Racismo y xenofobia

Las Provincias, 14-11-2007

Es posible que nos apetezca mirar hacia otro lado cuando descubrimos brotes aquí y allá de racismo y xenofobia. Es posible que pensemos que eso es cosa de las “cabezas rapadas” o de grupos ultras. Es posible que… ¡el problema está entre nosotros, y está ya!

Cierto es que los brotes son esporádicos. Pero los brotes violentos, con sangre, con violencia. ¿Los demás brotes? Llamamos “panchitos” a los suramericanos, o “sudacas”. Llamamos negros a los subsaharianos. Consideramos que todo magrebí o similar es un furibundo islamista y potencialmente un terrorista. Creemos, y lo decimos, que casi todos los que vienen de los países del Este son atracadores o maleantes.

Nos quejamos de los pisos pateras y nada hacemos. Y así otras muchas más cosas. ¿Es racismo y xenofobia?

Lo es, vaya que lo es. Es un racismo y una xenofobia que se manifiesta en las tertulias de los bares o de los servicios públicos de transporte, o en la intimidad de los hogares. No sale a la calle, y si sale es en voz baja y entre amigos o conocidos. ¿Es racismo y xenofobia? Lo es, de grado bajo, hasta que estalle, y puede hacerlo.

Cierto es que nuestro país no es un país con graves tendencias racistas y xenófobas. Pero cierto es también que puede llegar a serlo si no se prevé lo que está ocurriendo y se pone remedio a tiempo, desde ya mismo.

Sin exagerar, pero sin minimizar. El flujo de inmigrantes está produciendo brotes de racismo y xenofobia que conviene advertir y poner remedio. Y no solamente en las escuelas, en donde hay que enseñar la igualad de todos sin discriminación alguna por razón de raza, sexo o religión, también en la calle y en los lugares de trabajo.

Vale la pena estar advertidos antes de que ocurran males mayores. Por cierto, esconder la cabeza bajo tierra como las avestruces no evita, ni mucho menos, el peligro.

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