Comentario Nacional Federico Abascal

Educación y economía

El Día, 06-12-2007

LA CALIDAD DEL SISTEMA educativo español está decayendo fatal y preocupantemente, según indica el último informe PISA, que no es tan valioso por los parámetros que expresa sino por las tendencias que refleja. La capacidad de lectura, que es evidentemente previa a cualquier proceso de aprendizaje con aprovechamiento, cae en picado, y empeoran las matemáticas. Los datos desoladores del informe están en los periódicos, por lo que no tiene sentido reiterarlos aquí.

En primera instancia, y a modo de respuesta, parece lógico mirar primero inquisitivamente a los responsables directos del problema. Nuestro sistema educativo está en manos de políticos incompetentes que han convertido en norma modificarlo a cada alternancia. Además, desde la Logse, hemos seguido con cierto papanatismo las modas pedagógicas europeas, con la particularidad de que casi siempre hemos llegado tarde y cuando desarrollábamos aquí el modelo, sus inventores ya transitaban por otros caminos más modernos. Y, evidentemente, nunca se ha pensado que la educación merece claramente la gran preferencia presupuestaria. De hecho, la inversión pública en educación en España, aunque se ha recuperado levemente en los últimos años, sigue por debajo de la media de la OCDE (el 4,3% frente al 5,4% del PIB).

Además, debe influir en el desastre, como dice el informe y han subrayado tanto Zapatero como la ministra Mercedes Cabrera, el retraso histórico de nuestro país, que determina que el estatus socioeconómico y cultural de los padres de los alumnos españoles, que tanto influye en su desarrollo escolar, sea de los peores de la OCDE, por detrás de Polonia y por delante de Uruguay.

Pero más allá de estos elementos de fondo, que requieren una rectificación decidida y valiente (y estamos en momentos espléndidos para llevarla a cabo, toda vez que los partidos están redactando sus programas electorales con los que tratarán de seducir al electorado en marzo), hay otros ingredientes sociales y económicos que explican este declive. Porque el deterioro de la educación no puede ser ajeno al establecimiento de una economía muy poco tecnificada basada en la construcción y el consumo, paraíso de la mano de obra sin cualificar y foco de atracción de inmigración de bajísimo nivel cultural que ha respondido a la potente demanda de trabajo sin especialización de los últimos años.

Estos inmigrantes, que ya son decisivos en todas las estadísticas (y también, lógicamente, en los indicadores del sistema educativo) han rebajado sin duda los baremos, que también se han resentido de una cultura social en la que los valores del conocimiento y del espíritu han tenido ínfimo predicamento. El triunfador en la España de hoy es el constructor visionario, analfabeto funcional, que tenido la audacia y el ingenio de conquistar una pujante parcela del mercado inmobiliario, y no el científico, el investigador, el médico o el ingeniero. ¿Para qué leer libros o cultivarse intelectualmente si el más admirado es El Pocero?

Sucede sin embargo que estamos en puertas de un cambio del modelo de crecimiento, que no vendrá impulsado por la decisión voluntarista de los políticos sino por las necesidades objetivas del sistema económico. Ante la caída de la construcción y del sector inmobiliario en general, hemos de avanzar hacia la conquista de la productividad que nos permita progresar en actividades de alto valor añadido que ya no requieren mano de obra sin cualificar sino al contrario. En definitiva, la salida del impasse está, precisamente, en las inversiones en I+D+i y en las inversiones en educación para crear capital humano. Curiosamente, esto ya lo decía Solbes en tiempos de Rato, sin que en esta legislatura se haya avanzado demasiado en esta dirección; y ahora lo dice también el PP, por lo que no debería haber obstáculos para esta transformación que, sintéticamente, puede describirse como una mudanza de la cantidad en calidad.

El camino no será fácil en absoluto porque, además de tener que estimular el desarrollo educativo de la población autóctona, será necesario hacer lo propio con la foránea mientras concluye su proceso de integración, que nunca es fácil. Pero es hora de tomar conciencia de que ya no estamos ante una realidad optativa que nos permita dar mayor o menor énfasis a la educación: además de ser un objetivo intrínseco de la buena gobernanza democrática, la educación se ha convertido en el motor del nuevo modelo de crecimiento. Si no fuéramos capaces de implementarlo, y con celeridad, tendríamos probablemente que vernos las caras con la recesión.

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