REPORTAJE: El fenómeno de la inmigración

Otra vez "se hundieron como piedras"

La debilidad de los inmigrantes, el peso de sus ropas superpuestas y empapadas y el miedo al no tocar suelo provocaron su muerte

El País, EL PAÍS, 08-09-2007

Tras cada naufragio de inmigrantes alguien pronuncia la misma frase: “Se hundieron como piedras”. Ayer no fue una excepción. Las circunstancias de la muerte de diez magrebíes a sólo 20 metros de la costa de Canarias son muy similares a las de otros naufragios ocurridos al borde del litoral o a poca distancia de los barcos que se disponían a rescatar a los inmigrantes.

Las travesías en patera (y aún más en cayuco) son una tortura. Numerosas personas se acomodan como sardinas en lata en un espacio muy reducido. Apenas pueden mover un músculo. Las olas machacan sus huesos contra la madera de la barca una y otra vez. El salitre del mar moja sus ropas y éstas provocan rozaduras y llagas en la piel. El sol intenso les quema y les daña los ojos y el duro frío de la noche y madrugada en alta mar les provoca hipotermia.

La comida es escasa, algo de té y galletas. La mayoría de los inmigrantes apenas ha comido cuando son rescatados y se hallan en extrema debilidad. Además, son muy pocos los que saben nadar.

Es posible imaginar el desconcierto de las personas que saltaron furtivamente de la patera de ayer. Su estado de ansiedad, por temor a ser descubiertos. Su debilidad física, que apenas les permite reaccionar. El peso de sus ropas dobles y hasta triples: fuera las empapadas por el mar; debajo, otras para protegerse del frío; y aún debajo, otras más, secas, para pasar inadvertidos en tierra.

Cuando esperaban pisar tierra firme, se hundieron en el mar. Las ropas se empaparon y se convirtieron en un peso insoportable que se unió al entumecimiento y debió impedirles reaccionar. Si hubiesen sabido que bajo ellos sólo había dos metros de agua, tal vez hubieran podido llegar a la orilla. Pero no lo sabían, y eso debió de ponerles nerviosos, hacerles tragar agua e irse hasta el fondo “como piedras”.

Tragedias similares han sido presenciadas varias veces por miembros de la Guardia Civil y de Salvamento Marítimo que intentaban rescatar a ocupantes de pateras o cayucos.

En 2001, por ejemplo, decenas de africanos murieron en operaciones de rescate en el mar. Los agentes lo saben y por eso las efectúan muy rápidamente, en menos de cinco o 10 minutos. Cada segundo de más juega en contra del éxito. En 2003 fallecieron al menos 37 inmigrantes a 200 metros de la costa de Rota (Cádiz).

Los barcos de rescate se acercan a las lanchas de africanos con sumo cuidado. Una vez los cascos de las dos embarcaciones están fijados, comienza la fase más delicada del rescate. Si en ese momento los inmigrantes se ponen de pie de golpe, elevan el punto de gravedad, desestabilizan la embarcación y, con ayuda del fuerte oleaje, vuelcan y caen al mar.

Los jóvenes han viajado durante más de 10 días en la misma posición. Sus huesos están machacados. Sus músculos están totalmente entumecidos, no pueden moverse. Sus ropas mojadas (a veces dos camisetas, varios jerséis y hasta un impermeable) hacen la misma labor que los plomos para un buzo y se hunden, sin apenas pronunciar una palabra o un gemido. Ni gritan, ni chapotean. No se oye nada.

En ese momento, cada segundo que avanza equivale a una vida que se pierde. Los rescatadores lanzan salvavidas, boyas y cualquier cosa que flote para salvar a los jóvenes y descienden en lanchas neumáticas para localizar a los más afortunados.

Pero a las seis de la mañana de ayer los inmigrantes estaban solos. No había nadie para socorrerlos ni flotador alguno al que asirse. Al igual que en otras ocasiones, se hundieron “como piedras”.

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