Desalojo

Derribo sin tiempo para salvar nada

El Mundo, PABLO HERRAIZ, 10-10-2007

Unas 40 familias del barrio marroquí de la Cañada Real vieron ayer cómo la excavadora derribaba sus casas sin darles tiempo a salvar sus pertenencias. Ropa, comida y papeles se quedaron bajo los escombros. La piqueta no esperó a mañana, cuando acaba la fiesta sagrada del Ramadán Las excavadoras llegan sin previo aviso, cuando en el barrio musulmán sólo quedan las mujeres. Y a tres días de acabar el Ramadán. Los hombres ya se han ido a trabajar y los niños están en el colegio. No les dan tiempo ni para rescatar sus pertenencias. El desalojo que se produjo ayer por la mañana por orden de un juzgado en la Cañada Real avanzó como un terremoto, y a última hora de la tarde tan sólo quedaban escombros.


Todos los afectados son marroquíes, a excepción de unos pocos rumanos. Hay montones de niños. Entre los ladrillos rotos y los alambres retorcidos de los forjados asoman trozos de camisetas, mesas rotas y una taza de plástico rojo. Más allá, los escombros aplastan una nevera todavía llena de comida. «No me han dejado ni coger la comida de mi niño», musita una chica rumana, mientras su pequeño llora y se aparta las moscas de la cara. El crío le dice algo a su madre en voz baja, con los ojos muy abiertos: «Me ha preguntado que dónde está la casa», explica ella casi con una sonrisa, y le contesta: «Es esto, hijo», mientras señala al montón de basura.


Donde antes había un camino ahora hay una hilera de cascotes de cemento. El grueso de los desalojados, unas 40 familias magrebíes, se concentra al final de la recta, que parece barrida por un huracán. Todos comentan lo que ha pasado. No se habla de otra cosa.


«Lo que no está bien es que hayan llegado sin avisar, que no nos hayan dado tiempo para salvar nuestras cosas», se queja un marroquí. Y es cierto, según cuentan los trabajadores sociales que van a la zona y que también han presenciado el derribo.


Las excavadoras han llegado a primera hora de la mañana. A las nueve y media ya estaban derribando las primeras casas con apoyo de los antidisturbios y de la Policía Municipal. En total, han sido unas 25 casas ilegales, aunque ayer no se sabía con exactitud cuántas había.


Muchos de los niños se han encontrado con lo que quedaba de su casa cuando han vuelto de la escuela. Los habitantes de la zona musulmana de la Cañada Real son en su inmensa mayoría trabajadores de la construcción y todos estaban en la obra desde muy temprano. Todos los niños están escolarizados, según cuenta Rosa, de la Asociación El Fanal, que trabaja con los musulmanes de la Cañada.


Lo curioso del derribo de ayer es que casi ninguno de los afectados se queja del derribo en sí mismo. La queja viene más por las maneras. Faltan un par de días escasos para que termine el Ramadán, el periodo del año más sagrado de los musulmanes, que culmina mañana con una gran fiesta que en esta ocasión quizá no se celebre con muchas ganas. Pero no han esperado.


Compartiendo espacio


En las parcelas ahora destruidas había familias que compartían el espacio. Muchas construyeron una sola casa para dividirla luego entre tres o cuatro familias. Otras tenían su parcelita, edificada poco a poco, con ladrillos y cemento comprados. «Yo me gasté por lo menos 2.000 euros en hacer mi casa», explica otro de los marroquíes desalojados, «pero hay gente que se gastó 15.000», concluye.


Algunas casas se han construido en sólo cuatro o cinco meses, mientras que otras se encontraban en permanente estado de construcción. Al final, algunos hasta tenían las paredes alicatadas, tomas de agua, luz, nevera… Eran ilegales, pero no eran simples chabolas.


Lo más desolador es ver a los niños rebuscando entre los escombros. La piqueta no ha tenido piedad con las pertenencias de nadie. Mustafá, cristalero de profesión, vivía en una de las infraviviendas con su primo, la mujer de éste y sus cinco hijos. «Me voy a ir a dormir a casa de otro primo», explica.


Mustafá es afortunado por tener primos que le acojan. Lo único que ha podido salvar de sus cosas son tres camisetas. Otros, ni eso. «Yo he perdido mi trabajo porque me he tenido que venir corriendo cuando me han llamado, aunque mi jefe no me dejaba. Ahora no tengo ni casa ni trabajo, mira todo lo que me queda», dice mientras señala un coche viejo.


Otros han guardado lo poco que se ha salvado en su vehículo, porque no tienen nada más. En cambio, en otra ocasión no se ha salvado ni el coche. Atrapado entre los cascotes, ahora es un pedazo de chatarra con el que la piqueta no tuvo contemplaciones.


Por la tarde acudieron muchos miembros del Samur Social para paliar en parte las necesidades de estas familias. Por suerte para la mayoría, muchos tenían más parientes en la misma Cañada o en otras partes de Madrid para pasar la noche.


Al resto los realojó el Samur Social. En total, ocho personas se acogieron a la ayuda municipal, que las llevó a su central y a Cruz Roja. Se trata de dos familias y cinco adultos solos, según confirmó un responsable del Samur Social.


Entre tanta destrucción, también se pueden encontrar algunas historias de supervivencia. Por ejemplo, en la mitad del barrio hay dos casitas que siguen en pie. A una le han dado una bula de seis meses, según explica su dueño, que está empadronado allí. En la otra se han atrincherado los familiares y al final la han dejado en pie, quién sabe hasta cuándo.


La otra historia es la de la mezquita de la Cañada, la única de la zona, que construyeron hace ya años porque la población musulmana había crecido mucho en esta calle ilegal y tenía necesidad de tener un lugar sagrado cerca de su casa.


La mezquita, pequeña y de paredes rojas, por ahora ha resistido el golpe de la orden judicial, aunque hace seis meses algunas fuentes indicaban que se iba a derribar. La casa del imán, en cambio, fue destruida ayer. Después de un día tan largo, cuando ya cae el sol, es el lugar donde se concentran todos los marroquíes. Ayer, como hoy, era especial, porque estamos en Ramadán. La última oración del día y el fin del ayuno ayudan a no pensar en tanta miseria.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)