Celos, tengo celos...

El País, EMPAR MOLINER, 12-11-2007

Cuando hace unos días leí la noticia, me sentí menos querida que mis hermanos los inmigrantes. La concejal de Trabajo, Mar Serna, dijo: “El porcentaje de extranjeros emprendedores roza el 15%, el doble que el de los catalanes”. Y añadió que “de las 75.000 empresas creadas en Cataluña el año pasado, el 5,7% eran de inmigrantes”. Su conclusión, pues, fue ésta: “Los inmigrantes tienen un proyecto de vida más emprendedor. Tienen más espíritu de lucha”.

Me pareció que Mar Serna les amaba más a ellos que a mí porque, sin desmerecer a nadie, me parece que montar una tienda de zapatos es tan emprendedor como hacerse escritora. Considero tan emprendedor escribir esta columna como ser el nuevo dueño inmigrante del bar donde yo desayunaba hasta hace poco (y donde ya no desayuno porque cuando pido pan con tomate no quieran saber qué bocadillo tan emprendedor me traen). Me parece lógico que los inmigrantes monten más negocios que nosotros, por la sencilla razón de que nosotros, si nos vimos en la tesitura de montarlos, ya lo hicimos hace años.

El caso es que ahora acabo de leer unas declaraciones que me han parecido del mismo estilo. Según Intermón, los inmigrantes pagan más por la hipoteca que nosotros, y les cobran “entre tres y cinco puntos más” debido “a un trato discriminatorio, porque los inmigrantes no conocen el sistema”. Quien lo ha explicado en conferencia de prensa es Gonzalo Fanjul, el director de investigación de la ONG.

Cuando Fanjul dice “inmigrantes” no se refiere, desde luego, a los inmigrantes americanos que compran los pisos de lujo contiguos a la Casa Amatller, en el paseo de Gracia. Se refiere a los otros inmigrantes, a los “emprendedores”. Y desde luego, nadie puede negar que los inmigrantes, por el hecho de ser de otro lugar, pueden sufrir abusos o discriminación. Pero también es evidente que los bancos – los de aquí o los del resto del mundo – se curan en salud cobrándote más dependiendo del riesgo que les supongas. Pero eso no sólo les ocurre a los inmigrantes. Los trabajadores autónomos lo sabemos muy bien. Nosotros, al no estar contratados en ninguna empresa, somos pagadores menos seguros. Y tienen razón. Nosotros nunca sabemos si el año que viene seguiremos teniendo trabajo. Pero como a pesar de eso seguimos con la pretensión de tener casa, los apoderados bancarios están encantados de ofrecernos hipotecas a precios más altos. Y eso es lo que debe de ocurrir también con los inmigrantes.

De este informe, pues, lo que me sorprende es que los de Intermón digan precisamente que a los inmigrantes se les cobra más porque “desconocen el sistema”. Hombre. ¿Y yo qué? Conceptos como TAE son tan raros para mí como para ellos, pero yo no le echo la culpa a nadie más que a mí. Desde el momento en que uno entiende lo que implica pedir una hipoteca y lo hace, no tiene ninguna excusa para decir que “al ser inmigrante no conoce el sistema”. Si yo emigro a Dubai y me compro un piso tendré que buscarme la vida para encontrar un traductor y para que alguien me explique qué es lo que voy a firmar. Pero son las servitudes de contratar una hipoteca. Ser inmigrante no significa ser tonto.

De todas formas, tengo una manera infalible para comprobar ese grado de conocimiento del sistema al que hace referencia Intermón. Se trata de observar cuánto cuestan los productos de las tiendas de comida regentadas por algunos de ellos (y abiertas a todas horas). Si esos precios duplican los de las tiendas regentadas por autóctonos (que sí cierran a su hora), entonces yo no me preocuparía por su grado de desconocimiento del sistema. En serio. Eso es conocer el sistema a la perfección. Otra cosa son los pringados (inmigrantes o no) que jamás tendrán hipoteca porque son demasiado pobres para pagarla.

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