AQUI / NO HAY PLAYA

La sangre va llegando al río

El Mundo, David Torres, 23-10-2007

Este fin de semana Madrid se ha teñido de sangre. Para empezar, el asesinato de un taxista en plena calle, a bordo de esa herramienta de trabajo que para los de su gremio tantas veces ha servido de ataúd. Después, la batalla campal del poblado de la Cañada Real, donde la Policía y los chabolistas se encontraron frente a frente con una saña digna de otras épocas. Para cerrar el arqueo, un hombre fue encontrado hecho pedazos en San Martín de la Vega y otro muerto a hachazos y con el hacha clavada en la puerta, como en un western de la Edad Media. Demasiada sangre para una ciudad que se cruza de sobra en unas cuantas horas de punta a punta y que cuenta sólo con el estornudo de un río para ejercer de bayeta.


Cada vez más, la sección de noticias de la capital se va pareciendo a El Caso, aquel tabloide pionero en truculencia y sucesos sanguinarios donde una oveja de tres cabezas convivía con un festín caníbal. Cada vez más, a uno le van llegando ecos de la violencia que nos rodea: una chica a la que atracan salvajemente a la salida del Metro, o un comercio al que voy asiduamente y que roban por primera vez en diez años. El lustre de los cuchillos – oculto durante varias décadas – ha vuelto a reverdecer por estas fechas en que la violencia vuelve a hacer de las suyas, como en los años posteriores a la muerte de Franco. A mí me tocó crecer en medio de bandas de navajeros adolescentes y chorizos de tres al cuarto, de perros callejeros en busca de su collar de heroína y letales muchedumbres de yonquis que cruzaban cada tarde los parques como zombis de bajo presupuesto. Durante muchos años Madrid ha sido una de las capitales más seguras del mundo, pero parece que esa seguridad ya se ha resquebrajado para dar paso a la manada oscura, al miedo a salir de noche.


El grito del taxista agonizante viene a resumir el pánico de la nueva época. «Ha sido un negro», dijo poco antes de morir, y el aviso viene a certificar un terror inédito, la desconfianza hacia el otro, el sello de una carne extraña. Poco importa que el taxista asesinado fuese argentino: su esquela fúnebre anuncia la ola del racismo que se avecina: el odio al negro que vende películas piratas en la calle, al chino que se pasa la vida detrás de un mostrador, al rumano en su garaje, al ecuatoriano en su moto, al argentino tras la barra, al moro en su locutorio, al turco en su kebab, al polaco en su andamio, a todos esos emigrantes que han llegado a Madrid centrifugados por las mareas de la historia y la política. No tememos al tipo que habla distinto o que calza distinta epidermis por su sintaxis o su piel, sino por su pobreza, por su desesperación, por las ganas de salir adelante como sea y donde sea, a costa de quien sea. Más nos vale ir tomando nota antes de que los fantasmas que recorren Europa salgan de debajo de la sábana.

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