M2 / LA DEGRADACION DEL CENTRO / El 'triángulo maldito'

Un pequeño 'Bronx' detrás de la Gran Vía

El Mundo, LUIGI BENEDICTO BORGES, 01-10-2007

Entre las calles de Desengaño, Valverde y Corredera Baja de San Pablo se distingue una zona ‘negra’ en el callejero; un lugar en el que las drogas y la delincuencia campan por sus respetos, para desgracia de los vecinos Hace unos años, la madrileña calle del Desengaño alcanzó una popularidad inusitada. Fue gracias a la teleserie Aquí no hay quien viva, que tenía como escenario para las surrealistas andanzas de sus protagonistas un edificio ubicado en esta céntrica calle paralela a Gran Vía. Pero si algún aficionado de la serie quisiera visitarla ahora en busca de sorpresas cómicas, encontraría las sorpresas, pero el género de éstas sería otro. La calle del Desengaño se encuentra en medio de una especie de triángulo maldito, de Bronx en miniatura, que va desde la Corredera Baja de San Pablo hasta la calle de Valverde, con su base en la Gran Vía y su pico en la calle de Colón.


Sería sencillo hacer una comparación entre este triángulo del callejero y las leyendas del Triángulo de las Bermudas. Sólo que en esta zona no desaparecen barcos y aviones, sino almas que se consumen en una realidad desasosegante. El abandono de las calles es tal que hasta los vecinos parecen haber tirado la toalla.


Hay reacciones espontáneas, protestas y asociaciones que hacen oír su voz, pero, como dice una comerciante de la calle del Barco, «muchos lo damos todo por perdido».


Ahora se abre una nueva esperanza. El Ayuntamiento ha solicitado ayuda a la Comisión de Garantías de Videovigilancia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que hoy podría dar el visto bueno a la colocación de 31 cámaras de seguridad desde la Corredera Baja de San Pablo hasta la calle de Montera. Costarían 500.000 euros, funcionarían ya a finales de año y se presentan como una solución para rebajar la delincuencia y la degradación. Buena parte de los vecinos apoya la videovigilancia «disuasoria». Otros la miran con desconfianza. Y mientras tanto, la situación empeora.


La situación en este triángulo de Madrid es alarmante. Este verano, el primero en el que la plaza de Soledad Torres Acosta, más conocida como la plaza de La Luna, no ha ejercido de centro neurálgico, la mendicidad, la prostitución y el menudeo de droga han aumentado en la zona.


Reformada tras la alarma social que produjo el asesinato de Vicky, una prostituta que el 23 de junio de 2006 recibió 14 puñaladas en ella a plena luz del día, ahora la plaza intenta renacer como punto de encuentro, como plaza urbana para toda la familia. Y, dejando a un lado los valores estéticos, lo ha logrado.


Pero la remodelación no ha traído el deseado efecto dominó y la zona aún espera un milagro urbanístico similar al de las vecinas Chueca, Hortaleza y Fuencarral. No hay mutación porque los moradores nocturnos que vivían a la sombra de los desaparecidos Cines Luna no se han ido, sólo se han mudado.


Por eso la situación en el triángulo ha empeorado y se ha extendido a lugares antaño tranquilos, como la plaza de Carlos Cambronero, la calle de la Madera o la calle Pez.


Dentro de este pequeño Bronx los vecinos no saben ya qué hacer para poder sacar a flote sus negocios. Es el caso de los bares y restaurantes, algunos muy conocidos como la Casa de Perico, en la calle de la Ballesta, que resiste porque se defiende con el arte de su cocinera Nines.


Por lo demás, los únicos que aguantan con holgura son los comercios regentados por asiáticos, los sexshops y los garitos que no disimulan su clientela, ni en el nombre ni en sus entradas con luces de neón.


Por la noche, los vecinos no pisan las aceras. Como mucho, abren la puerta del portal para tirar la basura y punto. Ya no hay ánimo ni para salir a tomar algo o para ir al cine, y menos con niños. El mayor temor lo producen los pequeños traficantes, los toxicómanos y los chulos. Entre ellos suele haber numerosos altercados que tienen como testigos a las prostitutas.


«No sé por qué se asusta ahora la gente», dice Federica, una meretriz que ejerce en la zona. «Estas calles han sido el barrio chino de Madrid desde hace más de 30 años, y si ha cambiado ha sido por la entrada de prostitutas extranjeras y sus chulos muertos de hambre. Además, a nosotras nos quiere la gente porque nadie se atreve a robar con nosotras al lado», concluye.


«Oye, párate ahí. ¿A dónde vas?», es la frase que todas las noche pronuncia un joven con perennes síntomas de haberse pasado con los psicotrópicos y querer más. Sus noches preferidas son las de entre semana, cuando las calles están silenciosas y destacan más las luces naranjas que le dan a las sombras un toque onírico.


Es entonces cuando se dirige a los transeúntes a contarles sus batallitas. «Oye, ten cuidado al pasear por aquí con un bolso. Que esto es muy peligroso. Que aquí te coge un moro y te mete en un portal y a él le da igual clavarte una navaja para que le des cuatro duros», repite con un tono a medio camino entre la intimidación y el compadreo.


Luego, acabado el burdo intento de asustar a su interlocutor, busca ganárselo para su causa y sacar tajada de ello. «Pero yo soy diferente, soy legal. Lo único que quiero es un par de euros, que soy de Badajoz y sólo me queda un viaje de Metrobús. Que no es para drogas ni na, que es en serio». Y así continúa, con sus «oyes» y sus «ques», hasta que consigue su objetivo.


Comprar droga es relativamente sencillo, pero raramente acude gente de fuera a por ella. Es un negocio interno y constante, algo habitual que ya ni se oculta. Luego vienen los efectos secundarios, gente que intenta meterse en los portales a beber, vomitar o a dormir la mona.


«El problema es que se mueven con drogas baratas. Su clientela es gente inmigrante, brasileños o africanos, deprimidos que no han tenido suerte y se han convertido en carne de cañón, consumidores de drogas de las que rechazan los enganchados españoles por peligrosas», explica Berta, una de las vecinas más reivindicativas.


Cuando el sistema de videovigilancia aún no ha comenzado a funcionar, algunas personas lo consideran inútil. El miércoles pasado, un estudiante francés fue amordazado en un piso de la Corredera Baja de San Pablo por dos atracadores que quemaron el lugar a su marcha con el joven estudiante en su interior. Todo quedó en un susto, pero el fantasma de Vicky, la prostituta que con su muerte logró que la plaza de La Luna por fin cambiara, voló por la cabeza de muchos.

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