REPORTAJE

Dátiles y té para el fin del ayuno

Un restaurante marroquí adapta su horario durante la celebración del mes sagrado para los islámicos

El País, MARÍA R. SAHUQUILLO, 07-10-2007

Son las 19.20 y el restaurante marroquí La Alhambra, en pleno corazón de Lavapiés, está desierto. Said y Mohamed, sus dueños, permanecen en la puerta con los brazos cruzados. Conversan y observan el trajín de la calle. El barrio bulle y ellos aguardan la llegada de la gente. Es ramadán y La Alhambra, que ha estado cerrado todo el día, se prepara para el iftir, la hora en que se rompe el ayuno. Dentro, sobre la barra, decenas de platitos llenos de dátiles y ghabakja, una especie de pastelillos, aguardan a los comensales.

“Ahora empezará a llegar la gente. No falta mucho para la hora”, dice Said con una tímida sonrisa. Se refiere al momento de la puesta de sol, la hora en que comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales vuelven a estar permitidos para los musulmanes que hacen el ramadán, el noveno mes del calendario lunar, sagrado para los islámicos.

Said llegó a Lavapiés hace 15 años y desde entonces conoce a casi toda la población musulmana del barrio. Muchos marroquíes, senegaleses, bangladesíes, paquistaníes, argelinos… “Suelen venir a comer o a comprar comida”, cuenta. Como Mahbob, de Bangladesh, que con un salam aleikum (la paz esté con vosotros) entra en el restaurante. Se lleva unos cuantos pastelillos y algunas empanadas. Romperá el ayuno en casa, con su hermano.

Al igual que La Alhambra, casi todos los restaurantes árabes de Lavapiés cierran por el día durante este mes. En la Comunidad de Madrid viven unos 200.000 musulmanes, y Lavapiés, junto con Tetuán y las cercanías de la mezquita de la M – 30, es uno de los barrios con mayor presencia. “Este barrio habla con acento extranjero”, bromea Said, “aunque aquí es distinto, en Marruecos la vida en ramadán se ralentiza. Todo el mundo ayuna y es más fácil hacerlo”, cuenta.

La Alhambra se empieza a llenar poco a poco. Las mesas, vestidas con manteles blancos y servilletas de papel, comienzan a ocuparse. Mahmud se sienta en una de ellas. Es egipcio y lleva cinco años en Madrid, siempre en Lavapiés. “Es la primera vez que vengo”, dice. “No estoy casado y normalmente ceno en casa de mi hermana, pero hoy no me daba tiempo a llegar”, cuenta moviendo mucho las manos.

La comida que rompe el ayuno se suele hacer en familia, pero a La Alhambra acuden muchos solteros y gente que no tiene parientes en España. Muchos hombres, casi todos jóvenes. Amas, Llilahj y Hrab son marroquíes. Sus bromas y risas contrastan con la tranquilidad del local. Cuando entran las 15 mesas del restaurante están llenas y ocupan la barra. “Hacer ramadán en España es más difícil, pero lo hacemos porque queremos. Es una tradición. No la queremos romper. Además, es muy sano”, cuenta Hrab, de 17 años. Trabaja en una obra y explica que en ramadán el trabajo no se resiente. “Estamos acostumbrados. Lo peor es cuando cae en verano, con el calor”, asegura.

El olor a comida lo inunda todo y los comensales se miran el reloj. Es viernes y la hora del iftir está marcada a las 19.53. El camarero reparte platitos con dátiles, cuencos de harira – una especie de sopa espesa y picante – y huevos duros. También té de hierbabuena, batidos de frutas y empanadas, dulces o saladas.

De pronto, un hombre de unos 50 años empieza a comer. Es la hora y todos le imitan. Comen y beben. Muchos fuman. No para de llegar gente y Said y Mohamed no dan abasto. En un momento se han congregado en el restaurante más de 100 personas. Muchos, como manda la tradición, irán después a rezar a la mezquita.

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