El amor y la trampa

La Vanguardia, FERNANDO GARCÍA - La Habana. Corresponsal, 23-11-2007

María Elena Soto es cubana y jamás salió de la isla, pero acaba de casarse con un catalán, Felipe Reyes, y ahora quiere trasladarse a Barcelona para reunirse con él y quedarse a vivir allí. No es tan fácil como parece. Para que María Elena obtenga el visado que le permitirá viajar y establecerse en Catalunya por reunificación familiar, ella y su marido deberán ver reconocido su enlace en España. Para ello, las autoridades españolas someterán a escrutinio su matrimonio, ahora sólo válido en Cuba. Lo harán mediante el trámite de entrevista personal previsto legalmente para este tipo de uniones e impulsado a mediados de los noventa, cuando España se convirtió en gran receptor de inmigrantes. Se trata de verificar que no hay tongo o, más técnicamente, que no es un casorio de conveniencia; que el propósito real de la novia no es salir de Cuba para buscarse otra vida, o bien obtener la nacionalidad española tras un año de convivencia con un marido objeto; que no estamos ante un negocio sino ante dos personas que se quieren.

Conocemos a María Elena a las puertas del consulado español en La Habana, donde la cónsul Raquel Gómez-Cambronero la entrevistará para tratar de comprobar si lo suyo es amor o fraude. También Felipe habrá de someterse a esta “audiencia reservada”, ante un juez de Barcelona. Si se aprecia en ellos una voluntad flagrante de engaño, el reconocimiento del matrimonio se denegará; si sólo hay dudas, la respuesta deberá ser positiva. El interrogatorio girará en torno a las relaciones de la pareja, a los datos personales y familiares que cada cónyuge conoce del otro y a los planes de vida en común; es decir, a todo lo que acredite la motivación real de los contrayentes. Los resultados objetivos y la valoración de la cónsul decidirán el veredicto, que la pareja conocerá en 20 días.

“Tengo como un sustico aquí”, confiesa María Elena, señalándose la boca del estómago mientras hace cola. Su historia, como la cuenta ella, resulta conmovedora y digna de confianza. Tiene 41 años y es enfermera. Conoció a Felipe, albañil de 60 años, en el verano del 2001.

Ambos estaban divorciados, él con dos hijas, ella con un hijo. Él estaba de vacaciones y le tiró los tejos desde el primer momento. “Pero yo entonces estaba comprometida”, dice María Elena. Felipe no se desanimó. Siguieron viéndose cada agosto “como amigos”. Hasta que, hace cuatro años, ella rompió con su novio y Felipe la conquistó al verano siguiente. Empezó el noviazgo. La boda cubana se celebró el último agosto. Desde entonces, Felipe llama por teléfono a su esposa cada viernes. “A veces nos pasamos media hora hablando”.

La profesión de María Elena es un impedimento. En Cuba, los profesionales del sector sanitario no pueden salir del país – salvo en misión especial- hasta que pasan cinco años desde que han dejado de ejercer. Por fortuna, ella abandonó la enfermería hace casi seis años y ahora sólo le falta que le tramiten la “liberación” para poder irse.

María Elena no aporta pruebas de su relación, como sí hacen muchos matrimonios mixtos con las mismas aspiraciones. Pese a la extrema discreción de los funcionarios consulares, las historias sobre lo que las parejas de cubanas y españoles (o viceversa) llevan y hacen en las entrevistas son tan curiosas que han traspasado los muros del consulado. Las cartas y los emails cruzados son los documentos que más presentan los solicitantes para demostrar la presunta solidez de su amor. Pero cada vez son menos excepcionales las fotos, vídeos, CD, DVDy lápices de memoria, según confiesan sus autores y protagonistas en la cola. Hay parejas que, con tal de persuadir a la autoridad, no se cortan en mostrar imágenes en situaciones íntimas.

Muy al natural… De esas que no deberían dejar lugar a dudas sobre el grado de conocimiento mutuo. La variedad en los formatos de prueba es paralela a la de modalidades de contactos. Cada vez son más los casos de ciberflechazo; los novios virtuales que llegan al consulado con muchas más horas de chat que de convivencia. O los que, después de años de amorío sólo en la red, tienen bastante con un contacto de confirmación en el aeropuerto y, hala, a casarse en La Habana.

El vestuario de los novios en el consulado es más variopinto que en un juzgado matrimonial. Los hay que van en pantalón corto y chanclas o con camisetas del Barça o el Madrid. Yes conocido el caso de uno que llegó hace años vestido de torero, versión campera, a modo de traje de gala. Por qué no.

Aunque no hay estadísticas precisas del perfil de los solicitantes, el retrato tipo de las parejas cubano-españolas que aspiran a legalizar su matrimonio ante España es el de un español y una cubana que se llevan unos 15 años. Hay diferencias mayores, de hasta 40 años, aunque también de sólo 5 a 10 años. Crecen, además, las uniones entre española y cubano. Y en los últimos años, salvo un bache en el 2006, se aprecia una tendencia al alza en el número de solicitantes y de matrimonios inscritos en los registros españoles. Para el conjunto del 2007 se prevé un nuevo aumento de este tipo de uniones. Seguirá habiendo trampas. Pero prevalece la presunción de sinceridad.

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