Pakistán, capital del Raval

El arresto de una célula de presuntos islamistas dispuestos a atentar contra los transportes públicos de Barcelona eleva el temor y la desconfianza hacia una comunidad que domina el barrio

Las Provincias, JUANMA MALLO, 27-01-2008

Los primeros llegaron hace más de treinta años. De forma sigilosa. En silencio, tomaron el Raval, por aquel entonces un barrio barcelonés marginal, enfermo y casi un erial por efecto de las drogas, la prostitución… La delincuencia. Sin meterse con nadie, ellos ocuparon esos locales vacíos para abrir los más variados comercios. Poco a poco, se han adueñado de esta zona enmarcada en el distrito de Ciutat Vella, la han convertido en el núcleo de su comunidad en España. Su capital. Suponen casi el 10 % de la población de un enclave que dista bastante de aquel espacio tétrico y lúgrube, territorio vedado para el visitante. Es la comunidad pakistaní, un grupo heterogéneo, trabajador, pacífico, cerrado y religioso – según su propia definición y la de algunos vecinos – que nunca ha atormentado a las autoridades locales. No son los que encabezan esa estadística policial negra que recoge los delitos menores. Son otros. Ahora, en cambio, están de actualidad. La detención de un grupo de presuntos islamistas dispuestos, en teoría, a atentar contra los transportes públicos de la Ciudad Condal les ha hecho saltar a las primeras páginas. Y ha provocado que los habitantes del Raval les miren con cierto temor y se haya acrecentado su aislamiento, algo que los representantes de esta comunidad asiática niegan. Una sensación, sin embargo, que se constata sólo con darse una vuelta por la barriada.

Es jueves. El Raval aún se despereza. Han pasado doce horas desde que a última hora del miércoles se ordenase el ingreso en prisión de diez de los arrestados. A simple vista, poco ha cambiado en este barrio multicultural, con setenta nacionalidades. La mayor parte de las tiendas han levantado la persiana, la gente pasea por las calles en el aburrido devenir de cada día y la guardia urbana efectúa sus rondas de vigilancia.

Pero en esta estampa rutinaria hay pequeños detalles que desentonan, que diferencian esta jornada de la precedente. La panadería – pastelería Ayub, propiedad del primogénito de uno de los dos presuntos líderes ideológicos de la célula yihadista, está cerrada; los residentes observan con cierto recelo a los pakistaníes, algunos de los cuales han sido recibidos en sus puestos de trabajo al grito de “terroristas”; y hay más efectivos policiales en la calle: “Sí, hay más agentes. Pero es para decir a la población que esté tranquila, que todo está bajo vigilancia”, reconoce Javed Ilyas Qureshi, presidente de la Associació de Treballadors Paquistanesos de Catalunya. Aunque eso no sirve: “Es aterrador pensar que aquí hay un grupo de Al Qaida”, se duele una vecina, que se ampara en el anonimato. Marca de la casa.

Como cabeza visible de un grupo que reúne a sus compatriotas, Ilyas se muestra abierto. Ofrece un té de hierbabuena al visitante nada más recibirle en su local de la calle Robador, nombre apropiado para una vía angosta, donde aún pervive aquel Raval que se ha ido, en el que las prostitutas ofrecen sus servicios a pleno sol y los drogadictos intercambian tranquimazín para calmar el mono. Al igual que la mayoría de los pakistaníes que han aterrizado en España pertenece a la clase media de su país: son pilotos de avión, licenciados en todo tipo de materias… “Los peones allí ganan sólo tres euros al día. Y venir aquí cuesta casi 12.000”. Experto en Ciencias Políticas, habla sin tapujos. Reconoce el carácter cerrado de sus compatriotas. “Es cierto que no hay integración. No hay problemas, pero eso genera un conflicto”, recalca este musulmán laico.


Doble discurso

Su discurso, sin embargo, choca con el de otros representantes de su comunidad; una muestra de la división y la diversidad de opiniones que existe dentro del grupo. “Nos llevamos bien con todo el mundo. Vivimos de maravilla. No sé porqué la gente dice que somos cerrados”, se sorprende Mohamed Iqbal, portavoz del Centro Cultural Islámico Camino de la Paz. “Yo no siento que nadie me mire con recelo. Todo el mundo tiene sus negocios, vivimos de ello, así que estamos en sintonía con la gente. Nosotros compramos en los comercios de la gente de aquí y ellos en los nuestros”, explica Aftzaal Ahmed, vicepresidente de la Asociación de Pakistaníes de Cataluña.

Es cierto. Pero no es menos verdad que hay grupos de población que carecen de esta visión idílica. “No podemos tenerles confianza porque esta gente no se relaciona con nosotros. Prefieren reunirse entre ellos y hacer como que no te entienden”, censura un residente, amparado en el recurrente anonimato. Y eso ocurre. Al entrar en los comercios y preguntar si comprenden el castellano, el periodista recibe un elocuente “sí” como respuesta. Pero cuando la conversación se extiende, se encierran en una burbuja de autoprotección y afirman que no pueden decir nada.

Todo cambia cuando están juntos. Se les ve reír en los kebab, bromear en las puertas de los surtidos colmados, que abren las 24 horas – “cerramos si viene la guardia urbana” – y presentan escaparates con bebidas alcohólicas como casi único reclamo, aunque dentro hay arroz y legumbres de origen asiático. Pero su lugar de reunión por excelencia son los oratorios. Son centros de enseñanza de castellano, de urdu, de catalán, a los que acuden hombres, mujeres y niños. También del Corán. Y se reza. Ahí surgen las dudas, la incertidumbre de la población autóctona. “Muchas veces nos juntamos y oramos toda la noche. La gente se mosquea y piensa que qué hacemos”, asume Aftzaal Ahmed. Por eso pide una regulación por parte de la Administración. “Así no habría dudas”.

Con él coincide el presidente de los trabajadores. Es uno de los puntos de unión entre ambas partes, la laica (minoritaria) y la creyente. Aunque Ilyas es muy crítico con estos centros – en el de la calle Hospital, el más importante de la Ciudad Condal, se arrestó a gran parte de la célula islamistas – . “Si una persona reza mucho no pasa nada. El problema es lo que dice el imán. Son discursos del Antiguo Régimen y eso provoca cambios de mentalidad de los jóvenes, les comen la cabeza, les dicen cosas que no son reales…”, reprocha. Entre estas consignas, según este dirigente, está el de “despreciar al mundo occidental, decirles que es nuestro enemigo. Es propaganda, que hace que mucha gente, la mayoría, se encierre en sí misma”. Y los detenidos, de hecho, eran seguidores de una corriente, Tabligh a Jamaa, que defiende la versión más rigurosa del Islam.

Sean de un grupo o de otro, todos gozan de una seña de identidad: trabajan a destajo. No sólo en sus tiendas de alimentación, en sus peluquerías, en sus comercios de telas y confección de vestidos, en sus incontables locutorios, en sus establecimientos de venta de teléfonos móviles, en sus restaurantes y en sus tiendas de viajes en los que los vuelos a Islamabad, Lahore y Karachi compiten con los circuitos de vacaciones en Túnez, Sicilia y Tenerife. También son empleados por cuenta ajena.

Se les puede ver de camareros en un curioso restaurante vasco de Las Ramblas o un pub inglés cercano al Ayuntamiento. También de auxiliares en el aeropuerto, de taxistas – 80 en total – . Aunque en los primeros tiempos, en los noventa, se dedicaban a la construcción (aún supone el 40% del empleo), a la venta ambulante de flores, de butano… En esta última labor se afana Usman, un joven risueño que subsiste gracias a las propinas que le dan los vecinos. “No tengo papeles y vivo de la caridad de la gente”, resalta.

Su bigote, su tez morena, y su abundante pelo, con raya para un lado, le delatan. Señas físicas comunes a todos sus paisanos. En cuanto a la ropa: vaqueros, camisa a cuadros y unas cazadoras de cuero pasadas de moda. Éste es el vestuario masculino. El femenino, en cambio, es más variado. Se puede a ver a mujeres y adolescentes con pañuelo. A otras sin él. Alguna, incluso, emplea una bufanda del Real Madrid para cubrirse la cabeza. “Cada vez lo utilizan menos”, apunta Abid Hussain, vicepresidente de los trabajadores. Es un signo de la lenta normalización de la presencia femenina pakistaní en el Raval, un barrio con un atrayente y penetrante olor a especias, atestado de carteles y rótulos con grafías árabes. Pocos en castellano.


Reducto minoritario

Su llegada, al igual que la de los hijos, se ha producido en los últimos cinco años gracias al proceso de reagrupación familiar. Es lento. Las asociaciones calculan que hay más de 3.000 expedientes a la espera de ser tramitados en la embajada de España en Islamabad. Por eso aún son un reducto minoritario, menos del 14 %. Y con el trabajo como territorio vedado. “Pregunté a una persona con siete comercios que porqué su esposa no le ayudaba. Y él me dijo: ’si ella trabajara, la comunidad pensaría que yo no soy lo suficientemente hombre como para mantener a mi mujer”, relata Nuria Paricio, directora gerente de la Fundación Tot Raval, entidad dedicada a mejorar las condiciones de vida en el barrio. Ella, hija de inmigrantes aragoneses, defiende a los pakistaníes, el quinto grupo de extranjeros más numeroso en Barcelona con 13.593 integrantes (4.465 en el Raval), tras los ecuatorianos, bolivianos, italianos y peruanos. “No hacen nada diferente a los que venían de otros puntos de España. Trabajar y trabajar para labrarse un futuro. Su principal preocupación, por tanto, no es ser amigables. Claro que no se relacionan mucho, pero es que tampoco tienen tiempo”, asevera.

De ahí que la palabra ocio no entra en su vocabulario. “¿Tiempo libre? ¿Qué eso? Yo no tengo tiempo libre”, resalta el portavoz de Camino de la Paz, con sede en el oratorio – hay seis en el Raval – de la calle Arc del Teatre. De todos modos, han formado su propio club de criquet, el Minhaj Cricket Club, reciente ganador de la Copa de Europa, y disfrutan con el fútbol y el habbadi, una mezcla de rugby y lucha libre.

Pero son actividades minoritarias. Quieren trabajar por encima de todo. Para juntarse con sus familias, para comprar un piso, para labrarse un futuro. En sus planes, sin embargo, no entra la integración. “Ahora mismo, los que rigen la sociedad son los padres. Habrá que esperar a los hijos para ver lo que ocurre”, reflexiona Paricio. De momento, acuden al colegio con españoles, bolivianos, ecuatorianos, filipinos… Incluso hay bodas entre pakistaníes y mujeres de otras nacionalidades. Pero hay un problema, y no son las recientes detenciones, aunque han sido “un golpe muy duro”. No. “Mucha gente sólo piensa en el Islam. Y eso dificulta la integración”, se lamenta Ilyas en el corazón de Pakistantown, como algunos ya conocen al Raval.

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