"Estaban a punto de morir y nos pedían el agua por favor"

El País, JUAN MANUEL PARDELLAS, 06-12-2007

“Nunca los habíamos visto ni tan sedientos ni tan hambrientos ni con tanto frío”, aseguró ayer Austin Taylor, el coordinador en Canarias de los equipos de respuesta inmediata de la Cruz Roja, que en la madrugada del martes al miércoles atendió la llegada a la costa sur de Tenerife de dos cayucos con tres cadáveres y 88 supervivientes en muy mal estado. Nueve tuvieron que ser hospitalizados, la mayoría por deshidratación aguda; y uno de ellos con un dedo amputado. Anoche, otra patera con 54 inmigrantes – 13 de los cuales podrían ser menores – arribó al puerto de Los Cristianos, en el municipio tinerfeño de Arona, informa Efe.

El de la noche del martes fue, según los equipos de rescate, uno de los episodios más dramáticos de los últimos 13 años, cuando comenzó el fenómeno de cayucos a Canarias. No hubo tantos muertos como en otras ocasiones, ni bebés, embarazadas o niños a los que asistir como casi todos los días. Pero los gritos, los cuerpos de los inmigrantes sobre la arena, a oscuras, donde apenas se distinguía quién estaba vivo y quién no, han impactado a las fuerzas de rescate. Uno de los supervivientes no paraba de señalar uno de los cadáveres gritando: “¡My brother!” (“¡Mi hermano!”).

La primera embarcación, con 50 supervivientes y un cadáver, alcanzó la costa de Granadilla de Abona. La Guardia Civil los interceptó y los dirigió hacia el muelle de Los Cristianos, donde estaba desplegado el equipo de asistencia de Cruz Roja. Cuando aún no había acabado esta operación, el segundo cayuco, con 38 personas y dos cadáveres, llegaba por sus propios medios a la turística playa de Las Vistas, a escasos 500 metros. Era ya la una de la madrugada. “Bajé corriendo por la arena y lo primero que vi fue un chico en chándal, tambaleándose, caminando como un zombi hacia mí, gimiendo: ‘agua, eau, water’. Nunca les había visto tan mal”, explicó la primera persona en llegar a la playa de Las Vistas, el fotógrafo de Efe Manuel Lérida.

Los 20 miembros de Cruz Roja no fueron suficientes. Policías y ciudadanos se volcaron abrigando a los subsaharianos, dándoles sueros térmicos, abrazándolos, hidratándolos; pero, pasadas varias horas, sus cuerpos seguían helados como témpanos. “Estaban muy desorientados, hablaban solos, se pegaban golpes, chillaban y lloraban”, recuerda Taylor. “Pero en mitad de la noche y tiritando, se mostraron como siempre, educadísimos. Estaban a punto de morir y nos pedían el agua por favor”.

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