El dedo en la llaga El día a día de Javier Ortiz

Francia es pura yesca

Público, , 02-12-2007

“Una sola chispa puede incendiar toda la pradera”, dice un aforismo ruso muy viejo, muy histórico y muy certero.

Se requiere, claro, que la pradera esté muy seca. Que sea yesca.

He oído las diferentes versiones que se han difundido sobre el accidente mortal que sufrieron dos chavales que iban en motocicleta y que chocaron con un coche policial en un suburbio de París hace ya días. Su muerte fue el desencadenante de los graves disturbios que se han vivido en los barrios periféricos de la capital francesa y en otras ciudades del país vecino.

¿Qué sucedió realmente? ¿Embistió la patrulla policial contra los críos o fueron ellos los verdaderos culpables del choque? No lo sé. Lo que sí sé es que, si miles de jóvenes de familias de origen inmigrante atribuyeron de inmediato la culpa a los policías, no fue por casualidad.

Parten de que la hostilidad mutua es honda y viene de lejos.

Hay en Francia enormes barriadas, pueblos enteros, en los que el ambiente de enfrentamiento entre la juventud de pocos recursos y las fuerzas del orden –del orden imperante– es pura yesca. La más mínima chispa puede incendiarlo todo.

En la Francia actual, si te llamas Ahmed o Yusuf –y no digamos Yasmina o Saida, es decir, si además eres mujer, para ponértelo peor–, o si tienes la piel tirando a oscura, sea de la procedencia que sea, da lo mismo que hayas nacido en la misma confluencia entre el Sena y el Marne y tengas un título universitario más francés que una java tocada al acordeón.

Puedes apostar diez a uno a que tu empleo, en el caso de que lo consigas, será precario y estará mal pagado. Y a que te tocará vivir en un barrio pobre, desasistido e insalubre. Lo peor no es que a ti te vaya mal. Lo peor es que ves que a otros les va mucho mejor en la vida sólo porque son de tez blanca y se llaman Armand, o Jean-Paul.

A partir de lo cual, todo dependerá de tu carácter. Si tiendes a que te hierva la sangre, será fácil que el día menos pensado te veas metido hasta el cuello en un fregado de éstos, enfrentándote a los celosos servidores de un orden que detestas. Momento en el que el Sarkozy de turno te llamará “escoria”.

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