Un cuento chino

Una delegación de artistas procedentes del gigante asiático pasea estos días por la capital vizcaína el gusto selecto y refinado de la China imperial

El Correo, ITSASO ÁLVAREZ, 31-01-2008

Es un cuento chino, pero con fundamento real. Una delegación de artistas procedentes del gigante asiático pasa unos días en Bilbao. Invitados por la agencia de viajes Byblos Tours y pertrechados con los enseres característicos de la dinastía Tang, una de las más brillantes de la historia de China, la misma durante la que se desarrolla la película de ‘La maldición de la flor dorada’, invitan a asomarse a la orilla serena de las historias orientales.

A falta de emperador, integran el séquito gentes capaces de imitar el sonido de cuatrocientas aves con tan sólo soplar una flauta; están quienes bailan «como una flor de loto deslizándose sobre el agua»; también los capaces de dibujar en pocos trazos proverbios chinos de enorme sabiduría; y bailarinas de cuerpo fino y cara de muñeca de porcelana, con sus labios rojo sangre, sus pestañas infinitas y sus tocados imposibles de imitar. En el año de las Olimpíadas de Pekín, la mejor expresión del gusto selecto y refinado del imperio amarillo saca los colores a la capital vizcaína, donde llueve desde ayer y pinta un día gris, con sus atuendos de tonos chillones. El sábado celebrarán una gran fiesta en el Hotel Carlton ante doscientos comensales. Ni presidentes ni reyes, ante los que estos artistas están habituados a actuar. Hay más de 1.300 millones de chinos en el mundo; los que aquí siguen, son únicos. Y no es cuento.

GAO MING

Flautista

«Soy el Confucio de la música»

Guarda especial recuerdo de cuando tocó para Mao Tse Tung, también del presidente de Portugal, a quien hace poco tuvo ocasión de ver entre el público en su teatro. «Mi música procede de las partituras imperiales de la dinastía Tang», le explicó. Él dice que es una «melodía eterna» la que surge de combinar el aire que sale de sus pulmones con los tubos de cristal. Prefiere la flauta hecha con bambú, «corría peligro de quebrarse», y no quiso traérsela consigo, traduce la intérprete. El ‘Confucio de la música’, como le llaman sus compañeros, tiene discípulos por toda China a quienes transmitir su saber con este instrumento de viento.

Otros aires soplaban ayer en su cabeza. Quisiera Gao Ming que alguien le enseñara, a su edad, 64 años, la ópera ‘Carmen,’ su favorita. La tararea, incluso. También ha oído también hablar de otra historia occidental, la que menta al flautista de Hamelín, que con sus melodías arrastraba tras de sí a las ratas que poblaban las calles. China estrena la semana que viene el Año de la Rata, un buen año. «¿Qué cosas tienen los occidentales!», se asombra este hombre de sonrisa perpetua.

LI SHAN

Música de laúd

«Llevo vaqueros, como ustedes»

Hija única «por la política de planificación familiar del país», a sus 21 años, Li Shan, una joven intérprete de ‘pipa’, un tipo de laúd de cuatro cuerdas con diapasón incorporado, sueña con ser una gran concertista, actuar en un gran auditorio y escuchar el aplauso de un público entregado a la música celestial que mana de sus dedos. Nacida en el sur de China, su nombre viene a significar ‘bonito caminar’. Muestra los dedos de su mano derecha llenos de tiritas; las uñas postizas le ayudarán a mover las cuerdas con más fuerza.

Miles de años atrás, el laúd se puso de moda entre las mujeres de buena familia de la dinastía Tang. En cada una de las dos capitales del país, Chang’an, la occidental, y Luoyang, la oriental, se establecieron dos maestros. Uno se dedicó a preparar bailarinas, y el otro, a cantantes. Ambos grupos de estudiantes debían aprender a tocar instrumentos musicales como el que en pleno siglo XXI ha elegido Li Shan.

El sábado interpretará una melodía titulada ‘La noche de luna llena entre flores’, una pieza clásica muy conocida en China. La joven se ruboriza cuando se le pregunta por el vestido escogido. «Llevo un peinado imperial, como los que llevaban en aquella época». Las solteras, las casadas, las viudas… llevaban entonces el pelo trenzado de diversas formas. «Normalmente no voy vestida así, utilizo vaqueros y sudaderas modernas, como todas las chicas de mi edad. Los chinos no comemos pan como ustedes, pero no somos tan distintos como piensan algunos», advierte. Eso sí, como muchos de sus compatriotas es una fanática de los toros.

HU SHU GIIN

Calígrafo

«¿Y un Velázquez en papel de arroz?»

«Provengo de una tierra donde por cada piedra que levantabas del suelo aparecía un emperador. Acabé siendo calígrafo». Cuadrados y líneas angulosas salen de su pulso sin rastro de tembleque. Capaz de plasmar 20.000 caracteres chinos, a Hu Shu Giin le basta una buena tinta, una piedra para disolver, un pincel y papel de arroz. Pintura y caligrafía forman un solo en China. «Al principio se escribía sobre acontecimientos importantes en los caparazones de las tortugas y en los huesos de animales», explica. Se ofrece a escribir su nombre, y lo hace con un boli ‘bic’, sobre una hoja cuadriculada, de izquierda a derecha.

Hu Shu Giin lleva consigo un presente. Una composición en blanco y negro de dos osos panda, símbolo nacional de China, comiendo sobre un árbol. «Me hubiera gustado traer estos animales en carne y hueso, pero no tengo autoridad», bromea. De la cultura española admira los bailes «picantes» y las pinturas de Velázquez.

Explica que la diferencia está en que «la pintura china es fácil de mirar, aunque difícil de evaluar». Por eso, como si de un «injerto botánico» se tratara, Hu Shu Giin apuesta por llevar a cabo un intercambio: caracteres chinos sobre lienzos y óleos sobre papel de arroz. «Un Velázquez en papel de arroz», suelta. Y se ríe a carcajadas, «porque así se ganan años de salud».

LU QING

Bailarina

«No llevo los pies vendados»

Los chinos han pasado a los anales de la Historia por su nutrida corte de concubinas. Hubo un emperador, Wudi, que llegó a tener más de 18.000, aunque sus predilectas no eran más de 50. Lu Qing no lo es ni ha tenido que someterse al doloroso trance de vendar sus pies para realzar la danza que practica sobre el escenario, pero lo aparenta, al menos en su forma suave de hablar en susurros y en su cara blanqueada por el maquillaje. Ataviada como tal, es la primera bailarina de su compañía, formada por cerca de doscientos integrantes. La encargada, por tanto, de ejecutar los pasos principales.

Fue su madre la que la introdujo en este arte cuando tan sólo era una niña de seis años. «Ella quiso aprender, pero de mayor es más difícil, así que me apuntó a mí a una escuela de danza», explica la joven, de 22 años. Se priva de arroz y de harina. «El maestro me dice que no conviene que coja calorías de más». Ensaya tres horas diarias. Y, cuando no, es una chica a la que le gusta «recorrer los comercios, comprar ropa, ir a cantar a los karaokes con mis amigas, practicar yoga…». Taichi no, «eso es para los mayores, son movimientos que requieren mucha concentración espiritual».

NIE WEN HUA

Especialista en cambio de máscaras

«La que traigo hoy es mi cara»

Cuando el común de los mortales tenemos buena o mala cara según amanezca el día, Nie Wen Hua puede tener hasta ocho distintas. Su talento consiste en trasmutar su rostro, cambiándose unas máscaras con asombrosa velocidad. «Un cambio por segundo. Tardé tres años en conseguir tres cambios, requiere mucha concentración». ¿Cómo lo hace? Ahí está su magia, su misterio, su saber. «Accedo a actuar fuera de mi país sólo si me dan una habitación de hotel para mí. Nadie puede conocer el secreto de este arte, ni siquiera mis compañeros de viaje. Además, mis maestros no me han permitido todavía transmitir el arte del cambio de máscaras», revela. Y, para despejar toda duda, advierte de que «la que traigo hoy es mi propia cara», con una sonrisa de carne y hueso.

Las máscaras son tan bellas como las ‘performances’ que prepara casi a escondidas. Alrededor de un centenar de personas en China conoce este «tesoro nacional». Cada una de las ocho caretas de Nie Wen Hua se corresponde con un personaje de la ópera de Pekín. El maestro más importante de China es capaz de lograr más de una docena de cambios. «Tengo que ensayar más», reflexiona esta mujer.

i.alvarez@diario-elcorreo.com

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