Emigración, remesas y desarrollo

La Prensa Gráfica, 30-11-2007

La gran emigración de salvadoreños hacia Honduras, adonde nuestros compatriotas iban fundamentalmente a compartir la miseria, generó conflictos tan trágicos como el de 1969.

Hay temas y situaciones cuyo manejo va cayendo en el simplismo a partir de conceptos cada vez más mecánicos. La emigración, tal como la viven nuestros países, es uno de ellos. Hay que partir, al respecto, de un dato real que hace posible ir clarificando enfoques: la emigración actual es muy diferente a nuestras emigraciones del pasado. El Salvador ha sido siempre país de emigración como otros son países de inmigración. En épocas pasadas, el grueso de la emigración proveniente de los sectores menos favorecidos de la sociedad se derramaba en el vecindario inmediato. Y en el caso de la gran emigración de salvadoreños hacia Honduras, adonde nuestros compatriotas iban fundamentalmente a compartir la miseria, generó conflictos tan trágicos como el de 1969.

A raíz de la guerra interna de los años ochenta, nuestra emigración dio un giro radical: en vez de ir a compartir la miseria, halló la ruta para emigrar hacia sociedades mucho más prósperas que la nuestra, en especial Estados Unidos. Esto empalmó con los nuevos horizontes de la globalización, que estimulan un criterio de gran pragmatismo: ir a buscar el desarrollo ahí donde está, para no tener que esperar que llegue a los lugares de origen. Hay ideas burdas, como esa de que El Salvador es un país que exporta gente, cuando la gente lo que quiere, pese a todas las adversidades, es pasar a ser cuanto antes sujeto de desarrollo.

Es cierto que hay que acelerar al máximo la modernización nacional, para que las oportunidades se multipliquen aquí; pero como lograrlo inevitablemente toma tiempo, muchos salen a buscarlas de inmediato contra todo riesgo. Esto, con todos sus problemas, es un signo de gran energía, como lo demuestra la vitalidad de nuestra comunidad en el exterior.


ADECUADO ESTÍMULO A LA INVERSIÓN

En la medida que nuestros compatriotas que viven y trabajan fuera de nuestras fronteras estabilizan su situación y apuntalan suficientemente la de sus familias que se han quedado aquí, hay mucha más posibilidad de inversión. No hay que rasgarse las vestiduras porque aún una gran parte de lo que se recibe como remesas vaya al consumo: no olvidemos que un inmenso sector de la emigración proviene de ámbitos sociales económicamente muy deprimidos. Y aquí opera un mecanismo universal: lo primero es satisfacer las necesidades básicas. Pero en paralelo se tendría que ir motivando a invertir productivamente aquellos recursos que la necesidad satisfecha libera.

Ahora estamos viendo un incremento importante en la adquisición de vivienda por parte de los salvadoreños en el exterior, y también aumentan los proyectos productivos sustentados por la misma fuente. Es imperativo que tanto el Gobierno como el sector privado redoblen esfuerzos para impulsar la productividad nacional en distintas áreas, como turismo, industria y agricultura diversificada, con reglas claras e incentivos responsables, para encauzar la sana liquidez, resultante de la fuente de las remesas y de otras fuentes, hacia la inversión sustantiva.

Habría que generar más espacios, oportunidades, estímulos y proyectos que induzcan esa inversión que tanto necesitamos. Hay que canalizar los ahorros internos y externos, para que contribuyan a producir y reproducir desarrollo.

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