La mar no sabe de idiomas

La pesca suple la falta de personal con mano de obra extranjera. Marroquíes y senegaleses encuentran la estabilidad laboral en un sector que cada vez resulta menos atractivo para los jóvenes de la provincia

Diario Sur, TEXTO Y FOTOS: FRANCISCO JIMÉNEZ / FUENGIROLA, 26-11-2007

MARTES. Ocho de la mañana. Los barcos de cerco arriban al puerto de Fuengirola. La jornada no ha ido mal para el ‘González Serrano’, aunque podría haber sido mejor, ya que las sardinas andan algo devaluadas en los últimos días. Un gran banco frente a las costas de la localidad es el responsable. Atrás quedan los boquerones capturados hace un par de semanas en La Caleta, que se vendían a precio de oro. Los malos augurios se cumplen en la lonja. En la subasta sólo puja un empresario, que se lleva casi 400 cajas de sardinas (de unos 18 kilos cada una) a cuatro euros la unidad. Nada que ver con los precios que luego llegan al mercado. «Es lo que tiene la falta de competencia», lamenta Vicente González, el patrón del barco, antes de abandonar el puerto. «Con tanto gasto, esto cada vez resulta menos rentable», dice. En esta profesión se cobra a la parte, de forma que, una vez descontados los gastos (combustible, lonja y materiales), la ganancia se reparte al 50% entre el barco y la tripulación.

El reloj marca ya las nueve y media. El puerto se va quedando desierto, pero no todos se marchan. Hay algunos chicos, entre ellos Abdelaziz, que se quedan para cargar la mercancía. «Ganamos 60 céntimos por cada caja que subimos al camión». Un dinero extra que sirve de complemento a un mal día a bordo del ‘Antonia’. «Hay semanas muy buenas en las que ganamos bastante, aunque hay otras realmente malas», advierte. Entre unas y otras, la media salarial ronda los mil euros.

Mejor que la obra

Pese a esta inestabilidad, el joven marroquí no cambia su actual situación por la de hace apenas un año y medio, cuando trabajaba en la construcción «y en otras cosillas menos buenas». «Esto no es tan duro y, además, en el barco nadie manda, hay más compañerismo y no te chupan la sangre como en la obra», recalca.

Como Abdelaziz, cada vez son más los extranjeros que acuden a la llamada de la pesca, un sector castigado por la falta de mano de obra local. El trabajo en la mar, con jornadas que se eternizan desde que se pone el sol hasta que vuelve a levantarse, y una exposición al capricho del oleaje por unos mil euros mensuales, ha desaparecido de las preferencias de los jóvenes en zonas tradicionalmente marineras. «La pesca es sufrida, con horarios complicados y sueldos no muy altos, así que al que le sale algo mejor, no vuelve», explica Juan Haro, presidente de la Federación Provincial de Cofradías de Pescadores.

Vacantes

Esta situación ha provocado la existencia de plazas vacantes en numerosos barcos de la provincia, sobre todo en los de cerco, que son cubiertas por inmigrantes, mayoritariamente marroquíes y senegaleses (estos últimos, merced a un acuerdo del Gobierno con la república africana).

De los 150 marineros que se encuentran inscritos en el censo de la cofradía de Fuengirola, una treintena proceden de Marruecos y una decena de Senegal. En Estepona, la situación es parecida (20 magrebíes y cuatro de la antigua colonia francesa). El ejemplo más llamativo está en Marbella, donde la mitad de la tripulación es foránea entre marroquíes, senegaleses y ucranianos. «Al igual que en la agricultura o en la hostelería, los inmigrantes se quedan con los trabajos que los españoles no quieren», comenta Bartolomé Carrillo, secretario de la cofradía marbellí.

En el polo opuesto se encuentra La Caleta de Vélez, donde la tradición aún manda. «Somos un pueblo de pescadores. Aquí no hay agricultura ni hostelería. Además, se gana dinero y el trabajo ya no es tan arduo, ahora las máquinas lo hacen casi todo; es menos artesanal», expone el patrón mayor de La Caleta, Francisco Pastor.

Diferentes situaciones pero un único punto de vista. Como sentencia Haro, «lo importante es que se impliquen en la continuidad del sector pesquero y no de dónde vengan».

Son las cinco de la tarde y ya se empieza a ver movimiento en los barcos. Uno de los primeros en llegar es Moustafa. Pese a su juventud, ya lleva 12 años en la profesión, aunque sólo uno en Málaga. «En Senegal trabajaba en un barco, pero allí no se puede vivir, así que me subí a un cayuco, llegué a Las Palmas y, desde allí, me enviaron a Málaga». Ahora ejerce de cicerone y de intérprete con sus compatriotas recién llegados.

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