AQUI NO HAY PLAYA

Alcorcón, distrito Apache

El Mundo, David Torres, 08-01-2008

La violencia engendra violencia, dice el viejo refrán budista. Forges lo corrigió y aumentó en una viñeta magistral, donde un cabeza rapada, con un bate de béisbol en la mano, tenía en el suelo a un pobre negro con la cabeza abierta: «Y como la violencia engendra violencia, me parece que le voy a dar otra pasada». Esta vez no ha sido un cabeza rapada, como en 1995 por la misma zona, sino un grupo de dominicanos que apuñalaron a un magrebí en la entrada de su casa, después de un incidente violento en una discoteca de Costa Polvoranca. El magrebí protagonizó una pelea en plan lobo macho, sin suponer que un grupo de ovejas soliviantadas le aguardaría a la salida. Una historia muy vieja, tan vieja como el mundo. La discoteca se llama Latino y el asesinato tiene el tufillo racista, intolerante y cutre de todas esas agresiones que empiezan a llenar el libro negro de los extrarradios madrileños. Como si los dominicanos hubieran decidido reeditar un episodio de las guerras púnicas.


Lo de la aldea global de McLuhan sonaba bien, sí, pero nos pensábamos que era otra cosa: televisión por cable, agua potable, fútbol y pan para todos. No, la aldea global significa que ahora cada gran ciudad no es más que un pueblo de mierda, con sus rencores y sus odios, sus paletos de exportación, sus forofos de la navaja. En Alcalá, en Sol, Madrid parece una urbe moderna, una perezosa odalisca recostada sobre el largo diván de la Castellana, pero no hay más que asomarse a estas barriadas miserables donde la gente se hacina como puede para sobrevivir en manadas, para darse cuenta de que en los pies de la odalisca crecen callos, papilomas y tumores malignos. Ningún gobierno, ni central ni municipal ni autonómico, ha movido un dedo para aliviar el problema, a pesar de que los disturbios de París hace tiempo que dieron el chupinazo de salida a unos sanfermines de sangre donde podemos acabar corriendo todos.


Al chavalín dominicano que tiró alegremente de navaja para coser a su víctima a puñaladas le quedan dos telediarios en la calle. La policía no va a tardar mucho en atraparlo, por la sencilla razón de que un tipo que va con navaja por la calle, no lleva mucho más encima. Mucha cabeza no, desde luego. Me crié en San Blas y he conocido tantos imbéciles que fardaban y siguen fardando de cuchillo incorporado que parecen hechos por fotocopiadora. Aquí no importa la etnia ni la edad ni la pertenencia a una banda: sólo el índice de analfabetismo e imbecilidad congénita que comporta la fe en la violencia y las armas. De estas cerezas de sangre, de estos restos de la Edad de Piedra se nutre la odalisca entre cabezada y cabezada, en su sueño espeso dentro de las murallas. Los bárbaros ya están dentro. Que nadie diga luego que no estaba advertido.

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