64ª MOSTRA DE CINE DE VENECIA

Cine del grande, incómodo, de verdad

El Mundo, CARLOS BOYERO. Enviado especial, 02-09-2007

Paul Haggis, autor de ‘Crash’, presenta su candidatura al León de Oro con la estremecedora ‘En el valle de Elah’ VENECIA. – Estas crónicas del Festival de Venecia están dictadas a las sufridas y admirables secretarias a través de un teléfono cochambroso que transforma el intento de comunicación en algo peligrosamente kafkiano. La culpa, por supuesto, es mía, por un terror atávico y una desidia paleolítica a enfrentarme a los imprescindibles ordenadores y al dionisíaco internet. Después de infinitos años acudiendo a este melifluo festival, la asquerosa o vengativa organización decide trasladarme (¿por haber sido siempre malo, por puta casualidad, por ausencia de esa cosita tan necesaria llamada profesionalidad?) a la otra punta de la isla de Lido, lo que te obliga a épicos esfuerzos de becario para intentar hacer medianamente bien tu trabajo. También están los gorilas con pinganillo y con la permisividad del abuso, que legitima a un cretino con poder que sigue directrices obtusas y que me impide acceder a las salas aunque llegue cinco minutos antes de que empiece la proyección. Y te sientes desolado, viejo, absurdo, preguntándote qué cojones pintas a tus años en estos templos de la simulación, en estos rentables negocios montados en nombre de la cultura de élite y del cine con inquietudes.


Pero, cuando estás a punto de escaparte, aunque sea a nado de Venecia, ves una película que te conmociona, de la que eres uno de sus primeros y privilegiados espectadores, y milagrosamente se te olvidan todos tus males, flotas, te enamoras, te emocionas, sabes que has asistido a la primicia de algo muy hermoso. Y, cómo no, el protagonista es el mejor cine norteamericano, nada que ver con las pajas mentales del subvencionado e inútil cine europeo o con los insufribles coñazos orientales que le permiten seguir comiendo y tirándose el rollo a tanto aborto con oportuno carné de crítico progresista, intelectual y posmoderno.


Esta dolorosa maravilla se titula En el valle de Elah y se la ha inventado Paul Haggis, estremecedor guionista de Million dollar baby y autor de la excelente Crash. Habla con inteligencia penetrante y sensibilidad dolorida de lo que está ocurriendo en la embrutecida psicología y en el impune comportamiento de los soldaditos norteamericanos que están matando y muriendo en Irak, aunque el único dato que vemos de ese espanto son tres minutos grabados por la cámara de un móvil y que nos aturden sobre el infierno que se desarrolla en esa guerra de inimaginable final.


Haggis demuestra el estupor de un jubilado sargento del ejército, un veterano de Vietnam, al constatar que el hijo al que él inculcó los sagrados principios de la defensa de la Patria, y que consecuentemente se apuntó como soldado en la guerra de Irak, ha desaparecido del mapa. Su angustiosa búsqueda del cachorro, acompañado de una progresivamente alucinada policía militar, descubrirá que ese chaval ha aparecido descuartizado en el campamento en el que habitaba después de regresar a Estados Unidos. También indagará, lleno de incertidumbre en las razones de ese salvaje asesinato, comprobará alucinado que los aparentemente modélicos niñatos que su país utilizaba en la guerra contra el Mal han sido tan estratégicamente transformados en sádicos, drogotas, sociópatas, asesinos con absoluta impunidad para cometer cualquier barbarie con el enemigo o entre ellos mismos, seres a los que el Gobierno ha liberado del sentido de la responsabilidad y que encuentran natural zamparse el hígado del terrorista, del presunto culpable, del compañero o de cualquier cosita por la que se sientan amenazados en su permanente psicosis.


Haggis construye esta terrible crónica con el inconfundible aliento del cine clásico. Con sobriedad, sugiriendo, no haciendo exhibicionismo con los torturados sentimientos de personas rotas ante el descubrimiento de la espantosa realidad.


Tengo que remontarme al mejor Eastwood, al mejor Scorsese, al mejor Schrader, al mejor Coppola, para encontrar en el cine moderno una forma de narrar tan poderosa, tan perturbadora, tan creíble, tan compleja como la de esta película. Haggis no sólo ha escrito un guión que te hiela la sangre y ha sabido desarrollarlo en imágenes a las que no les falta ni les sobra nada. También dirige con el pulso de un maestro al impresionante, introvertido y desgarrado Tommy Lee Jones, a una Charlize Theron que nos hace olvidar que es una belleza para mostrarnos a una mujer agobiada y legal, a una Susan Sarandon que nos muestra, en una aparición tan breve como perdurable, lo que ocurre en la mente y en el corazón de esa madre que ha visto los pedazos corporales de lo que alguna vez fue su inocente y vitalista hijo.


Ken Loach, ese permanente notario del sufrimiento y las durísimas condiciones de supervivencia de los parias occidentales, describe con insoportable realismo en la cruda Este es el mundo libre la siniestra metodología de las agencias de trabajo temporal, esa explotación tan turbia como legitimada.


Esclavismo consentido


En este retrato, los dirigentes de ese esclavismo consentido por los gobiernos, no son los asesores fiscales de las empresas o sus solapados familiares, sino una sensual perdedora de clase media que descubre que se lo puede montar con el tráfico y la mano de obra barata de emigrantes con o sin papeles. Esta chica no es una hija de puta sin conciencia, sólo alguien pragmático que acaba contagiándose de los beneficios y las plusvalías que puedes lograr con el clandestino o legalizado trabajo de gente desesperada, en situación límite.


Loach, como casi siempre, logra amargarme el día, que la comida me siente mal. También dar las gracias a la providencia, al sistema o a mi buena suerte por estar como estoy a pesar de los pesares, compadecer a los que no han tenido más remedio que abandonar sus raíces y son pasto de los buitres que conocen todas las trampas de la ley para seguir perpetuando su mezquino negocio.


Aquí las víctimas son inmigrantes. Habría que convencer a Loach para que hiciera otra película sobre los indefensos nativos que también son machacados con inextinguibles contratos basura. Ante la pasividad, por supuesto, de los sindicatos y de los comités de empresa, de los concienciados proletarios que siempre cobran su sueldo a fin de mes, de los que están convencidos, aunque sea políticamente incorrecto manifestarlo, de eso tan racial de «maricón el último», del «sálvese quien pueda», aunque sea a costa de ignorar o despreciar la penuria y la explotación del compañero que tienes al lado.

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