Lo único que le faltaba a ese desdichado país: el Ku Klux Klan. Ha llegado de la mano de un norteamericano, de nombre David Duke, que hace unos años tuvo cargos dentro de la organización racista y que presenta ahora un libro titulado Supremacismo judío, en el que insiste en el viejo tópico del mundo sometido al poder hebreo.
Por cierto, no rechaza un nombre clásico en las sinagogas, si puede llevar a cabo su labor de agitador y de fanatizador de las masas. En parte, así parece que ha sido en una España confiada. En unas ciudades pudo leer un texto panfletario disfrazado de conferencia, y en otras no se oyeron más voces que las de los grupos antifascistas, escandalizados por la interpretación suicida de la libertad de expresión. Así ocurrió en Barcelona. El libro era solo el pretexto. El objetivo inmediato era sembrar pánico en torno a la inmigración, en el sentido de que, si siguen los trasvases de población, España y Europa pueden perder lo que tanto les ha costado ganar.
No tiene gracia, porque es mucho lo que nos jugamos. Todas las cotas de cinismo han quedado superadas: el ciudadano de un país que todo lo debe a la inmigración – – incluida la de los negros – – viene a advertirnos del peligro que corremos. Es el sermón que antes había predicado en los estados del sur norteamericano, trasladado a España. Aquí tenía que haber sido en Gràcia. Discretamente, sin la caperuza de la organización. Pero los Mossos evitaron la reunión, en un momento que podría ser delicado si se cumplen las previsiones poco halagüe – ñas de la economía, con los recortes salariales y las regulaciones del empleo… Si esos augurios se hacen realidad, agentes de la barbarie racista y xenófoba pueden intentar sacar provecho de la situación. Estamos avisados.