Thermal, el sueño que paso de largo

El Universal, J. JAIME HERNÁNDEZ/CORRESPONSAL, 11-11-2007

THERMAL, California.— En esta localidad, el sueño ame – ricano ha pasado de largo. Por sus calles polvorientas, corretean perros escuálidos y niños legañosos, mientras los residentes más viejos y enfermos les miran con infinita nostalgia.

Enclavada en el corazón del Valle de Coachella, una de las zonas de cultivo más ricas de Estados Unidos, la comunidad inmigrante de Los Duros sabe muy bien lo que es vivir a caballo entre el tercer y el primer mundo, dos realidades que se yuxtaponen en beneficio siempre del más rico y poderoso.

Algunas banderas de México ondean entre las nubes de polvo y de moscas para dejar al descubierto la identidad de miles de almas que viven hacinadas en poco más de 400 “traileras” (casas rodantes) en esta reserva india, fuera de la jurisdicción del gobierno estatal y local.

En Los Duros, sus habitantes tienen la piel curtida por historias de persecución y olvido.

“Yo perdí la cuenta de las veces que me deportaron desde que vine por primera vez a trabajar allá por los años 70. Sé lo que es ser ilegal y estar a punto de morir mientras cruzas la frontera con los coyotes”, dice José Luis Castro, un inmigrante de Michoacán que a lo largo de tres décadas nunca ha sabido lo que es el “sueño americano”.

“El sueño americano no existe amigo, es un espejismo. Aquí la vida es muy dura y si alguien se hace rico, no lo hace de forma honesta. Aquí uno sólo puede hacerse rico si se dedica a otros trabajitos (como el tráfico de droga y personas), o si te sacas la lotería”, dice José Luis, un hombre de 55 años, que vive entre carromatos desvencijados y perros que le disputan las sobras de la comida.

Hace casi un mes, José Luis volvió a cruzar la frontera para trabajar en la cosecha del limón, la fresa y el brócoli. Pero, esta vez, la baja en la contratación le ha arrojado en brazos de la incertidumbre:

“Hay agricultores que se están yendo a México porque dicen que les sale muy caro seguir trayendo trabajadores con permiso de trabajo. Se van a estados como Guanajuato o Baja California donde alquilan grandes extensiones de tierra y además la mano de obra les sale más barata.

“Por eso, cada vez hay menos trabajo acá. Este mes, por ejemplo, no tendré dinero para enviarle a mi familia. Acabo de colgar el teléfono y les dije que no esperen dinero sino hasta el otro mes”, dice molesto.

Últimamente las noticias han ido de mal en peor en Los Duros, no sólo para Jose Luis, sino para los poco más de 4 mil inmigrantes de esta comunidad. A la escasez de trabajo, provocada por una estampida de empresarios agrícolas de Estados Unidos a México, hoy se suma la amenaza de desalojo que un juez podría determinar a instancias del gobierno federal para reubicar a cientos de familias lejos de este foco de miseria y de “contaminación medioambiental”.

“Si nos sacan de aquí, no sé a donde nos podremos ir. Las rentas en todos lados están muy caras. Mi esposo está inhabilitado por un accidente y mi hijo, que se ha tenido que ir a Oxnard porque aquí no hay trabajo, no podría seguirnos ayudando”, se lamenta Teresa M., una mujer de boca desdentada y semblante cadavérico que, a sus 51 años, prefiere que su familia en México se olvide de ella.

“Por favor no me saque fotos. No quiero que mi familia en México me vea así. Prefiero que me recuerden como era antes”, pide Teresa mientras apura su labor en la lavandería de la comunidad y cuchichea con vecinas las noticias del inminente desalojo.

Desde el año 2003, los propietarios y miembros de la reserva india de Torrez Martínez, han recibido una serie de ultimátums del condado para mejorar las condiciones de higiene en la comunidad de Los Duros o cerrar definitivamente.

“Nosotros ya hicimos mejoras y ahora le toca a la gente cumplir con su parte ”, aseguró un representante de Scott Lawson, miembro de la tribu y copropietario de los terrenos.

“Y quien no acepte cumplir con las peticiones de mejoras o renovar su traila, tendrá que irse”, aseguró para resumir la suerte de una comunidad que sigue viviendo por debajo de la línea de pobreza —con menos de 10 mil dólares al año—, y que hoy se resiste a ser expulsada del tercer mundo de Los Duros para ingresar en situación de desventaja en ese paraíso prohibido del primer mundo que palpita a escasos kilómetros de distancia, desde las zonas residenciales de Palm Springs que rodean las fértiles tierras del Valle de Coachella.

THERMAL, California.— En esta localidad, el sueño ame – ricano ha pasado de largo. Por sus calles polvorientas, corretean perros escuálidos y niños legañosos, mientras los residentes más viejos y enfermos les miran con infinita nostalgia.

Enclavada en el corazón del Valle de Coachella, una de las zonas de cultivo más ricas de Estados Unidos, la comunidad inmigrante de Los Duros sabe muy bien lo que es vivir a caballo entre el tercer y el primer mundo, dos realidades que se yuxtaponen en beneficio siempre del más rico y poderoso.

Algunas banderas de México ondean entre las nubes de polvo y de moscas para dejar al descubierto la identidad de miles de almas que viven hacinadas en poco más de 400 “traileras” (casas rodantes) en esta reserva india, fuera de la jurisdicción del gobierno estatal y local.

En Los Duros, sus habitantes tienen la piel curtida por historias de persecución y olvido.

“Yo perdí la cuenta de las veces que me deportaron desde que vine por primera vez a trabajar allá por los años 70. Sé lo que es ser ilegal y estar a punto de morir mientras cruzas la frontera con los coyotes”, dice José Luis Castro, un inmigrante de Michoacán que a lo largo de tres décadas nunca ha sabido lo que es el “sueño americano”.

“El sueño americano no existe amigo, es un espejismo. Aquí la vida es muy dura y si alguien se hace rico, no lo hace de forma honesta. Aquí uno sólo puede hacerse rico si se dedica a otros trabajitos (como el tráfico de droga y personas), o si te sacas la lotería”, dice José Luis, un hombre de 55 años, que vive entre carromatos desvencijados y perros que le disputan las sobras de la comida.

Hace casi un mes, José Luis volvió a cruzar la frontera para trabajar en la cosecha del limón, la fresa y el brócoli. Pero, esta vez, la baja en la contratación le ha arrojado en brazos de la incertidumbre:

“Hay agricultores que se están yendo a México porque dicen que les sale muy caro seguir trayendo trabajadores con permiso de trabajo. Se van a estados como Guanajuato o Baja California donde alquilan grandes extensiones de tierra y además la mano de obra les sale más barata.

“Por eso, cada vez hay menos trabajo acá. Este mes, por ejemplo, no tendré dinero para enviarle a mi familia. Acabo de colgar el teléfono y les dije que no esperen dinero sino hasta el otro mes”, dice molesto.

Últimamente las noticias han ido de mal en peor en Los Duros, no sólo para Jose Luis, sino para los poco más de 4 mil inmigrantes de esta comunidad. A la escasez de trabajo, provocada por una estampida de empresarios agrícolas de Estados Unidos a México, hoy se suma la amenaza de desalojo que un juez podría determinar a instancias del gobierno federal para reubicar a cientos de familias lejos de este foco de miseria y de “contaminación medioambiental”.

“Si nos sacan de aquí, no sé a donde nos podremos ir. Las rentas en todos lados están muy caras. Mi esposo está inhabilitado por un accidente y mi hijo, que se ha tenido que ir a Oxnard porque aquí no hay trabajo, no podría seguirnos ayudando”, se lamenta Teresa M., una mujer de boca desdentada y semblante cadavérico que, a sus 51 años, prefiere que su familia en México se olvide de ella.

“Por favor no me saque fotos. No quiero que mi familia en México me vea así. Prefiero que me recuerden como era antes”, pide Teresa mientras apura su labor en la lavandería de la comunidad y cuchichea con vecinas las noticias del inminente desalojo.

Desde el año 2003, los propietarios y miembros de la reserva india de Torrez Martínez, han recibido una serie de ultimátums del condado para mejorar las condiciones de higiene en la comunidad de Los Duros o cerrar definitivamente.

“Nosotros ya hicimos mejoras y ahora le toca a la gente cumplir con su parte ”, aseguró un representante de Scott Lawson, miembro de la tribu y copropietario de los terrenos.

“Y quien no acepte cumplir con las peticiones de mejoras o renovar su traila, tendrá que irse”, aseguró para resumir la suerte de una comunidad que sigue viviendo por debajo de la línea de pobreza —con menos de 10 mil dólares al año—, y que hoy se resiste a ser expulsada del tercer mundo de Los Duros para ingresar en situación de desventaja en ese paraíso prohibido del primer mundo que palpita a escasos kilómetros de distancia, desde las zonas residenciales de Palm Springs que rodean las fértiles tierras del Valle de Coachella.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)