ASAMBLEA CONSTITUYENTE / El voto de los emigrantes

«Yo voto, pero no tengo ni idea de los candidatos»

El Mundo, LUIGI BENEDICTO BORGES, 01-10-2007

Parte de los 33.400 ecuatorianos censados en Madrid, desinformados, se quedan en casa Los 33.340 ecuatorianos mayores de edad empadronados en Madrid tuvieron ayer una nueva cita con las urnas de cartón, que volvieron a copar el Palacio de Vistalegre. Tocaba elegir a los 130 asambleístas que dentro de 180 días deberán reformar la Constitución Política del Estado. Pero a diferencia de las presidenciales del pasado noviembre, en este caso el voto no era obligatorio. La única amenaza de multa por incomparecencia pesaba sobre los integrantes de las juntas receptoras del voto. Quien no llegara a las 6.30 horas corría el riesgo de pagar 340 dólares, el doble del salario mínimo ecuatoriano, al regresar a su país.


«Esto es un horror. Cerramos las urnas a las cinco de la tarde, pero no saldremos hasta las 10 de la noche, porque todo el mundo sabe que el escrutinio será largo y difícil. Y como los 40 euros de paga que nos prometieron sean tan de fiar como el refrigerio que aún no nos han traído, arreglados vamos», protestaba una de las coordinadoras de la mesa número 38. Mientras, sus compañeros se miraban el uno al otro. De las 500 personas que debían votar en esa mesa, a las 14.00 horas sólo habían votado 20. Y la cosa no parecía que fuese a mejorar.


La cara de cansancio de los que sí cumplieron con su deber democrático parecía pasar de un rostro a otro en el recinto deportivo. La gente entraba con pocas ganas, y muchos se desperezaban en las colas. Las únicas sonrisas las ponían las chicas que presumían de llevar las siglas del Tribunal Supremo Electoral en el estampado de su camiseta blanca, como las hermanas Berta y Adriana. «Soy la menor, soy más alta y he acabado bachillerato a la vez que mi hermana», bromeaba Adriana, de 19 años. Viven en Parla y sueñan con empezar cuanto antes sus respectivas carreras universitarias. Por eso Berta decía tener la clave de la desidia que parecían arrastrar sus compatriotas a la hora de acercarse a la urna: «A la gente le está yendo muy bien aquí, y eso los distancia de allá».


Y parecía que algo de razón tenía. Para empezar, el coche desplazó al Metro como medio de transporte más utilizado. Lo que antes eran colas en las salidas de la estación de Oporto, ahora era tráfico acumulado en la calle del Pinzón. Aunque para muchos, la muestra de que la inmigración se ha convertido en un motor económico estribaba en que las decenas de relaciones públicas atraídos por el trasiego de gente ya no sólo ofertaban préstamos u ofertas de mensajería. La publicidad estrella, la que menos se veía en las palas de los servicios de limpieza, era la de las inmobiliarias. Así, con la mente soñando con una casa en el Portón Equinoccial, que presumía estar «a dos kilómetros del redondel de la Mitad del Mundo», hacer frente a dos papeletas gigantes con más de 3.229 candidatos se hacía muy cuesta arriba.


«Hay que alabar a la gente que ha hecho más de 400 kilómetros para votar, aunque esta votación parece no interesarle al electorado. Quizá no se ha informado porque se ha prohibido que los candidatos paguen promociones y todos han tenido la misma publicidad», reconoció el embajador de Ecuador en España, Nicolás Issa Obando, antes de enzarzarse en discusiones con periodistas de su país descontentos con su trabajo. «No, no tengo ni idea de los candidatos, pero yo voto por mi partido», aseguraba un hombre ante los vigilantes de seguridad.


Sólo una mujer parecía segura de cuál era su mesa, a qué 38 candidatos elegir y dónde meter las papeletas. Llegó de Toledo en autobús y sólo dio su nombre al coordinador electoral. Sus compañeras, monjas carmelitas como ella, se hubieran enfadado cuando regresara al convento.

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