Del crícket al temporizador

ABC, 25-01-2008

TEXTO: MARÍA JESÚS CAÑIZARES

FOTO: YOLANDA CARDO

BARCELONA. Hubo un tiempo en que los vecinos del Raval sabían quién era la prostituta del barrio, quién era el «chorizo» al que se podía reclamar el radiocasette robado o qué tienda regentaba el marroquí recién llegado. Hubo un tiempo en que, en ese barrio canalla, había marginalidad y conflictos interraciales, pero perfectamente localizables y controlables.

Pero llegó un día en que la arrolladora Barcelona del diseño quiso convertir el antiguo barrio chino en ejemplo de multiculturalidad y, tras una sensacional operación urbanística, la administración catalana permitió la avalancha de inmigrantes procedentes del Magreb y, más recientemente, de Pakistán. El efecto llamada desbordó las previsiones y, actualmente, el barrio se ha convertido en un foco de pisos patera, enfrentamientos entre etnias y comercios que, según algunos vecinos, huelen a «tapadera». Ése es el entorno de los islamistas que, según la Audiencia Nacional, iban a atentar el pasado sábado en el transporte público de Barcelona. Pero lo más triste es que, para muchos vecinos, la noticia no ha sorprendido.

«Hemos visto de todo»

«Aquí ya hemos visto de todo», explica Dani, empleado de una tienda situada en la calle Riera Baja. Asegura que ha tenido que sacar a sus hijos del colegio del Raval y matricularlos en otro barrio porque «aquí no aprenden. La única preocupación de la administración es proteger a paquistaníes y magrebíes. Ya casi no quedan blancos en este barrio. Y luego nos acusan de ser racistas», asegura este joven, quien lamenta el abuso que se hace del concepto de multiculturalidad. «Eso está muy bien para los políticos, que así pueden hacer un balance positivo de cuatro años de mandato, pero no para quienes vivimos aquí», afirma.

En su opinión, en los últimos años el Raval ha cambiado mucho y nadie conoce a su vecino. «Ahora sabemos que hay muchos paquistaníes, pero no sabemos cómo consiguen tanto dinero para abrir comercios y comprar bloques enteros de edificios», afirma Dani. Sí sospecha que existe un cierto trato de favor por parte del Ayuntamiento. Y eso, advierte, «genera malestar y la sensación de que ellos lo tienen más fácil, pese a que todos pagamos impuestos».

Lujo y miseria

En efecto, la población paquistaní se ha disparado en los últimos 20 años, sin que hasta ahora protagonizaran ningún conflicto. «No son problemáticos, son más folloneros los marroquíes», afirma una anciana que toma el sol en la Rambla del Raval, lugar de contrastes donde convive un hotel de tres estrellas con pisos depauperados, restaurantes de lujo con tiendas de kebab. Un lugar donde, de vez en cuando, se podía ver a jóvenes paquistaníes jugar al crícket, mientras que los muchachos magrebíes prefieren jugar al fútbol en la plaza del Àngels, junto al ultramoderno edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, otro de los experimentos dinamizadores del barrio.

Para José y Paqui, que regentan una cafetería en la calle Hospital, es un misterio el gran volumen de dinero que mueve el colectivo paquistaní. «Muy limpio no debe ser», opina Paqui. Para esta pareja, que desde hace 19 años dirigen este establecimiento, tampoco ha supuesto una sorpresa las detenciones ni las intenciones de cometer un atentado.

«Eso sólo es la punta del iceberg», afirma José. Durante esos casi veinte años de presencia en el barrio, este hostelero ha asistido a continuos cambios de negocio en locales que han pasado de mano en mano con extrema facilidad, si se tiene en cuenta la complejidad que supone conseguir una licencia municipal de actividades. «Al menos, para los que no somos musulmanes, cuesta mucho. Yo he tardado años en conseguir un permiso para reformar el local. Pero esa tienda de móviles de ahí al lado – señala a través del cristal de la cafetería – , antes fue una tienda de ropa que dirigía un marroquí, que después lo convirtió en bar y, cuando se hartó de tantas peleas, dejó el local», explica José.

Este joven conoce a Nadib Ayub, hijo de Mohammed Ayub Elahi, uno de los supuestos terroristas encarcelados. La pastelería donde trabaja permanecía ayer cerrada. «No he podido abrirla. No me encuentro bien», asegura visiblemente abatido. También estaba cerrada la mezquita Tariq bin Ziyad, donde se practicaron varias detenciones. Situada en la calle Hospital y frecuentada por seguidores de la ideología Tabligh, se trata del centro de rezo musulmán más grande de Barcelona. Su imán, Lacen Saaou Haysun, guardaba silencio. Un silencio que se extiende a toda la mezquita.

«¡Terroristas, terroristas!»

Y es que existe un cierto halo de misterio en torno a este centro y que despierta recelos en el propio colectivo paquistaní. «Yo creo que la mezquita está mal gestionada. Es la única del mundo donde se prohíbe la entrada a los no creyentes. Desde fuera, parece que hay algo oculto. Eso debe cambiar. La Generalitat debería obligar a abrir sus puertas», afirma Javed Ilyas Qureshi, presidente de la Asociación de Trabajadores Paquistaníes de Cataluña.

Nada que ver con el templo sij situado en la calle Hospital y que invita al «infiel» a visitar sus instalaciones. «Por favor, pase. Haga fotos si quiere. ¿Quiere comer con nosotros? No, no.., esto no es la mezquita», comenta un amable joven hindú. En la calle, unos chavales ociosos intentan asustar a los transeúntes al grito de «¡terroristas, terroristas!». Así es el Raval.

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