Silencios que matan

La Prensa Gráfica, Jorge Ramos, 02-12-2007

Quedarse callados ante los ataques en su contra es el mayor peligro de todos. Ese pesado silencio afecta a los indocumentados y erosiona los valores de tolerancia, apertura y generosidad que durante décadas han caracterizado a la sociedad norteamericana.

Es como si se hubieran quedado mudos. Como si no tuvieran boca. Como si no tuvieran cuerdas vocales. Casi nadie sale en estos días a defender a los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. Y ese silencio está matando las esperanzas y aspiraciones de 12 millones de personas.

Algo terrible ha ocurrido en Estados Unidos. De pronto los indocumentados se han convertido en el nuevo enemigo. Los terroristas han pasado a segundo plano. No exagero. Escuchen los últimos debates presidenciales y verán cómo muchos candidatos dedican más tiempo a atacar a los indocumentados que a los terroristas.

El gobierno del presidente George W. Bush, que hace años hablaba de tener compasión por los indocumentados, ahora los persigue con las peores redadas en décadas. Osama bin Laden no ha sido capturado, pero la indocumentada mexicana Elvira Arellano, sí. Y las voces antiinmigrantes se multiplican con impunidad en la radio y la televisión en inglés. Atacan y atacan y nadie les contesta. Y al no haber contraparte mucha gente da por sentado que esa información es correcta.

Esta ausencia de un mensaje a favor de los inmigrantes también se refleja en las encuestas. La cadena ABC realizó un sondeo en septiembre en el que se reveló que 54 por ciento de los norteamericanos considera que los indocumentados perjudican al país. Solo un 34 por ciento dijo que eran una ayuda para Estados Unidos. Es decir, los antiinmigrantes han ganado, por el momento, el debate migratorio.

El mensaje de los que se oponen a los indocumentados es muy claro: son ilegales, violaron la ley y deben regresar a sus países de origen. Lo último es sugerir, a veces veladamente y otras no tanto, que entre los indocumentados pudieran esconderse los terroristas. Supongo que todo es posible. Pero aclaremos que ninguno de los 19 terroristas que mataron a casi 3,000 estadounidenses el 11 de septiembre de 2001 era latinoamericano o cruzó ilegalmente por México.

El griterío antiinmigrante ha ahogado las voces de la razón.

¿Por qué este silencio? El gobierno mexicano del presidente Felipe Calderón, por distintos motivos, se ha mantenido al margen de este debate. Yo no veo a ningún diplomático mexicano en CNN o Fox News, en el Congreso o en la Casa Blanca defendiendo a los suyos, hablando de sus beneficios y denunciando atropellos.

El presidente Felipe Calderón ni siquiera ha visitado una de las comunidades mexicanas en Estados Unidos. Entiendo que quiere distanciarse de la política exterior de su predecesor, Vicente Fox, donde se enfatizó el tema migratorio hasta el cansancio y sin ningún resultado. Quizás ya se dieron por vencidos y están esperando que entre un nuevo presidente norteamericano para retomar el asunto de la legalización. Pero no se justifica su silencio ante la avalancha de ataques en contra de inmigrantes mexicanos.

El gobierno mexicano no es el único que se ha quedado callado. Hay muchos y muy variados grupos que defienden a los inmigrantes en Estados Unidos. Pero tampoco han logrado comunicar un mensaje claro y eficaz. Lo peor es que, tras el fracaso de los intentos de legalización en Washington, han dejado el espacio abierto a quienes dan una información falsa, tendenciosa y hasta racista respecto a los indocumentados.

El mensaje a favor de los inmigrantes indocumentados debería incluir los siguientes argumentos: no son ni criminales ni terroristas; dan más beneficios a Estados Unidos que los servicios que reciben; pagan impuestos; crean trabajos; toman los empleos que los norteamericanos no desean; mantienen baja la inflación; reemplazan a los trabajadores que se jubilan; cosechan nuestros alimentos y construyen nuestras casas; es cierto que violaron la ley, pero igual lo hicieron millones de norteamericanos y miles de empresas que los contratan; pueden ser los mejores aliados en la lucha contra los terroristas; tienen más fe en las oportunidades que ofrece Estados Unidos que muchos norteamericanos; refuerzan los valores familiares; creen en la educación como medio para progresar; rejuvenecen a la población del país; regalan a Estados Unidos un nuevo idioma (el español); aprenden inglés rápidamente; son un puente con América Latina; su sola presencia promueve la tolerancia a la diversidad; estarían dispuestos a morir por este país (véase a los inmigrantes que luchan en Iraq y Afganistán); y, en general, hacen de Estados Unidos un país mejor.

Ese es el mensaje: los indocumentados benefician a Estados Unidos y, por eso, hay que ayudarlos. Pero este mensaje no se oye porque hay mucha gente que no se atreve a tomar partido.

Debemos tomar partido, escribió Elie Wiesel, el premio Nobel y sobreviviente del Holocausto, en su libro Noche, la neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. La acción es el único remedio contra la indiferencia. La indiferencia es el mayor peligro de todos.

Y se vale aplicar la lección de Wiesel a la actual situación de los indocumentados. Hay silencios que matan. Quedarse callados ante los ataques en su contra es el mayor peligro de todos. Ese pesado silencio afecta a los indocumentados y erosiona los valores de tolerancia, apertura y generosidad que durante décadas han caracterizado a la sociedad norteamericana.

Estados Unidos puede y debe recuperar esa maravillosa tradición de brazos abiertos a los extranjeros y a los más débiles. Eso es lo verdaderamente americano.

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The New York Times Syndicate.

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