Breve historia de la idiotez ajena

Gara, 23-10-2007

A raíz de las recientes declaraciones del biólogo James Watson retomando la teoría de la inferioridad intelectual de los negros, Jorge Majfud hace un pequeño repaso histórico a través de ciertos intelectuales que no dudaban de esa inferioridad en indios e incluso, en la antigüedad, en los pueblos germánicos, «bárbaros y atrasados».

Veamos dos breves aproximaciones al mismo problema, uno filológico y otro biológico. Ambos ideológicos.

El erudito español Marcelino Menéndez Pelayo en 1895 calificó a de las Casas de «fanático intolerante» y a «Brevísima Historia» de «monstruoso delirio». Su más célebre alumno y miembro de la Real Academia Española, Ramón Menéndez Pidal, fue de la misma opinión. En su publicitado y extenso libro, «El padre Las Casas» (1963) desarrolló la tesis de la enfermedad mental del sacerdote denunciante al mismo tiempo que justificó la acción de los conquistadores, como la muerte de tres mil indios en Cholula a manos de Hernán Cortés porque era una «matanza necesaria a fin de desbaratar una peligrosísima conjura que para acabar con los españoles tramaba Moctezuma». Según Menéndez Pidal, Bartolomé de las Casas «era una víctima inconsciente de su delirio incriminatorio, de su regla de depravación inexceptuable». Pero al regresar a España para denunciar las supuestas injusticias contra los indios, «se encontró con la gravísima sorpresa de que su opinión extrema sobre la evangelización del Nuevo Mundo tenía enfrente otra opinión, extrema también, en defensa de la esclavitud y la encomienda.

Esa opinión estaba sostenida muy sabiamente por el Doctor Juan Ginés de Sepúlveda [a través de] un opúsculo escrito en elegante latín y titulado Democrates alter, sirve de justis belli causis apud Indos». Una nota al pie dice: «Publicado con una hermosa traducción, por Menéndez Pelayo en Boletín de la Real Acad. De la Historia, XXI, 1891». Ginés de Sepúlveda, basándose en la Biblia (Proverbios), afirmaba que «la guerra justa es causa de justa esclavitud (…) siendo este principio y concentrándose al caso del Nuevo Mundo, los indios `son inferiores a los españoles como los niños son a los adultos, las mujeres a los hombres, los fieros y crueles a los clementísimos, (…) y en fin casi diría como los simios a los hombres’». Con frecuencia, Pidal confunde su voz narrativa con la de Sepúlveda. «Bien podemos creer que Dios ha dado clarísimos indicios para el exterminio de estos bárbaros, y no faltan doctísimos teólogos que traen a comparación los idólatras Cananeos y Amorreos, exterminados por el pueblo de Israel». Según Fray Domingo de Soto, teólogo imperial, «por la rudeza de sus ingenios, gente servil y bárbara están obligados a servir a los de ingenio más elegante». Menéndez Pidal insistía en su tesis de la incapacidad mental de quienes criticaban a los conquistadores, como «el indio Poma de Ayala, [que] mira con maliciosos ojos a dominicos, agustinos y mercedarios, mientras advierte que franciscanos, jesuitas y ermitaños hacen mucho bien y no toman limosna de plata». Según Pidal, esto se debía a que «a esos indios prehistóricos, venidos de la edad neolítica, no era posible atraerlos con la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, sino con las Florecillas Espirituales del Santo de Asís».

En su intención de demostrar la enfermedad mental del denunciante, Pidal se encuentra con indicios contrarios y resuelve, por su parte, una regla psicológica que lo arregla todo: «el paranoico, cuando sale del tema de sus delirios, es un hombre enteramente normal». Luego: «Las Casas es un paranoico, no un demente o loco en estado de inconsciencia. Su lucidez habitual hace que su anormalidad sea caso difícil de establecer y graduar». Que es como decir que era tan inteligente que no podía razonar correctamente, o por su lucidez veía ilusiones. Bartolomé de las Casas «vive tan ensimismado en un mundo imaginario, que queda incapaz para percibir la realidad externa, que es la desbordante energía desplegada por España en los descubrimientos geográficos». Una confesión significativa: «Las Casas hubiera sido, dada su extraordinaria actividad, un excelente obispo en cualquier diócesis de España, pero su constitución mental le impedía desempeñar rectamente un obispado en las Indias». De aquí se deducen dos posibilidades: (1) América tenía un efecto mágico – narcótico en algunas personas o (2) los obispos de España eran paranoicos como de las Casas pero por ser mayoría era tenido como algo normal.

Esta idea de atribuir deficiencias mentales en el adversario dialéctico, se renueva y extiende en libros masivamente publicitados sobre América Latina, como «Manual del perfecto idiota latinoamericano» (1996) y «El regreso del idiota» (2007). Uno de los libros objetos de sus burlas, «Para leer al pato Donald» (1972) de Ariel Dorfman y Armand Matterlart, parece contestar esta posición desde el pasado. El discurso de las historietas infantiles de Disney consiste en que, «no habiendo otorgado a los buenos salvajes el privilegio del futuro y del conocimiento, todo saqueo no parece como tal, ya que extirpa lo que es superfluo». El despojo es doble, casi siempre coronado con un happy ending: «Pobres nativos. Qué ingenuos son. Pero si ellos no usan su oro, es mejor llevárselo. En otra parte servirá de algo».

Sócrates o Galileo pudieron hacerse pasar por necios, pero ninguno de aquellos necios que los condenaron pudieron fingir inteligencia. Eso en la teoría, porque como decía Demócrates, «el que amonesta a un hombre ue se cree inteligente trabaja en vano».

En la Grecia antigua, como dice Aristóteles, se daba por hecho que los pueblos que vivían más al sur, como el egipcio, eran naturalmente más sabios e ingeniosos que los bárbaros que habitaban en las regiones frías. Alguna vez los rubios germánicos fueron considerados bárbaros, atrasados e incapaces de civilización. Y fueron tratados como tales por los más avanzados imperios de piel oscurecida por los soles del Sur. Lo que demuestra que la estupidez no es propiedad de ninguna raza.

© Alai – amlatina

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