.

ETXEBARRI POR BILBAO

Quien se pasee por la localidad vizcaína de Etxebarri con un callejero de hace unos años corre el riesgo de perderse. Recientemente se han inaugurado nuevas calles y urbanizaciones y el núcleo urbano ha ensanchado sus límites. Y lo ha hecho por obligación. Según datos hechos públicos ayer por el Eustat, Etxebarri ha registrado en los últimos cinco años un incremento de su censo cercano al 10% y supera los 8.000 habitantes. Centenares de nuevas familias, parejas jóvenes con hijos pequeños en su mayoría, han encontrado acomodo en el municipio, una población de la periferia de Bilbao bien conectada con capital vizcaína por el metro.

Iñaki Peláez buscaba calidad de vida y hace año y medio no dudó en deshacerse de su piso de Bilbao para entrar a vivir en uno nuevo en Etxebarri. Le tentaron «el precio, la seguridad y la tranquilidad de una zona menos ruidosa que Bilbao». «Aunque la vivienda ha subido mucho también aquí, es más asequible. Tenemos una hija adolescente y vivir enfrente del metro nos tranquiliza los fines de semana por la noche», reconoce.

Luis Andrés Bernal también reside en las inmediaciones del suburbano. Acaba de mudarse desde Santutxu. Ahora, cuando sale de casa, ve «verde». «Es muy lugar muy tranquilo y un chollo tener el metro tan cerca. Mi mujer y yo trabajamos en Bilbao y es como si viviéramos en una urbanización de las afueras», señala.

DE VITORIA A ALEGRÍA

La vida de la familia García dio un vuelco de 180 grados hace ocho años, cuando abandonaron su céntrico piso vitoriano y se trasladaron a un chalé de la cercana localidad de Alegría, a diez minutos de la capital alavesa. Un pueblo que ya suma 2.484 vecinos, un millar más que en la época de su desembarco.

El deseo de una vivienda más grande, la dificultad de aparcamiento, los ruidos y pequeños rifirrafes vecinales animaron a Javier García e Inmaculada Panuero a salir de la ciudad. «Este tamaño de casa y con cuatro habitaciones era inaccesible en Vitoria. Cuando llegamos aquí fue el ’boom’», resalta Inma con multitud de bolsas en sus manos y rodeada de sus hijos María, de 15 años, Jon Ander de 10 y el pequeño Xabier, de uno.

«En primavera y verano esto es maravilloso y en invierno los fines de semana hay una paz enorme, estamos encantados», destaca mientras los pequeños asienten con entusiasmo. Los días laborables son otro cantar. «Trabajo en Vitoria y Javier en Araia, entre ir y venir, recoger a los niños del colegio y demás, no paramos por casa». Sólo echa en falta «más servicios, como un transporte con mejores frecuencias».

UNA RUMANA EN AMOREBIETA

Cuando Emilia Nifanti llegó a Amorebieta hace cuatro años procedente de Rumanía era una de los pocos inmigrantes que compartían pupitre con los jóvenes de esta localidad. Hoy el instituto Urritxe en el que estudió los dos últimos cursos de Bachillerato reúne cerca de 40 inmigrantes. Llegó sola desde Constantza, una de las ciudades rumanas más importantes, para estudiar y labrarse un porvenir. Un sueño que le llevó a hacer sus maletas y desembarcar en la casa de una tía en Amorebieta.

«El primer año fue difícil». La soledad le llevó a buscar refugio en compañeras del instituto y en su novio que, procedente de su mismo país, vivía también en Amorebieta con un pariente. Muy al contrario que otros inmigrantes, Emilia no mantiene ningún vínculo con los 700 rusos-lipovenos que residen en la localidad. La movilidad de un alojamiento a otro marcaron los primeros pasos en su nuevo destino. Emilia se trasladó a vivir con una amiga. «Me trató como a una hija», agradece la joven. Tras medio año, la siguiente parada fue un piso de alquiler con su novio y un familiar.

A lo largo de este tiempo ha compaginado sus estudios con un trabajo de hostelería los fines de semana. «He tenido que trabajar muy duro», admite. Pero su esfuerzo se ha visto recompensado. Han pasado cuatro años y Emilia tiene su propio piso. Ya no trabaja. El empleo de su hermana y su novio que, con 26 años ha montado su propia empresa de construcción naval, la permitieron hace cuatro meses dedicarse de lleno a sus estudios universitarios. Eso sí, «hasta dentro de dos años que termino la carrera».

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