Madres antes de ser mujeres

Apenas han dejado de jugar con muñecas y ya tienen que hacerse cargo de un hijo. Deben asumir grandes responsabilidades sin estar preparadas. Por el Centro de Acogida de la Diputación pasan los casos más extremos

Diario Sur, TEXTO Y FOTOS: AMANDA SALAZAR / MÁLAGA, 16-12-2007

E L pasado mes de octubre, la Fiscalía de Menores de León destapó el caso de una niña de once años que estaba encinta. Las autoridades calificaban este caso de «anómalo», pero lo cierto es que los embarazos de niñas y adolescentes son algo más que habitual. Una realidad delicada donde están en peligro las menores y los propios bebés si finalmente deciden tenerlo. En Málaga, el Programa de Menores Gestantes y Madres adolescentes del Centro Básico de Acogida de la Diputación se encarga de acoger a estas madres precoces cuando sus familias no aceptan el embarazo o no pueden hacerse cargo de ellas.

Marta será madre en unas semanas. «Espero que no nos den las uvas», bromea esta joven – que prefiere no desvelar su verdadera identidad – mientras acaricia su vientre de más de ocho meses. Sólo tiene 17 años y está a punto de ser madre. No tiene muy claro qué va a ser de su vida cuando nazca su hija, pero ya ha elegido su nombre. «Se llamará Susana», confiesa la joven.

En total, el programa de madres del Centro Básico de Acogida, que recibe a jóvenes de toda Andalucía gracias a un convenio con la Junta, dispone de 18 plazas para las chicas y sus hijos. En la actualidad, están en el programa siete jóvenes, cinco de ellas con bebés y dos embarazadas. De media, siempre hay entre cinco y seis adolescentes con sus bebés en el centro y pueden permanecer en él hasta que cumplen la mayoría de edad. Suelen estar un año y hasta un año y medio. Entonces, si su situación todavía es difícil para volver a sus casas o independizarse, el centro les busca un piso de acogida para que sigan formándose con la ayuda de orientadores.

Durante el tiempo que viven internas en el centro, las jóvenes aprenden todo lo necesario para hacer frente a su precoz maternidad: el embarazo, el parto, educación sexual, cómo cuidar a su bebé, cómo limpiar la casa y preparar la comida del niño o cómo pedir una cita en el médico, además de completar sus estudios obligatorios y tener acceso a talleres ocupacionales que les posibiliten conseguir un trabajo.

Un equipo de especialistas les ayuda a cumplir las normas del centro, las reglas básicas de educación, higiene y convivencia que les permitirán salir adelante cuando estén fuera del centro, en el momento que alcancen la mayoría de edad.

«Todas las chicas que tenemos aquí provienen de entornos complicados», señala Ana Romero, subdirectora del centro de acogida y responsable del Programa de Madres. Romero explica que los embarazos se producen en cualquier entorno y medio social, pero si una chica de clase media – alta se queda embarazada y decide tener el bebé, suele encontrar el apoyo de la familia, al margen de que la noticia suponga una crisis en cualquier hogar. Sin embargo, las que acuden al centro suelen tener problemas para que sus padres acepten el embarazo o para hacerse cargo del nuevo miembro de la familia. «Muchas incluso provienen ya de otros centros de menores y tienen un historial difícil», afirma Ana Romero.

Problemas en casa

Es el caso de Sonia, una de las chicas más jóvenes. Con 14 años y un bebé de tres meses, esta adolescente marroquí ya había estado en otra residencia porque no quería estudiar y tenía problemas en casa. Luego se quedó embarazada y la cambiaron al centro de acogida. Dice que en allí le han ayudado mucho con el niño, pero que nadie le ha enseñado a ser madre. «Eso se aprende con el tiempo», comenta.

Marta también tiene un pasado difícil. Se fue de su casa muy joven. Estuvo con una familia de acogida, pero no funcionó y le llevaron a otro hogar para menores en Cádiz antes de quedarse embarazada y llegar al de Málaga.

«Viví un mes en una casa derrumbada con mi bebé recién nacido, sin agua, luz ni dinero», confiesa Carmen, de 16 años. Ahora su niño tiene ya once meses y está tranquila, pero señala que pasó mucho miedo cuando se vio en la calle con su hijo. «Mi suegra me echó de su casa cuando di a luz; mi pareja se vino conmigo e intentó protegerme, pero al final vimos que lo mejor era que viniese al centro mientras él conseguía trabajo y algo de dinero para poder vivir todos juntos». Con sólo 16 años, ha vivido mucho. «Antes de enterarme de que existía el centro, tenía miedo de que me quitaran al niño, por eso no pedí ayuda», confiesa.

Disciplina necesaria

Como ella, la mayoría de las chicas que vive en la residencia de la Diputación continúa con sus parejas – y padres de los niños – a los que ven los fines de semana y en las horas libres de su ajetreada agenda diaria.

Cumplir los horarios es imprescindible para permanecer allí. «Es indispensable encontrar el equilibrio entre la disciplina y la comprensión», señala Romero: «Si ya es difícil tratar con un adolescente, la cosa se complica cuando se trata de una chica embarazada – con los cambios hormonales que ello supone – y que a veces viene sin la más mínima educación».

Romero explica que, a pesar de algunos episodios, la mayoría de las jóvenes acata las reglas porque el principio básico del centro es que deben ingresar voluntariamente. Pero no todo son normas estrictas. Los orientadores y las compañeras se convierten en su familia. Con ellos celebran cumpleaños, comparten dudas y alegrías, y forjan amistades en el que es uno de los momentos más difíciles de sus cortas vidas. Además, si cumplen correctamente con sus obligaciones, reciben una paga semanal y un premio cada mes y medio, además de poder hacer llamadas desde el centro a sus familiares y amigos.

Hijo deseado

El 40% de las jóvenes que ingresa son inmigrantes, la mayoría de ellas, marroquíes, subsaharianas y de Europa del Este. Un ejemplo es Paloma, una de las chicas de más edad del centro. Tiene 17 años y cuenta que llegó a España en patera. La encontró la policía, pero como era menor de edad, no podían expulsarla. Luego se escapó y conoció al padre de su hija. Cuando se quedó embarazada su situación no era buena. Sin dinero, sin familia y con constantes peleas con su pareja, decidió pedir ayuda. Ahora la pequeña tiene más de un año y ella tiene miedo porque en breve cumplirá los 18.

En el centro se les da un cursillo acelerado para convertirse en adultas. Pero la situación la mayoría de las veces no es casual. Según Romero, muchos de los embarazos son deseados. «A veces provienen de ambientes marginales o familias rotas y buscan en ese bebé el cariño que no tienen», dice. Lo cierto es que, con sus bebés, ya no volverán a estar solas.

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