Alicante

Un drama familiar que acaba en llamas

El caso de Marian Mirita, el rumano que se prendió fuego en Castellón, muestra la tragedia extrema a la que se enfrentan miles de inmigrantes cuando llegan a lo que creían un paraíso

Las Provincias, P. H., 09-09-2007

El caso de Marian Mirita, el rumano que se prendió fuego en Castellón, muestra la tragedia extrema a la que se enfrentan miles de inmigrantes cuando llegan a lo que creían un paraíso Marian Mirita puede ser el ejemplo más claro y extremo del síndrome de Ulises, el síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple. El suyo es un duro caso de fracaso migratorio. Su desesperación le llevó a pegarse fuego, justo cuando varios fotógrafos y un cámara salían de un acto en la Subdelegación del Gobierno de Castellón.

En la Odisea de Homero, Ulises se enfrenta a la dureza del viaje, a peligros y naufragios. Muchos calificarían de héroe griego a cualquier emigrante contemporáneo, que normalmente viaja en soledad.

Este rumano de 44 años, que por error ha sido llamado hasta ahora Nicolai (que es el nombre de uno de sus cinco hermanos), llegó con su familia a la capital de la Plana hace tres meses.

En ese tiempo una cadena de contrariedades han disparado su ansiedad y su precariedad hasta que se quemó a lo bonzo. Poco antes ya había intentado tirarse desde un puente en Castellón. Su esposa, Ionela (cuyo nombre tampoco había trascendido), y su hija Isabela “consiguieron pararlo”.

Según el relato de sus familiares –aunque Isabela, de 17 años, tampoco se expresa del todo bien en castellano–, hubo dos chispas que le llevaron a rociarse con gasolina y a prenderse en llamas. La primera fue que se dio cuenta de que unas latas de comida que le había entregado alguna organización estaban caducadas.

“Hacía días que sólo comía el hijo pequeño”, subrayan fuentes próximas a la familia.

La segunda razón fue que cuando amenazó con quemarse a lo bonzo en la plaza María Agustina de Castellón entendió que algunas personas se burlaban de él o le incitaban a hacerlo. Así lo cree su hija Isabela.

El resultado es que Marian Mirita lleva cinco días en estado muy grave, ingresado en la unidad de quemados del Hospital La Fe de Valencia, con heridas en el 70% de su cuerpo de segundo y de tercer grado.

El origen del drama

Isabela ha contando fragmentos de la historia de su familia, aunque algunos detalles difundidos, por culpa de la barrera idiomática, no son del todo exactos.

Durante dos años, uno de los hermanos de Marian Mirita estuvo convenciéndole para que emigrara a España. Vivían en casa de su madre, de 71 años, sin perspectivas de futuro en Preteleac, un barrio deprimido de la ciudad valaca de Targoviste.

La mayoría de los inmigrantes rumanos empadronados en la provincia de Castellón (41.800, según el avance del padrón del 1 de enero de 2007 y 95.300 en toda la Comunitat) proceden de esta ciudad rumana de menos de 90.000 habitantes.

Marian no fue engañado por su hermano, como se había especulado. Fue otro familiar lejano, por la parte de su mujer, el que supuestamente les iba a dar trabajo y vivienda en Castellón. La casa está medio en ruinas y de los empleos no se supo nada.

Aunque se trata de ciudadanos de la Unión Europea, los rumanos y los búlgaros aún no pueden trabajar por cuenta ajena de forma automática al llegar a un país comunitario. De momento tienen que cumplir los mismos requisitos que cualquier extracomunitario.

Marian había pedido prestado el dinero para viajar a España y ahora, confirmada la decepción, tenía que recurrir a su antiguo empleo de chatarrero para intentar reunir lo necesario y volver a su país. También vendieron latas de refresco en la playa. “Todo legal”, repetía Isabela. “No hemos venido a robar”, insistía.

Al ver que la familia iba subsistiendo y que se resistían a solicitar un nuevo préstamo, les exigieron dinero por vivir en la casa semiderruida. Lo poco que habían reunido no se lo robaron, pero casi. Tras ello, los Mirita empezaron a dormir en la calle y tenían miedo “por si le ocurría algo a la hija, una chica joven”.

Ahí empezó el peregrinaje de Marian por Administraciones y ONG. Aunque no estuviera empadronado en Castellón, “el Ayuntamiento podría haberle dado una ayuda de emergencia” para cuatro billetes de autobús a Targoviste (85 euros cada uno). Marian imploraba 400 euros, para cubrir también los gastos de dos días de viaje.

Un ejemplo de este tipo de ayuda, en Valencia. El Ayuntamiento ofreció billetes de autobús para que centenar de inmigrantes que malvivían bajo el puente de Ademuz abandonaran ese lugar.

Marian Mirita incluso intentó convencer a un conductor de autobús que cubre la línea con Rumanía para que les llevara de vuelta.

Ya en La Fe, las muestras de solidaridad ciudadanas se han disparado. Personas anónimas entregaron hasta 300 euros a la familia en la primera tarde. Ayer mismo, un empresario de origen argentino, Sebastián Oliva, se desplazó desde Toledo a Valencia para ofrecer trabajo.

Si no se dan de alta como autónomos, ningún miembro de la familia Mirita podrá trabajar legalmente, al menos por ahora.

Entidades de Castellón han anunciado su apoyo. La asociación de rumanos Nou Horitzó de Valencia también ha prestado su ayuda a la familia, que sólo pidió una Biblia. Los Mirita son ortodoxos.

Adriana Vidroiu, presidenta de Nou Horitzó, lamenta las razones que llevan a muchas personas a emigrar. “En parte es culpa nuestra, de los que volvemos de vacaciones o el que regresa al barrio con un coche que se ha comprado de segunda mano. En Rumanía nadie se muere de hambre, pero todo el mundo quiere mejorar”, explica.

La desesperación impide escuchar los consejos del que advierte de que no es tan fácil, que no hay papeles y trabajo, “que los perros no van atados con longanizas” en España. “Es el falso mito de Occidente”, agrega Vidroiu.

El debate se ha centrado ahora en si alguien podría haber evitado el suceso. Ni la Subdelegación del Gobierno ni un hipotético Consulado habrían podido pagar los billetes a Marian, Ionela, Isabela y el pequeño Dragos Mirita.

Efecto imitación

Otro de los debates que se ha abierto se refiere a si alguna Administración debería, ahora, costear los billetes.

Algunos piensan que significaría sentar un peligroso precedente para cualquiera que quisiera un billete pagado y amenazara con el suicidio. La solidaridad ciudadana hará que no sea necesaria la intervención pública.

Diferente agrupaciones de inmigrantes, como el Foro Alternativo de la Comunitat Valenciana, han incidido en que casos como este demuestran la falta de ayuda pública que existe para personas necesitadas. “Y luego los políticos no paran de pedir más dinero y de llenarse la boca diciendo que los extranjeros suponen mucho gasto”, reprochan desde esta entidad.

De momento, los Mirita no dejan solo a su Ulises mientras se recupera de las quemaduras.

phuguet@lasprovincias.es

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