Faltan temporeros para la fresa, pero los andaluces rechazan ir al campo

El País, M. J. ALBERT, 08-01-2008

Rocío es una joven de Gibraleón (Huelva) de 22 años que lleva un par de meses sin encontrar trabajo. Pero entre sus prioridades para buscar empleo no se encuentra el tajo en el campo. “He tenido amigas que lo han probado y sí empiezan con muchas ganas, pero es muy duro. Tiene que levantarse muy temprano y terminan echas polvo. Al final lo dejan”, explica la joven. La decisión de Rocío de no pisar los cultivos freseros y citrícolas que jalonan una parte importante de la provincia de Huelva resume la razón por la que los agricultores y empresarios onubenses recurren, desde hace casi diez años, a la contratación de jornaleros inmigrantes para sacar adelante sus cosechas.

“Mi madre ha trabajado mucho tiempo en el campo y terminó reventada. Ahora se gana la vida limpiando casas y está más contenta”, continúa Rocío. Ella afirma que la mayoría de las personas que conoce, en especial los jóvenes, prefieren trabajar en otra cosa. “Como camarero, como albañil o limpiando casas se gana más que en el campo” se reafirma la joven.

Y es que son los extranjeros, mujeres fundamentalmente, los que sacan adelante las campañas agrícolas. Para la presente los empresarios han pedido unos 35.000 inmigrantes, en su mayoría marroquíes (12.000) y rumanos. (11.000). Y es así desde hace unos diez años, cuando los agricultores descubrieron que los andaluces provenientes del Andévalo onubense y las provincias de Sevilla y Cádiz dejaban de interesarse por el trabajo en el campo.

Uno de los últimos países en los que esperaba encontrar mano de obra estable era Ucrania. Pero la semana pasada se supo que las primeras experiencias de contratación no están siendo nada halagüeñas, quedando en el aire la posibilidad de traer a 4.000 peones de ese país.

La inmensa mayoría de los agricultores dudan seriamente de que los españoles estén interesados en cubrir el hueco dejado por los trabajadores extranjeros de Europa del Este que, como los rumanos, vienen cada vez en menor número desde que están en la UE. Los trabajadores marroquíes parecen ser la opción más fiable para garantizar una campaña sin complicaciones.

Ni siquiera las últimas cifras del paro, que destacan un aumento global de los desempleados en la provincia – debido fundamentalmente al freno en la construcción – hacen prever a los agricultores un incremento en el número de trabajadores españoles en la campaña fresera.

Eso no significa que no haya trabajadores autóctonos en labores agrícolas, a cuya contratación está obligada la patronal. “Pero no en el campo, sino en las plantas de manipulación. Puede haber entre 10.000 y 15.000 españoles trabajando en la agricultura de Huelva. La mayoría en estas plantas”, destaca Manuel Piedra, portavoz de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA). Piedra cree que la época en la que los andaluces trabajaban doblando la espalda ante las fresas ha pasado. “Nadie que se quede parado en la construcción o en los servicios va a volver a algo tan duro como la agricultura. Es imposible”, sentencia.

Pero a pesar de todo, hay quien sigue pensando en que es una contradicción que, a medida que sube el desempleo en Andalucía, se mantengan o aumenten los contingentes de trabajadores solicitados a terceros países para a la cosecha en Huelva. Manuel Pastrana, secretario general de UGT en Andalucía, pidió en noviembre que se incentivase más el trabajo el campo. “Posiblemente”, dijo, “los trabajadores autóctonos y parte de los extranjeros han dejado de venir porque las condiciones de trabajo que se ofertan no permiten vivir”.

El agricultor fresero de Cartaya Antonio Luis Martín, quien fue uno de los pioneros en buscar mano de obra en Marruecos, cree que, mientras los precios a los que los productores venden la fresa sigan congelados, no se le puede pedir a los empresarios un aumento de los sueldos de los trabajadores.

Los peones cobran unos 35 euros netos por 6.30 horas de trabajo diario, 39 horas semanales. Unos 900 euros mensuales si tienen algo de suerte y trabajan todos los días estipulados. Viven en casas del agricultor, quien corre con los gastos de agua, luz y gas.

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