El Chinatown de la capital crece en Usera

El País, PATRICIA ORTEGA DOLZ, 27-01-2008

Los dedos de Yenay amasan pacientemente la pasta de harina de arroz. Una y otra vez, con los antebrazos metidos dentro del barreño de plástico verde con florecitas. Hace las empanadillas una a una (Shen Jian Bao, las típicas elaboradas en las calles de Shanghai), pellizco a pellizco de masa relleno de carne, todas las tardes en el salón pequeño de su restaurante, la zona más lúgubre de un local oscuro y destartalado, con escasa ventilación y una especie de puerta secreta que da a la galería comercial de la calle de Hermosilla, en el barrio de Salamanca.

Su negocio, en el que participa toda la familia (marido e hijos, primos…), no tiene más nombre que “Restaurante chino”. Y siempre está lleno, de chinos. Familias chinas enteras, jóvenes y viejos, vienen de todas partes de Madrid, pero sobre todo del distrito de Usera, a comer y cenar en este restaurante casi anónimo, cuya especialidad son los sabores de Shanghai, el lugar del que vinieron Yenay y su familia hace 10 años. En esa especialidad culinaria, y en el hot pot (una especie de fondué china en donde se cuecen toda clase de verduras, carnes y mariscos) está el secreto de su éxito y uno de los síntomas más claros de la implantación de la comunidad china en Madrid: comida china para chinos.

“A los chinos les encanta comer y probar especialidades de otras zonas de su país, porque la cocina china es muy rica y variada, ahora somos más y ya no abrimos restaurantes para españoles sino para otros compatriotas”, explica en perfecto castellano Blanca la hija de Yulan Ye, la presidenta de la Asociación de Chinos en Madrid, una de las primeras familias que llegó a la ciudad hace 18 años procedente de Wenzhou (Costa Este del país asiático). En la Comunidad de Madrid viven hoy 33.942 chinos (de los 107.000 que hay en toda España), según datos del observatorio de la Comunidad – 26.569, según los datos del INE – de los que casi 19.400 lo hacen en la ciudad y, de éstos, 4.000, según el padrón municipal, se han establecido en el distrito de Usera, hasta representar el 3,4% de sus 116.800 vecinos. En Usera crece hoy el Chinatown madrileño.

“Todo lo que quieras de China lo encuentras aquí”, dice el hijo de Yenay, que va a comprar a un supermercado chino de la calle de Rafaela Ibarra, una de las principales arterias de Usera, en la que se concentran decenas de negocios chinos de todo tipo. Basta con darse una vuelta por allí, o por la calle de Dolores Barranco (en el barrio de Pradolongo, uno de los más antiguos del distrito) para comprobar que es una zona en la que China se ha hecho fuerte.

“Sus locales pueden representar ya el 40% de los comercios del distrito”, dice Juan Carlos Martín, presidente de la asociación de vecinos de Cornisa, una de las más activas del barrio. “En algunas zonas, como en la calle Dolores Barranco, el 85% de los comercios son propiedad de ciudadanos chinos porque ya no se limitan a la alimentación, ahora ya venden calzado, ropa, tienen bazares, peluquerías, talleres textiles…”, cuenta y asegura que el fenómeno de asentamiento en la zona se ha producido de forma más patente en los últimos cuatro años: “En 2004 teníamos sólo tres alumnos chinos en nuestras clases de español y ahora tenemos una lista de espera de 60”, dice.

Sin embargo, el aspecto de este chinatown madrileño no tiene nada que ver con el de Londres o con el de Nueva York. No hay grandes puertas chinas labradas, no predomina el color rojo en las calles, ni los dorados ni los luminosos, ni los farolillos. A este chinatown hay que asomarse.

Lo que a primera vista puede parecer un almacén, un garaje o un comercio sin nombre, es una casa de comidas, un locutorio, una librería o una tienda de regalos o comestibles. A cada paso un comercio distinto con una oferta diferente. Y, en este sentido, es más china o más Pekín que cualquier barrio caracterizado como chino de otras partes del mundo.

Esta zona de Usera es la misma en la que, por primera vez, unos ciudadanos chinos, propietarios de un locutorio, se atrevieron a denunciar a principios del año pasado que varios “supuestos policías” les pedían la cartera a sus clientes y les robaban el dinero que llevaban con la excusa de querer ver su documentación. “No hemos vuelto a tener ningún problema”, dice Fuxiao Lou, de 27 años y a cargo del establecimiento: un antiguo garaje que, a base de meterle sillones y terminales de ordenador, ha terminado por convertirse en un ciber lleno de adolescentes asiáticos dándolo todo con los videojuegos. Aquella denuncia, y la posterior reunión que mantuvieron con la delegada del Gobierno, Soledad Mestre, fue una muestra más de que la comunidad china cobraba fuerza en el barrio progresivamente y renunciaba a la sumisión y al silencio que les caracterizó históricamente, para pasar a usar los recursos y a reivindicar sus derechos en la sociedad madrileña.

La presencia china crece en Usera desde que empezaran a asentarse allí estos inmigrantes orientales a finales de los años noventa atraídos por alquileres baratos (el precio medio del metro cuadrado es de 3.222 euros en vivienda nueva frente a los 3.978 de media del resto de la ciudad; y de 3.229 euros en vivienda de segunda mano frente a los 4.277 de media en Madrid).

Nada más salir del locutorio de Fu, en la manzana de enfrente, encontramos una antigua farmacia en plena metamorfosis: en cuestión de minutos será un restaurante chino de comidas rápidas. Basta con pegar con cuidado dos enormes letras rojas chinas en los ventanales del austero local (cuatro mesas de madera y un mostrador – expositor) para achinarlo, independientemente de que la cruz verde de la farmacia continúe en la fachada. Ye Xia (rebautizada como Elena: 19 años, vestido rojo ajustado y botas) dirige la operación para que las enormes letras queden rectas. ¿Qué pone? “Casa de vino”, responde Elena.

Llegó con sus padres, que apenas hablan español, hace cuatro años desde un pueblecito llamado Qin Tian, en la provincia de Zheijiang. Hace dos años trabajaban en un restaurante y ahora han conseguido la máxima ambición de todo chino que se precie: montar su negocio.

Así es como funciona y ha funcionado esta comunidad. “Llegamos con el contacto de un familiar o amigo, buscamos un sitio barato donde vivir (hace 10 años Usera era el sitio perfecto – con la renta per cápita anual más baja de la ciudad unos 8.000 euros frente a los 12.000 de media – ), empezamos trabajando para otro compatriota, y después, si podemos, montamos nuestro propio negocio en la zona donde vivimos o cerca”, explica Blanca. “Luego, sólo intentamos que las nuevas generaciones que nos sucedan tengan más oportunidades y vivan mejor”, añade. Asegura también que todos los inmigrantes chinos cuentan con la comprometida ayuda de los que les han precedido en la inmigración: “Es como una máxima, nos ayudamos mucho entre nosotros, sabemos que el bien de uno es el bien de todos”.

Otra de las claves de la implantación de la comunidad china y una característica de su manera de emigrar es llevar a los hijos con ellos: "Es lo primero que le dijo mi tío a mis padres, cuando él ya estaba aquí: “Tráete a los niños porque ellos serán tus intérpretes”. Los menores aprenden el idioma con mucha facilidad. “Me volví tan imprescindible para mis padres que no podría dejarles tirados con el restaurante, me necesitaban para cualquier papeleo”, recuerda Blanca de aquellos primeros años. Ahora regenta un próspero negocio de venta al por mayor de ropa infantil.

Pero en Usera, cada vez hacen falta menos intérpretes de español y más de chino y ocurre cada vez más que los nuevos negocios están dirigidos a los miembros de su comunidad. En la librería china, donde hay desde libros de texto hasta películas, hay dos mujeres al mando incapaces de decir una palabra en castellano. Algo parecido ocurre en la peluquería de enfrente, anunciada con letreros en chino y con bastante actividad y clientela fundamentalmente asiática. En el supermercado, pocos metros más adelante, su dueña, procedente también de Wenzhou, sólo alcanza a decir dos palabras en español: “Barato” y “gracias”, pese a llevar más de 14 años en España. Su hija Luna, de 24 años, lo habla a la perfección y comenta que por ese supermercado, donde hay desde toda clase de noodles ¡hasta cangrejos vivos!, pasan todos los chinos de Madrid. Ella va alquilar el local de enfrente “para montar una tienda de regalos para las bodas chinas: invitaciones, cajitas con caramelos y todas esas cosas”. Cosas de chinos para chinos. Así, crece y crece el Chinatown madrileño.

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