MUNDO

La 'oveja negra' suiza

Los mensajes racistas se extienden por el país helvético de la mano de la UDC, liderada por el multimillonario Blocher Los sondeos le auguran una clara victoria en las federales

El Correo, 01-10-2007

El miércoles pasado, en la Eurocámara, el eurodiputado Roger Knapman, un euroescéptico británico que milita en las filas del grupo Independencia y Democracia de Jens – Peter Bonde y Nigel Farage, lanzó una crítica feroz al vicepresidente Franco Frattini, responsable de Derechos y Libertades en la Comisión europea, por la manera en que Europa está gestionando el problema de la inmigración. A su juicio, Suiza es un ejemplo de cómo hay que hacer las cosas en esta materia, pues allí las cuotas de inmigrantes están gestionadas directamente a nivel de cantones, en función de las necesidades locales, y no por la – según el eurodiputado – «centralista» manera de hacer las cosas en la UE.

Es obvio que el diputado perseguía un aislamiento mayor de Reino Unido en el nuevo Tratado de la Unión que se anuncia para esta última parte del año, a través de unos acuerdos de Schengen adaptados y mediante exclusiones de los compromisos comunes en materia de Justicia e Interior. Pero sus argumentos parecen encontrarse un poco alejados de la realidad. El proceso que sigue Suiza en el debate sobre la inmigración es objeto de inquietud en Europa. Allí se han detectado mensajes excluyentes de una virulencia inusitada contra los inmigrantes, promovidos por formaciones políticas relevantes del país, que han motivado una advertencia del relator especial de la ONU para cuestiones de racismo y xenofobia.

Un cartel polémico

Para comprender el tono de la discusión, basta echar una mirada al cartel difundido por la UDC, el partido dirigido por el carismático multimillonario Christoph Blocher, al que los sondeos auguran un triunfo clamoroso en las próximas elecciones federales de este mes. Tres ovejas de un blanco impoluto permanecen sobre un tapiz que representa la bandera suiza. Una de ellas, desapasionadamente, expulsa a coces a una cuarta oveja, negra, que, ésta sí, no pone ninguna buena cara. El mensaje es inequívoco: ‘Por una mayor seguridad’, ‘Mi casa, nuestra Suiza’, ‘Calidad Suiza’.

En la Confederación Helvética, un país en donde una de cada cinco personas es de origen extranjero, las elecciones generales de octubre se están viviendo con un apasionamiento inusitado. «La campaña se asemeja a la de un país del sur, como Italia, España o Francia», dice Javier Moreno, eurodiputado socialista, miembro, como Knapman, de la Comisión de Libertades de la Eurocámara, y que se ha criado en Suiza. «Hay insultos personales; la tensión resulta inusitada».

A Moreno le preocupa el personaje que lidera los sondeos, Christoph Blocher, un multimillonario consejero federal (uno de los siete que constituyen el directorio del país), miembro de la Unión Democrática de Centro en la Suiza germánica. Blocher ganó en 1992 el referéndum contra la integración de Suiza en el Espacio Económico Europeo (EEE), que la UE construyó con lo que quedaba de la Asociación Europea de Libre Cambio, antes de la ampliación de 1995. Estos días se manifiesta abiertamente antieuropeo y podría asumir la presidencia del país en 2009, ya que el cargo es rotativo entre los siete miembros del Consejo Federal.

Una situación antigua

Para las elites proeuropeas de Bruselas, un interlocutor de este género al frente de la siempre difícil Suiza no resulta una perspectiva cómoda. Blocher, como antes Haider en Austria, Le Pen en Francia, Pym Foruyn en Holanda o Filip Dewinter en la Flandes belga, exprime hasta el tuétano la inquietud popular por el fenómeno de la inmigración. Sobre todo la que procede de los países del Este y los musulmanes. La UDC está difundiendo a lo largo y ancho de Suiza mensajes que identifican a los inmigrantes con delincuencia y violencia. Pero el analista ve crecer su incredulidad cuando constata que los datos utilizados por el partido de Blocher, denunciantes de una situación nueva, datan de 2001.

Otro tanto sucede con los pretendidos abusos de los extranjeros con el sistema de asistencia social suizo: si se descuenta la de origen yugoslavo, el resto de la inmigración, la que acomete trabajos más duros y desagradables, le hace gastar al Estado por debajo del volumen de población que representa.

El islam preocupa también a los suizos, y el argumento es utilizado por la UDC. Los musulmanes han pasado en una década, de 1990 y 2000, de un 2,2% de la población suiza a un 4,3%. Estarían, dice, «socavando el sistema legal suizo», aunque nadie sabe cómo. La otrora tranquila república helvética ha venido a sumar sus zozobras a las del resto del continente.

La UDC es, en buena medida, un partido personal, ahormado por Blocher a su imagen y semejanza. Algo parecido a la FPO de Haider o el LPF de Pim Foruyn, cuyas derivas ha sido catastróficas tras el desistimiento de sus líderes. Pero pase lo que pase en las elecciones, no cabe duda de que el mensaje xenófobo ha encontrado arraigo en la opinión pública europea. Incluso en la suiza.

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