PRISMA

Del velo y la reciprocidad

El Mundo, MANUEL MILIAN MESTRE, 08-10-2007

A Carod – Rovira a veces le tienta la teatralización de la política: acude a celebrar la ruptura del ayuno del Ramadán con el Consell Islàmic en Barcelona, pero no es capaz de recelar de la temeridad en Jerusalén de tocarse con una corona de espinas. Ahora Carod pide respeto por los símbolos religiosos Y ¿cómo leer su actuación pasada en Jerusalén? Sabemos que hoy confesarse cristiano en tierras históricamente de cristianos puede ser un desdoro. No veo a la Generalitat tan predispuesta a atender subvenciones a los protestantes como lo hace con los musulmanes. Hay una sombra de temor. Entre otras cosas porque los protestantes catalanes nunca perpetrarán un 11 de Septiembre, ni un 11 de Marzo.


Lo que viene al caso es el velo de la niña del colegio de Girona. Yo me siento impelido a defender el derecho de cada cual a ostentar los símbolos religiosos o identitarios que guste. ¿A qué viene tanta zarabanda contra la expresión pública de identidades culturales cuando son religiosas? Vivimos en un Estado aconfesional, no laico, ni menos laicista. La Constitución de 1978 habla por sí misma. ¿Por qué ese tufillo anticlerical en quienes pretenden desterrar de la calle lo religioso, dando pábulo a sus irrefrenables modos secularistas? Tan «religiosa» es la afirmación como la «negación» de un mismo hecho. En cambio, hoy parece que expresar en público unos sentimientos religiosos se asimile a una trasgresión de la Constitución. Evidentemente es falsa y embustera una interpretación de esta naturaleza.


Los creyentes españoles tenemos derecho a exponer nuestra fe: la que sea. Y los no creyentes tienen el deber de respetarnos en público, igual que éstos deberían respetar el sentir de los ateos. Lo que carece de sentido es que quienes maquinan en secreto contra la expresión de las creencias en público quieran investirse de adalides de la libertad en función de sus escrúpulos laicistas. El laicismo es también una suerte de religión sensu contrario; abusa a veces en sus pretensiones sin reparar en derechos históricos, ni en los mismos fundamentos de su realidad cultural o sociológica.¿Por qué Europa es lo que es gracias a la Ilustración – que lleva dos siglos – y no al cristianismo – que lleva 2.000 años – ? Esa fue una de las incoherencias de la fracasada Constitución Europea.Los problemas, hoy, no proceden en nuestras sociedades del área del pluralismo, sino del multiculturalismo. Un fenómeno de yuxtaposición, como asevera el gran politólogo Giovanni Sartori, no de integración como resultaría de su asentamiento en el pluralismo aconfesional y democrático. ¿Respetarán el juego democrático aquellos que nunca lo practicaron, ni fueron educados para ello? Con velo o sin él, tienen que ser instruidos en la tolerancia y el respeto de las leyes, del modo de vivir en el país de acogida. Es nuestra cultura la que se abre a los «distintos», un fenómeno sin correspondencia posible en sus sociedades de origen. ¿Alguien puede demostrar que en Arabia Saudí se pueda levantar un templo, o practicar abiertamente el cristianismo, sin que caigan sobre él las leyes del estado islámico? ¿Alguien entenderá en Europa, que se lapide a una mujer adúltera, o se ahorque a los homosexuales como en Irán? El problema radica en la resistencia a la integración en las culturas ajenas y la falta de reciprocidad en las propias. Lo demás son falacias o demagogias. «No querrás para el otro lo que no quieres para ti», reza el cristianismo. Reflexionemos todos con Salomón: «Mejor es vivir dos juntos que uno solo. Porque tienen la ventaja de la mutua compañía» (Eclesiastés IV, 9) ¿Lo entienden así los islámicos en Cataluña, en Marruecos, en Pakistán? A los hechos me remito. Si quieren usar el velo, que lo usen; no así el burka, que parece un insulto a la mujer. La condición humana carece de sexo.

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