Drogas, 'xagus' y móviles a 400 euros

Martutene es una cárcel vetusta y húmeda donde los reclusos conviven a duras penas y a la que todos atribuyen una cualidad aparentemente contradictoria, que es 'muy abierta'

Diario Vasco, I. U., 23-09-2007

SAN SEBASTIÁN. DV. «Aquí hay más droga que en cárceles de 2.000 reclusos. Puede ocurrirte, como le sucedió a un portugués, que entró sin haber probado nunca el caballo, salió enganchado y al poco murió de una sobredosis». La droga, que está en el origen de la mayoría de las fechorías que penan los reclusos de Martutene, fluye en el mercado negro sin grandes cortapisas: una postura de heroína o cocaína, a veinte euros, el gramo a cien, el doble que fuera de la cárcel. Se consume mucha droga y eso significa que circula también mucho billete, aunque los de curso legal están prohibidos en el interior de la prisión.

Mikel, nombre ficticio de un guipuzcoano de 35 años, salió este verano de la cárcel tras tres años de condena por un delito del que no quiere hablar. Ha conocido otras cárceles, como las de Tánger – «terrible, allí las condiciones eran infrahumanas» – , Villabona, Picassent, Nanclares, Pamplona…, donde enterró otros tres años y medio de su juventud por robos para procurarse caballo y coca.

Ese peregrinaje entre barrotes le proporciona cierta perspectiva para valorar las condiciones de la vida carcelaria en Martutene: lo mejor, la atención médica, lo peor, la gelidez de las celdas sin calefacción en invierno, cuando además de las duchas mana agua fría como de carámbano, y las ratas que se enseñorean de la cocina, aunque otras fuentes rebajan la categoría de los intrusos a la de xagus.

Propias del mundo carcelario son «las injusticias» de algunos funcionarios, así como el trapicheo de droga y móviles, que se venden con sus cargadores por unos 400 euros. «La mayoría de los presos marroquíes y colombianos los tienen». Y los adquieren a sabiendas del riesgo de que «a los dos días un funcionario te lo puede quitar»

A su lado escucha, en un hogar de Donostia, Rita, una africana de 45 años que salió hace dos meses tras dos años y medio por traficar con droga, y ratifica la pincelada sobre las condiciones higiénicas. «Yo he visto nidos de xagus en el horno de la cocina, de verdad. Y ratas en las celdas. Poníamos toallas enrolladas para tapar el hueco del inferior de las puertas, hasta que nos dieron unas cajitas de madera que eran unas trampas con cepo, pero no sirven para nada».

Cinco en un ‘chabolo’

El hacinamiento de los presos en las celdas tampoco facilita cierta salubridad. Mikel compartió chabolo con hasta cinco reclusos, cada cual con su tragedia personal, sus fobias, sus desconfianzas… Lo mejor, con diferencia, fue para Mikel la asistencia médica, en un medio en el que el sida y la hepatitis C proliferan. «En otros penales hay presos que están muertos en vida; para ver al médico tienes que hacer una instancia, puede llegar al cabo de seis meses, la medicación no llega, terminas por dejarla… En Martutene ves al médico de infecciosos, estás con las ATS. Esta cárcel es más humana».

También suaviza mucho la convivencia el contacto con los voluntarios. «Es otra de las cosas buenas – prosigue Mikel – , que entra mucha gente de la calle, es una cárcel muy abierta. Está muy bien».

El juicio es, como probablemente no pueda ser de otra forma, muy crítico con los funcionarios, si bien Mikel admite que «aquí hay con ellos más trato que en otras cárceles, donde los funcionarios no salen de sus garitas». El preso, cuya posición puede llegar a ser de extrema vulnerabilidad, lamenta «las injusticias» que vio con impotencia. «La situación hay que vivirla para ser consciente de que tú dependes de ellos, de los funcionarios».

Los tratos de favor, la arbitrariedad y la impunidad del trapicheo también le soliviantan. Rita asegura que en Martutene «el dinero permitido es de cartón, pero luego resulta que circula mucho billete. Allí entran las botellas de whisky, los MP3 con cámara fotográfica, los móviles con sus cargadores….».

La heroína y la cocaína nunca faltan y los que están enganchados se meten a veces en una espiral que acaba indefectiblemente en trifulca: «Es habitual que si te has quedado sin dinero, empeñes alguna cosa de valor, que te entrampes y luego no sepas cómo salir del atolladero». Una postura, «que son cuatro polvos de coca o caballo», cuesta veinte euros, y el gramo, cien.

Rita explica que «en la cárcel sin drogas estás mucho mejor, pero hay gente enganchada que está completamente ida porque se está tratando con metadona, se mete coca, toma medicamentos. Van zombis».

La vida cotidiana de las mujeres en el centro es si cabe más difícil que la de los hombres, porque están más hacinadas. Rita asegura que el módulo de mujeres «tiene un patio tan pequeño que es una vergüenza. No hay sitio para nada, hemos llegado a estar hasta seis – siete mujeres en una celda».

Tiritando de frío

Recuerda el intenso frío que pasaba en las duchas: «Durante el verano, aún, pero es que el agua estaba helada, aquello es un frigorífico. Tienes que ducharte pero te arriesgas a pillar una neumonía. Hay cuatro duchas pero cuando una se abre con agua caliente, del resto sale fría, porque la caldera se acaba enseguida. Es una vergüenza». Durante el último invierno el frío en las celdas a algunas les hacia tiritar durante toda la noche. «Para conseguir que nos dejaran una estufa, había que conseguir un justificante médico. Un día, harta, saqué un radiador de una galería y lo llevé a nuestra celda, y me abrieron un sumario. Joder, pasábamos tanto frío».

Mikel y Rita también denuncian, – querrían contar mas cosas, pero callan porque se siguen sintiendo vulnerables – que la vía establecida para el envío de cartas al exterior, el «curso legal», no funciona como debiera y que las cartas a los jueces para presentar quejas las sacan de la prisión a través de los visitantes. «Por el curso legal no llegan y además toman medidas contra ti».

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