«Somos europeos pero la Policía nos trata como animales»

El Mundo, ANA DEL BARRIO, 31-08-2007

Cientos de rumanos duermen en la calle frente a una comisaría madrileña para conseguir el certificado de ciudadanos de la UE No, no están en el poblado de las Barranquillas ni en el pueblo humilde de Bolntinu, cercano a Bucarest, ni tan siquiera en un suburbio de París. Se encuentran en pleno centro de Madrid y en uno de los barrios más acomodados de la capital: el de Salamanca.


Son ciudadanos europeos, aunque se sientan tratados peor que en el Tercer Mundo. Su sino es guardar cola, una fila eterna en busca del preciado papel que certifica que son ciudadanos de la Unión Europea. Aunque, vistas las cosas, son muchos los que ahora se preguntan: ¿para esto hemos entrado en la UE?


Paradójicamente, haber colgado los hábitos de inmigrante para vestirse el traje de ciudadano europeo no les ha servido de mucho. Cientos de ciudadanos rumanos pasan las noches a la intemperie frente a la Comisaría de la Policía Nacional de la madrileña calle de General Pardiñas. A pesar de la avalancha de peticiones, el horario veraniego de la comisaría permanece inmutable: de 9 a 14.00 horas.


Es la madrugada del jueves y más de 200 rumanos se instalan a lo largo de la calle con colchones, mantas y los socorridos cartones. Algunos llevan desde el lunes chupando fila, tres días en los que han tenido que abandonar familias, trabajos y ocupaciones.


La espera no es lo único que tienen que aguantar, sino también los supuestos malos tratos de la Policía española. Por la mañana, según el testimonio de los rumanos, los agentes se emplearon a fondo y golpearon a varios de ellos por protestar por la tardanza. Los ánimos continúan aún caldeados y la indignación se palpa en cada metro cuadrado.


«Me empujó, me cogió de la blusa y me dio un golpe en la cabeza. Quería ponerme las esposas. Los policías nos llaman animales y nos dicen que somos unos muertos de hambre», se queja Olimpia, una joven de 20 años que trabaja en un restaurante. Los incidentes se iniciaron sobre las 13.00 horas del miércoles, cuando los rumanos que llevaban desde el lunes aguardando la fila, se mostraron indignados al ver que otros recién llegados se colaban.


Comenzaron entonces las protestas, los forcejeos y los empujones. Pero la situación estalló cuando una una chica hizo una fotografía con el teléfono móvil y los policías intentarno arrebatárselo. «Le querían quitar el teléfono. La tiraron al suelo y le pegaron patadas. Su madre y su marido saltaron para ayudarla y a ellos también les golpearon. Dos de los agredidos están todavía detenidos. Somos europeos pero la P olicía nos trata como animales», explica uno de los rumanos.


Para algunos, es ya el segundo o tercer intento para que les den el certificado de ciudadano de la UE que necesitan para trabajar y en sus ojos se vislumbra la incertidumbre por saber qué ocurrirá al día siguiente: «Es la tercera vez que vengo y no sé si entraré. Los funcionarios no nos dan ninguna información», se queja Dana. Ella ya solicitó los papeles en el mes de enero pero todavía, ocho meses después, no ha recibido respuesta. Por culpa de este retraso en tramitar el permiso que acredita que es residente legal, ha perdido su empleo en un bar.


Ardelean Ioan es el veterano de la cola. Hombre experimentado y organizado, ha hecho una lista detallada y numerada con todas las personas que figuran en la fila. Lleva apuntados 165 nombres, pero en poco tiempo han ido llegando otros 50, a los que hay que sumar los que se irán incorporando a lo largo de la noche.


Ardelean no es un desharrapado. Tiene papeles, contrato indefinido y hasta se ha comprado un piso en Alcobendas. Pero su situación acomodada no le exime de hacer la cola. Este rumano de 56 años no da crédito a lo que está pasando y le cuesta creer que en un país desarrollado y europeo como España se vivan escenas de este tipo: «Sólo pedimos respeto. Parece que hemos pasado del siglo XXI al XVIII», se lamenta.


Mariano, de 27 años, lleva aposentado en General Pardiñas desde el lunes. Ese día logró entrar, pero cometió un error fatal: se le olvidó un papel. La broma le ha costado dos días más de cola. Algunos no pierden el sentido del humor y cuentan chistes sobre que su mujer ya no se cree que vayan a pasar otro día en la comisaría. «En Rumanía no he visto algo así. Me siento como un vagabundo», relata Adrián, que acaba de cumplir 18 años y quiere trabajar.


Como él, miles de jóvenes rumanos emigraron a España en busca de un salario digno. El éxodo de estos ciudadanos a nuestro país ha sido imparable en los últimos años y los rumanos ya son la segunda colonia extranjera más numerosa con 525.000 empadronados.


Desde las ONG critican la imprevisión del Gobierno al no calcular las consecuencias que iba a tener la entrada de un colectivo tan numeroso en la UE. De hecho, los intentos por agilizar los trámites no han hecho más que entorpecerlos.


El Ejecutivo decidió suprimir la tarjeta comunitaria y, el pasado 2 de abril, entró en vigor un certificado de Ciudadano de la Unión Europea. Sin embargo, este certificado es una hoja de papel que no lleva ni foto ni huellas y que no sirve para acreditar la identidad del portador.


«Esto es de un país bananero. Es inconcebible que el Gobierno no haya aumentado las plantillas sabiendo la demanda existente. Mucha gente está cayendo en la irregularidad porque no le resuelven los papeles», critica Elena Román, portavoz de la Unión Hispano Rumana Dacia.

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