A PROPÓSITO

Emigrar

El Correo, 23-10-2007

Un presidente latinoamericano ha venido a España y ha pedido a sus compatriotas emigrados que regresen a su país. Que vuelvan, la nación les necesita. A ver cuántos están dispuestos a regresar, pero por lo que nos dicen las estadísticas la corriente migratoria no cesa de fluir hacia este lado de los mares, orillas de pan y miel, sueños de fortuna con un billete, por el momento, sólo de ida a Europa. He oído a infinidad de emigrantes españoles que se quedaron tras la jubilación en Francia y Suiza confesar que su patria es ‘la que les ha dado de comer’. La que propició que sus hijos hubieran estudiado.

Bajo las mansardas de la ‘ciudad luz’ vivían los que cruzaron los Pirineos que nos separaban de los franceses y de todos los demás, donde antaño se arracimaban en las buhardillas los miembros del servicio de la vieja burguesía. Se alquilaban aquellos cuchitriles con un retrete común a gallegos, a andaluces que a pesar de verse obligados a emigrar siempre habían vivido mejor en su tierra. Los que ahora nos eligen como el Eldorado de los desesperados se alojan en pisos – patera y chamizos de miserable variedad. O sea, que se les han puesto peor las cosas a los que saltan en el presente al primer mundo buscando un futuro. Lo tienen mucho más negro que cuando los tiempos del ‘vente a Alemania, Pepe’.

La isla de Ellis ha pasado a ser museo y fuente de películas. Ya no es necesaria. Ahora se levantan muros y alambradas cada vez más altos en las fronteras. Y hablando de paredes, no hay que olvidar las de las viviendas de luxe en las que unos cuartitos para una cama de enanito de Blancanieves, al lado la cocina con un baño minúsculo, es un cubículo para la empleada de hogar. La Cañada Real. Un barrio de 40.000 personas cercano a Madrid. Los 40.000 no llegaron de repente. Llevó años viendo levantar ese dique de marginalidad; viendo crecer extasiados los rascacielos de renombre mientras se expandían las chabolas.

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