Diez voces, una mujer

Diario de Noticias, 12-01-2008

Z ULMA es un nombre femenino de origen árabe que significa fuerte, sociable y con sentido del humor. También inquieta y curiosa, además de interesada por las personas que viven a su alrededor. Características, todas, que se encarnan en las diez mujeres reunidas por la asociación Alter Nativas en un documental dirigido por Blanca Oria y Juan Zapater y presentado ayer en el Museo de Navarra.

Financiado por el Plan de Igualdad del Ayuntamiento de Pamplona y por el Instituto de la Mujer del Gobierno de Navarra, Las vidas de Zulma presenta a África, Mariela, Xiao Jun, Cristina, Akos, Tina, Hakima, Ana Gabriela, Hui – Lan y Nelly, que, a través del mosaico de sus vivencias, opiniones y reflexiones, componen el retrato simbólico de una mujer inmigrante en la Navarra actual. “No se trataba tanto de contar la historia de cada una de ellas como de tomar retazos de sus vidas que ofrezcan una imagen más universal”, señala Blanca Oria, realizadora y montadora de la película grabada a finales del año pasado en distintas ubicaciones de Pamplona y su entorno. Universal a la vez que cotidiana y, sobre todo, normalizada, “porque no hemos querido plasmar el fenómeno de la inmigración como se suele hacer, destacando lo trágico y lo escabroso”, sino más bien “hablar con ellas en su vida diaria”. Se trataba, en definitiva, de huir de la tentación de fisgonear en sus sentimientos para “ahondar en su humanidad” y tomar “una radiografía de su alma más que de sus vísceras”, añade Juan Zapater, que ha hecho las veces de cámara en este documental que ha condensado diez horas de grabación en 45 minutos.

Desde un lugar escogido por ellas para la entrevista, a veces un rincón de la ciudad, otras su casa o su puesto de trabajo, las diez mujeres van abordando diversas cuestiones que les afectan en su día a día, conformando una estructura armada en bloques temáticos. Como el instante de la llegada a una ciudad nueva, que la joven Mariela, de Chile, vivió con tristeza. “No me adaptaba y parecía que nadie se daba cuenta; me pasé todo aquel primer verano sola”, recuerda. Y su compatriota Ana Gabriela, que apenas se trajo un par de maletas y mucha memoria en los bolsillos, tiene grabado aquel día, 22 de abril de 2001, en el que tomó el avión rumbo a España, dejando atrás un hijo y amigos. Para Hayima, saharaui, el choque fue paulatino, ya que, tras la muerte de su padre en la guerra, lleva saliendo de los campamentos desde 1995, y en la actualidad vive con una familia de acogida en Leitza. Una veterana en esta experiencia es Tina, brasileña que lleva 23 años en España y todavía se acuerda de la añoranza que surgió al cabo de los primeros doce meses fuera de su país. “Supongo que es entonces cuando te das cuenta de que seguramente no vas a volver”, apunta.

La nostalgia se asoma a menudo en los testimonios de estas mujeres, que echan de menos el color de sus países y la forma de ser de su gente. “Al principio me faltaba la música y la comida”, confiesa Cristina, de Gahna; y su hija, Akos, reconoce que en los primeros momentos le sorprendía mucho el trato a los mayores: “Allí lo tenemos muy claro y los respetamos muchísimo”, dice, y ríe al rememorar lo contrariada que se sentía, “pensaba que me chillaban”, por el tono de voz que se emplea en estas latitudes.

De Nigeria, África, nacida en Pamplona y criada allí entre los 4 y los 17 años, admira “lo trabajadora que es su gente”, impotente, muchas veces, por no poder mantener a su familia; “lo que les conduce a las pateras”. Nelly evoca el paisaje de Colombia, aunque reconoce que la pobreza ha generado pillaje y delincuencia. Y Xiao – Jun, de China, afirma que se encuentra muy bien en Navarra, aunque “como soy hija única, llamo todas las semanas a mis padres”. Las comunicaciones, sobre todo Internet, juegan un papel fundamental en el territorio emocional de las protagonistas. Ana Gabriela opina que estos medios son “un lujo” para un inmigrante, pero “es la forma que tenemos de no perder el contacto”.

Y del territorio de los recuerdos a las coordenadas de su realidad en Pamplona, donde dicen sentirse a gusto. Mariela destaca el servicio de salud, “en Chile te enfermabas hasta del bolsillo”, declara. Y aunque a Hui – Lan, de Taiwán, le costó un poco el castellano y no le gusta que el domingo cierren las tiendas, reconoce que aquí se vive bien, “con muchas vacaciones”. Akos subraya la prisa que impregna el ambiente, “no hacemos otra cosa que correr, aunque nadie nos persigue”, y su madre, Cristina, se queda con el verde que alfombra calles y parques. Para Nelly, doctorada, los pamploneses son bastante cerrados, “sobre todo en los círculos académicos”, y Tina remarca que, a diferencia de la hospitalidad brasileña, “aquí no es costumbre que la gente te invite a su casa”. Tampoco es habitual el contacto físico, que la gente se abrace y se bese, y Ana Gabriela lo añora, aunque valora la “seguridad y tranquilidad que se siente aquí al pasear por la calle”.

Y, por fin, el regreso. O no. Quizá Akos volvería, “aunque dependería de las circunstancias”, pero Hayima sólo regresaría al desierto para ayudar, “porque vivir allí es muy duro”. Mariela viajaría a Chile “a impartir cultura, pero como no me pagarían mucho, tendría que ir con los bolsillos llenos”. África lo tiene claro: “Mi padre se jubila y vuelve a Nigeria, pero yo soy muy feliz aquí”. Tina optaría por pasar “sólo las vacaciones” en Brasil y a Cristina le gustaría acudir a Gahna en invierno y quedarse en Pamplona en verano. Esa fórmula, mitad y mitad, sería la ideal para casi todas, para saciar la melancolía y disfrutar de las condiciones actuales. Sería perfecto, pero ese paraíso no existe, así que, de momento, despliegan sus vidas con fuerza en éste, que ya es su hogar, al que aportan riqueza y color.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)