José Ovejero: «No hay integración; como mucho, una coexistencia pacífica»

ABC, 11-09-2007

M. DE LA FUENTE

MADRID. Es verdad, generalmente nunca pasa nada. O parece que nunca pasa nada. Tal vez por eso, José Ovejero ha escogido esta frase hecha y rehecha mil veces como título de su nueva novela, «Nunca pasa nada» (Ed. Alfaguara). Aunque en sus páginas sucedan y se cuenten muchas cosas sobre unas vidas aparentemente planas y sencillas: las de un matrimonio de clase media que vive en una zona residencial (Carmela y Nico, son sus nombres), y su criada, o empleada de hogar como ahora se dice, la ecuatoriana Olivia, con una madre enferma al otro lado del Charco, allá en Ecuador, y una deuda que saldar aquí en España.

La inmigración, un telón de fondo que ya hace tiempo que ha empezado a filtrarse en nuestra vida cotidiana y hasta en la literatura, como es el caso de Ovejero. ¿Apuesta personal o literaria? «No es fácil separar una cosa de la otra – explica el autor – . Cuando te pones a escribir sobre algo es porque ese algo te está interesando de alguna manera a nivel personal y la inmigración es un fenómeno muy llamativo». Un material que sin duda está diciendo escríbeme: «Es muy difícil dejar de lado todas esas historias que van aparejadas a este fenómeno. Hace tiempo que me interesa, pero sin pretender hacer una obra de sociología, ni escribir eso que se llama una novela comprometida, ni he querido dar lecciones de ética».

Nunca pasa nada, pero siempre puede pasar. A pie de calle, cómo ve Ovejero las relaciones entre naturales e inmigrantes. «Ahora mismo hay poca integración, digamos que hay una coexistencia pacífica, pero no hay una convivencia, y no creo que la haya hasta la próxima generación, hasta que los hijos de los que se han quedado aquí hayan estudiado y hayan conseguido un ascenso social distinto del de sus padres».

Con estos materiales podríamos habernos puesto todos a llorar como magdalenas. Pero nada más lejos de las intenciones de Ovejero que abusar del kleenex: «No quiero conmover para que el lector sienta de una determinada manera. Soy muy poco autoritario frente al lector y no quiero imponerle una idea, ni siquiera un sentimiento. Le planteo cuestiones que pueden interesarle y pueden darle pie a su propia reflexión, a sus propios sentimientos. Eso es más interesante que conmover a toda costa».

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