El mal es apátrida

El Periodico, LOS DÍAS VENCIDOS // JOAN BARRIL, 11-09-2007

JOAN BARRIL

Hace unos días se publicó una carta de una lectora de este periódico que contenía una duda profesional profunda. Se quejaba la amable comunicante de un matiz que afecta a este trabajo de contar las cosas que pasan. Decía que en muchas de las noticias de crímenes o de delitos se hacía constar la nacionalidad de los implicados. Aducía la carta que de esta manera se iba asociando la idea del extranjero como delincuente y recordaba que muy pocas veces, en los delitos cometidos por españoles, se hacía referencia a su origen gallego, murciano o balear. En el fondo de su queja la lectora nos planteaba la disyuntiva entre información y deformación. La noticia, al aportar datos sobre sus circunstancias, entre ellas la nacionalidad de los protagonistas, tendía a la calidad profesional. Sin embargo, la reiteración de este tipo de noticias con el agravante de añadir el origen o la raza de culpables o de víctimas podría provocar la extrapolación a la que la carta hacía referencia, un perverso silogismo por el que se inferiría que si los delincuentes son extranjeros, todos los extranjeros son delincuentes.
Me gustaría transmitir a la amable lectora el rigor y la precaución con los que se tratan esos temas en las redacciones de los medios de comunicación de los que tengo conocimiento. La responsabilidad en esas informaciones es, hoy por hoy, elevadísima. Los que trabajamos en este oficio sabemos que no hay nada más delicado para la convivencia que sobredimensionar los aspectos más instrumentalizables de la realidad.
Pero los deseos son unos y la realidad es tozuda. En las sucesivas memorias que el fiscal del Estado desgrana con motivo de la inauguración del año judicial se advierte en los últimos años un aumento de la violencia con resultado de muerte. Durante mucho tiempo se constataba que España era uno de los países europeos con un menor índice de criminalidad fatal. En España se gritaba mucho, pero se mataba poco.
Pues bien: la tendencia ha cambiado. En parte porque la condición de español no exime de un incremento de la agresividad digamos local. Por supuesto que la condición de español no conlleva una actitud angelical. En parte porque España se ha convertido en lugar de instalación de organizaciones y grupos que se disputan su cuota del mercado del delito. Y en parte también porque las condiciones de vida de una creciente población inmigrante no son las más idóneas para una existencia tranquila y confiada. La inestabilidad laboral, la inseguridad legal, la distancia respecto al país de origen, la distinta óptica de valores hace que la vida del inmigrante sea más arriesgada que la del ciudadano local. Por supuesto que la condición extranjera no es la causa de la violencia. Millones de ciudadanos de todos los países, cargados con su fuerza de trabajo y su esperanza, han emigrado y se han asentado en una nueva colectividad. Pero es en las condiciones de llegada y no en el origen donde se encuentra la explicación de ese incremento de sucesos.
Las dudas de la lectora también son las mías. Pero las cosas pasan y hay que contarlas. Y eso no ha de conllevar prejuicios, sino análisis que vayan más a las causas que al pasaporte.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)