Manos amigas de un mismo color

Acogen a compatriotas en sus propias casas, aportan cuotas para mantenerlos y levantan hospitales en sus tierras. Muchos inmigrantes se prestan apoyo mutuo porque no olvidan los tiempos duros

Diario Sur, TEXTO: GEMA MARTÍNEZ / FOTOS: ANTONIO SALAS / MÁLAGA, 17-12-2007

JOSÉ Orlando Montero comparte un piso de tres habitaciones con otros seis compatriotas, pero a pesar del evidente ‘overbooking’ siempre hay un cantito para evitar que un ‘hermano’ termine durmiendo en un puente. Un cantito viene a ser algo así como un huequecito, pero dicho en boliviano. «Me duele el corazón cuando me entero de que un boliviano está en el albergue, así que si hay que acoger a alguien lo acogemos», dice este profesor de Filosofía que hoy trabaja en el mantenimiento de una urbanización de Benalmádena sin que se le caigan los anillos.

Por eso, para garantizar el cantito, en la casa en la que se comparte todo, y en la que la mesa de comer se transforma en mesa de plancha, hay guardados dos colchones que todos los fines de semana ocupan dos compatriotas que trabajan en el campo y que vienen a distraerse un poco en la ciudad: «No tienen familia. Nos enteramos de que vivían en la calle y entonces hicimos las gestiones para que les acogieran en el albergue. Conseguimos buscarles trabajo en el campo y ahora se vienen los fines de semana, para salir de la rutina. Tenemos guardados colchones de reserva».

Casita Bolivia

Dos de los cuartos de la ‘Casita Bolivia’, que así ha bautizado José Orlando a la vivienda alquilada en Martiricos, están ocupados por dos persona y un tercero, por tres, ya que uno de los matrimonios tiene un hijo. Allí, además del espacio, se comparten gastos y se hacen turnos para las tareas domésticas.

Se estima que en estos momentos, sólo en la capital, el número de inmigrantes en situación irregular se aproxima a los 20.000, pero a pesar de las dificultades para alquilar sin nómina y de los escasos recursos públicos para su acogida ¯la estancia en el albergue municipal es limitada¯ pocos terminan en la calle. Al final, de una forma u otra, salen adelante, en muchos casos porque encuentran respaldo y ayuda entre los de su mismo color, país o religión.

Son redes solidarias silenciosas puestas en marcha por las propias comunidades de inmigrantes, que en el caso de la comunidad senegalesa permite, por ejemplo, que todo compatriota sea enterrado en Senegal, a pesar de que la repatriación de un cadáver hasta allí cuesta la friolera de 7.000 euros: «Todos son repatriados, porque las familias quieren tener los cuerpos de sus hijos», explica Malik Cisse. Hoy es presidente de la Asociación Senegalesa en Málaga, y tiene claro que él tampoco habría salido adelante si cuando llegó a España, en el 92, los suyos no le hubieran ayudado: «Yo no tenía nada. Me recogieron, me dieron casa. Por eso estoy ahora aquí; por eso yo también acojo en mi casa, porque nos tenemos que acordar del día en que nosotros llegamos».

Malik explica que siempre hay una mano amiga que se ofrece a acoger durante quince días o un mes a un compatriota sin techo: «En el albergue sólo pueden estar un mes, así que cuando salen siempre hay alguien que ofrece su casa. Durante ese tiempo intentamos que encuentre a algún familiar, o que busquen trabajo. Cuando consigue estabilizarse, esa persona no olvida y también acoge».

Además, ante cualquier situación grave lanzan un llamamiento de ayuda a la comunidad. El último caso en Málaga ocurrió hace dos meses, cuando se pusieron en marcha para recaudar el dinero necesario que costeara el viaje a un compatriota con cáncer terminal.

Ayuda a África

Y no sólo se mueven por los que están aquí. La distancia no les hace olvidar la situación de África. Ha sido la comunidad senegalesa emigrada la que ha costeado la construcción de un hospital en Touba, un poblado importante de Senegal: «Durante cinco años, quien ha podido ha aportado una cuota de 30 euros al mes. No sólo lo han hecho los senegaleses de Málaga. El llamamiento ha sido para todos, y han colaborado inmigrantes de Barcelona, Madrid, Francia o Estados Unidos».

Recientemente, la asociación senegalesa en Málaga, que cuenta con unos 700 socios, ha conseguido una subvención del Ayuntamiento de Istán para construir una conducción de agua que abastezca a un pequeño pueblo en su país, cuya población debía recorrer tres kilómetros hasta el pozo más cercano. En estos momentos están inmersos en una campaña contra el paludismo, «un tipo de malaria que está matando a niños, niñas y mujeres en África. Necesitamos conseguir los medicamentos», afirma Malik.

‘Azacat’. Ese es el nombre que recibe el precepto islámico que empuja a la comunidad musulmana a aportar su ayuda ante una situación de urgencia que lo requiera. El aviso se lanza desde las mezquitas y puede ir desde la solicitud para financiar los gastos de un entierro cuando la familia no puede hacer frente al mismo, hasta sufragar el coste de una operación en Marruecos, Argelia u otro país, pasando por el envío de ayuda a familias en situación desesperada. La ‘Azacat’ también se pone en marcha cuando la desgracia se ceba con alguien cercano, y lo puede hacer en forma de consuelo, calor y atención.

Cuotas mensuales

No nadan en la abundancia, ni mucho menos, pero cada mes los 40 marfileños que viven en Málaga capital ponen al menos 10 euros para que un grupo de compatriotas acogidos en una casa alquilada puedan comer. La vivienda, de tres dormitorios, la alquiló Julien Ignace Irie bi Bolob, actual presidente de la Asociación de Costa de Marfil en Málaga, y cuando las temperaturas lo permiten llega a dar refugio hasta a 15 personas, porque algunas duermen en el patio: «Con la cuota mensual compramos todo lo necesario para que vivan. Lo compramos y se lo dejamos allí en la casa. Algunos dan diez euros, pero, los que pueden, aportan más», dice Julien.

La dificultad para encontrar alquiler, a pesar de que cuando lo consiguen desembolsan 600 euros mensuales, les obliga a echar mano de varias estrategias: «La realidad es que pocos quieren alquilar un piso a una persona de raza negra. Algunos nos hemos casado con españolas y son ellas las que alquilan, porque no tienen problemas. Luego, en la casa, viven otros compatriotas», explica Julien.

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