Enfermedades que vienen, enfermedades que vuelven, POR ISIDRO PRAT

Diario Sur, ISIDRO PRAT, 21-09-2007

POR motivos de trabajo viajo con frecuencia a Madrid. Como buen andarín, que soy y siempre que el tiempo me lo permite, prefiero utilizar el coche de San Fernando para desplazarme hasta el punto de reunión. Desde el aeropuerto de Barajas hasta el centro de la ciudad utilizo el metro. Me apeo en la estación de Banco de España y, desde allí, atravieso las preciosas plazas de Neptuno y Cibeles hasta llegar al Paseo del Prado donde se encuentra el Ministerio de Sanidad.

¿Cuanto ha cambiado la capital del reino! No me refiero al paisaje, que sigue siendo tan majestuoso como siempre, sino al paisanaje. Buena parte de los transeúntes, con los que comparto metro y calle, forman ahora un crisol de pieles de distintos colores indicando que, muchos de ellos, provienen de países lejanos. Madrid tiene ahora un aspecto menos castizo pero es una ciudad más abierta, más cosmopolita, más universal. Las estadísticas refrendan mi percepción: en España hemos pasado de 923.000 inmigrantes en el año 2000 a más de cuatro millones en el 2006 o sea que uno de cada once de nuestros vecinos viene de más allá de nuestras fronteras.

Andalucía es la cuarta comunidad autónoma en acoger inmigrantes por detrás de Madrid, Cataluña y Valencia. Málaga no es una excepción, estamos en una tierra de economía pujante. Las comunidades nórdicas y centroeuropeas, asentadas aquí desde hace años, están dejando paso a la creciente llegada de sudamericanos, africanos, hindúes y asiáticos. Durante los fines de semana, algunos de nuestros parques y jardines se convierten en punto de encuentro para los que necesitan compartir cultura, identidad y raíces. La construcción, el servicio doméstico, los restaurantes, los bares y el trabajo en el campo están acogiendo buena parte de esta mano de obra, pero también un creciente número de ingenieros, médicos e informáticos. Efectivamente, Málaga no se queda atrás. Según los datos del Padrón de enero de 2006 los inmigrantes censados son más de 192.000. Probablemente, si contáramos también los no censados la cifra sería mucho más elevada.

La globalización ha llegado también a nuestras calles y plazas, a nuestras tiendas y comercios, a los montes y a la mar. Mientras unos vienen en busca de descanso, trabajo o una vida más digna, a otros, para evitarles incómodos desplazamientos en cayucos, en barcos de desguace o colgados en la rueda de un avión a siete mil metros de altura, optamos por mandarles el trabajo a casa. No importa que estén en Marruecos, Taiwán o Madagascar, por más lejos que estén siempre saldrá más rentable explotar a aquellos que no les queda más remedio que subsistir en la miseria. Con este panorama, no es de extrañar que la industria textil china haya terminado con nuestras malagueñas Confecciones Sur e Intelhorce.

Este mundo se está achicando de tal forma que el trasiego de personas se puede hacer sin problema alguno desde cualquier punto de nuestro globo terráqueo. Tenemos al alcance de toda mano, aunque no de todos los bolsillos, ir de safari a Kenia, navegar en piragua por el río Senegal, caminar por las montañas de Uganda o ascender al Aconcagua hasta alcanzar sus 6.959 metros de altitud sin marearnos. Vamos y venimos de una punta a otra del planeta por placer, por tener nuevas emociones, por adquirir cultura, por negocios o por huir del hambre y la miseria.

Los trasiegos de población traen consigo, también, el transporte de enfermedades de unos continentes a otros. Este fenómeno es tan antiguo como el ser humano. Cualquier movimiento migratorio conlleva un riesgo para la salud tanto de los que llegan como para los que están. Los gérmenes y parásitos proliferan rápidamente, sufren mutaciones y se adaptan rápidamente a las nuevas condiciones y a sus nuevos huéspedes, a nosotros. Con los medios de transporte actuales, podemos llegar a cualquier punto del planeta en menos de 36 horas de viaje, que es un tiempo inferior al periodo de incubación de la mayoría de enfermedades infecciosas. Da tiempo sobrado a entrar en contacto con enfermedades, infectarse y no enfermar hasta el regreso.

Queramos o no, hemos globalizado el mundo y también hemos globalizando las enfermedades. Los traslados de las personas, ya sea por viajes exóticos o viajes sociales procedentes de países con escaso desarrollo sanitario, favorecen la importación de enfermedades hasta ahora desconocidas en nuestra tierra y nos devuelven otras que ya dábamos por erradicadas. Ya tenemos aquí casos de paludismo, cólera y Chagas, filarias, amebas y treponemas. Enfermedades muy arraigadas en otros continentes pero desconocidas en Europa y en nuestra Málaga. También vuelven, y con fuerza, la tuberculosis, enfermedades de transmisión sexual, virus y parásitos. Enfermedades que teníamos bien controladas o que ya dábamos por liquidadas desde hace años.

Las enfermedades no conocen fronteras ni barreras. Lo que sucede allí, por lejos que esté, acaba repercutiendo aquí y viceversa. Los problemas sanitarios que ocurren a millares de kilómetros de distancia pueden afectar otras zonas geográficamente muy alejadas, llámese síndrome agudo respiratorio severo o gripe aviar. La globalización de enfermedades obliga a estar muy atentos a nuestras enfermedades, las que tenemos, las que han venido y las que vendrán importadas.

Desde hace años, los responsables de las sociedades científicas de transfusión y hematología, acordamos, con el Ministerio de Sanidad, establecer un sistema de vigilancia activa sobre enfermedades emergentes, así se puso en marcha el Programa Estatal de Hemovigilancia. Un sistema de alerta sanitaria capaz de detectar, especialmente, la aparición de enfermedades nuevas o desconocidas en nuestro entorno. Nos estamos encontrando enfermedades emergentes, enfermedades que comienzan a dar la cara después de periodos de incubación más o menos largos. Disponemos de una extensa red de profesionales dispuestos a alertar ante cualquier indicio o sospecha de enfermedad importada y las autoridades sanitarias están tomando medidas para que no se conviertan en un problema. La donación de sangre, además de ser un acto solidario del más alto nivel, nos sirve para chequear a la población sana. El principio de precaución nos obliga a controlar a aquellas personas que provienen de países donde existen enfermedades endémicas que pueden llegar a España. Mientras tanto seguimos vigilando, es nuestro deber. La salud está en juego. La de los que estamos y la de los que vienen. Los viajes exóticos y la inmigración favorecen la importación de enfermedades desconocidas en nuestra tierra y nos devuelven otras que ya dábamos por erradicadas

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