Sobre velos y nuestro desvelo

El Mundo, JOANA ORTEGA I ALEMANY, 14-10-2007

LA POLEMICA SOBRE EL USO DEL VELO EN LAS ESCUELAS HA ABIERTO DE NUEVO UN DEBATE DE GRAN INFLUENCIA EN NUESTRA SOCIEDAD. NO SE TRATA DE NEGAR O PROCLAMAR LA LIBERTAD RELIGIOSA, SINO EL RESPETO AL DERECHO, A LA EDUCACION Y A LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA


Estos últimos días se ha suscitado una viva polémica entorno a la cuestión de si es de recibo que las niñas islámicas vayan con velo a la escuela. No es un debate nuevo ni aislado, dada la realidad demográfica de nuestro país y del conjunto de la Unión Europea. Tampoco se trata de un debate secundario o trivial, que se pueda despachar alegre y superficialmente, porque las influencias que tiene sobre los cimientos de nuestra convivencia en libertad son numerosas y ostensibles.


Conviene destacar, de entrada, que no se trata de que se niegue o se proclame la libertad religiosa, ni que se coarte o se fomente el pluralismo religioso, sino de que se respeten el derecho a la educación y la libertad de enseñanza en el marco de una sociedad que tiene un sistema de derechos fundamentales y libertades públicas al que no quiere renunciar y que no tolera ningún resquicio para la discriminación por razón de género. En este sentido, resulta muy ilustrativa una referencia a la «Declaración de los Derechos del Niño», proclamada por la Asamblea General de la ONU el día de 20 de noviembre de 1959, donde se afirma que se dará al niño «una educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de responsabilidad moral y social, y llegar a ser un miembro útil de la sociedad» (principio 7 de la Declaración), así como se establece que «el niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole.Debe ser educado en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz y fraternidad universal…» (principio 10 de la Declaración).


En todo caso, la ostentación de signos religiosos (como podría ser el hijab islámico, con una carga cultural evidente) y otras prácticas, no pueden significar perjuicio alguno para las menores musulmanas, desde el punto de vista de su formación y de su socialización.Asimismo, la necesidad de la escolarización tampoco debe ser el criterio por esgrimir – de una manera decisiva e indiscriminadapara abortar el debate social planteado, y que nos lleve sistemáticamente a bajar la guardia ante prácticas no acordes con el respeto y la promoción debidos de la dignidad humana.


Ante tanto discurso políticamente correcto que no duda en sacralizarla, es preciso manifestar que la multiculturalidad no favorece a la verdadera integración de los inmigrantes, porque no les incentiva a esforzarse por conocer y apreciar debidamente los valores que rigen nuestra vida en comunidad. Al mismo tiempo, la multiculturalidad desarma a la sociedad de acogida, que no debe entenderse nunca como un folio en blanco sobre el que escribir permanentemente unos primeros garabatos, sino como un dibujo incompleto que conviene ir perfilando generación tras generación, respetando adecuadamente lo ya pintado. En todo caso, hemos de advertir que los que basan sus creencias y sus proclamas en un multiculturalismo progre – no tan ingenuo como se cree a primera vista – son los que, ubicados en la izquierda más anticuada de Europa, tratan de disimular – con mayor o menor acierto – sus tendencias cristofóbicas bajo un laicismo militante.


Tampoco puede defenderse la mera asimilación cultural y religiosa, que comporta que las personas y familias inmigrantes renuncien a su bagaje cultural como requisito sine qua non para su acogida social: dicha renuncia resulta injusta y estéril. La sociedad de acogida también debe hacer aproximaciones, combatiendo sus propios prejuicios y temores, siendo generosa y comprensiva con las personas que acaba de recibir, pero exigiéndoles reciprocidad y un grado por lo menos de igual intensidad de aproximación, de apertura y de respeto. Cabe, en este punto, fomentar las ventajas de la autorregulación, de la mediación cultural y de los mecanismos preventivos que hagan posible dos hitos que merecen nuestra consideración y nuestro esfuerzo compartido, porque nos jugamos la viabilidad de nuestra sociedad plural: la exploración de las posibilidades reales de un Euroislam que ampare y promueva unas prácticas islámicas lo más integradas posibles en los valores occidentales; y la desactivación de la amenaza de una inminente Eurabia, dada la vocación expansiva y totalizante que intrínsecamente tiene el Islam, una amenaza entendida como elemento que pudiera dar alas a posturas radicales y xenófobas, de rechazo del otro y de conflicto, en absoluto aceptables por todos los que, desde un amplio espectro ideológico, apostamos por la democracia, por el diálogo y por la convivencia, y lo hacemos con esperanza en el futuro y deseosos de contribuir al progreso de la Humanidad.


Joana Ortega i Alemany es portavoz del Comité de Govern de UDC y diputada de CiU en el Parlament de Catalunya

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